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Espectáculos |“Sép7imo Día (no descansaré)”

Hechizados a voluntad: escapando al tiempo por una noche

El show del Circo de Soleil sobre Soda Stereo, un disparo al corazón de los fans

Hechizados a voluntad: escapando al tiempo por una noche

Una de las escenas de “Sép7imo Día (No descansaré)”, el nuevo show del Circo de Soleil basado en la magia de Soda Stereo - Rodrigo Alonso

Por Pedro Garay

11 de Marzo de 2017 | 04:13
Edición impresa

La posibilidad del rito se rompió el 5 de septiembre de 2014: el hechicero dejaba el plano terrenal y se volvía eterno a la vez que ausencia, dejando a generaciones enteras para las cuales Soda Stereo era una religión musical en un estado de suspensión, entre la fe en puentes invisibles de música hacia el pasado y la certeza de plomo del destierro.

Entonces, la propuesta de Cirque du Soleil para “Sép7imo Día (no descansaré)”, primer espectáculo de la compañía canadiense soñado para su estreno en América latina y realizado a partir del imaginario musical y visual de la banda liderada por Gustavo Cerati, funciona como un paso de magia: opera como algo más que un regreso al pasado, es un salirse del tiempo, un escape fugaz pero feliz a su certidumbre fatal. El público, por supuesto, acepta, hechizado por esa suntuosa voz que llega desde los rincones de la memoria, la invitación a escapar, “como astronautas”, de las leyes de la física terrenal, y jugar.

Allí el acierto del espectáculo que se presentará durante otras 72 noches de Luna Park. Se trata de un show más chico que los que la compañía suele montar, algunos de los cuales se han acercado al país en formato físico, y otros que muchos han sido admirados por televisión; pero la noche no está imaginada para el lucimiento de las acrobacias o el despliegue teatral, sino para operar como un golpe al corazón: la decisión de que buena parte del show se lleve a cabo allí, entre la gente, entre el corazón vivo de Soda, aporta un volumen emocional a la velada palpable en cada voz que grita la poesía de Cerati (al borde del llanto, por momentos), presa del espejismo de estar volviendo a ver el recital que ya no será jamás.

Es, por lo tanto, un espectáculo soñado, construido y ejecutado para el disfrute de esta tribu musical, antes que para los admiradores de la compañía con sede en Quebec: desde los segundos iniciales, donde la voz de Cerati desde el más allá anuncia que “el comienzo fue un big bang y fue caliente”, una declaración de principios del espíritu del ritual que comienza (y un llamado que entre voces del pasado y el estruendo de esa guitarra heroica de “En el séptimo día” moviliza fibras íntimas), todo apela a la memoria emocional en la noche de “Sép7imo Día”, el alegórico título que encapsula no solo el deseo de continuar aún después del final, sino la energía festiva del primer Soda, el post-punk, el post-dictadura, ataviado de colores pop ochentosos y raros peinados nuevos, que el Cirque toma como bandera para elaborar un teatro surreal y festivo.

En esta celebración pagana la narrativa es casi un obstáculo, una atadura a lo prosaico: el cuento se diluye casi de inmediato, conduciendo al espectador que bailó Soda en los ochenta y los noventa a una continuidad de cuadros como videoclips que se apropian de la poesía, la imaginería pergeñada y la música del trío, curada para la ocasión por el equipo original, que prueba ser atemporal una vez más, y que es (no hay falsas pretensiones del Cirque aquí) la verdadera protagonista del show.

Así, la “Sobredosis de TV” se vuelve circo, el “Hombre al agua” rockero sumergido, y “En la ciudad de la furia” recupera la exasperación física de un clip emblemático. Más himnos flotan por el Luna, ante un campo dispuesto como en un recital, a los pies de una compañía circense que, en varios momentos, baja entre la multitud que pulsa y presenta sus números allí, entre el público. Saltos, danzas, acrobacias y hasta un fogón (“Té para tres”, entonada por el público) ocurren allí, a centímetros de la audiencia, alimentándose de su energía.

Es el público el eje sanguíneo del show hasta el final: la noche se corona cumpliendo parcialmente la fantasía de los presentes, incitados por los miembros de la compañía a “poguear” una vez más “De música ligera”. Otra vez, la invitación del hechicero que habla desde el más allá es aceptada por quienes compraron sus tickets para estas primeras funciones hace seis meses: por última vez (aunque muchos seguramente regresarán al rito) se pierden en esa magia temporal pergeñada para ellos, como una curita para tapar el dolor, una terapia de circo, un instante de metafísico reencuentro de esos que solo la música entrega.

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