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Eligieron los deportes náuticos como estilo de vida. Desde una campeona de canotaje hasta un surfer de sudestadas
EZEQUIEL FRANZINOhistoriasplatenses@gmail.com
Si no fuera julio y plenas vacaciones de invierno, podría ser la típica nota de color de verano con las diferentes propuestas náuticas de la región. Pero en estas latitudes hay un buen número de deportistas que no esperan esa estación del año para meterse al agua. Son los “anfibios” del Río de la Plata: hombres y mujeres amantes del canotaje, el surf, el windsurf o el yachting, que aún con temperaturas bajo cero, se calzan el traje de neoprene, llenan unos cuántos termos de café caliente para combatir la hipotermia, y echan a navegar la mente y el cuerpo en las aguas turbias.
Algunos para desafiar la muerte. Como el caso de Agustín Mauad, un periodista de la ciudad, que en los días de sudestada se mete al río con su tabla de surf en busca de las olas que se forman contra el murallón de contención de Punta Lara. Con 27 años puede jactarse de ser uno de los pocos que surfea en agua dulce. El resto son sus amigos, con los que formó el grupo “La ola madre”.
Siempre a la caza de experiencias extremas, Agustín planea ahora surfear las estelas que dejan los grandes barcos al pasar por la costa ensenadense. “La actividad se llama Tanker Surf y hay que tener algunos recaudos para que no te chupe la embarcación. Si me llega a agarrar Prefectura haciendo eso me mata”, dice entre risas este joven, que además tiene un surf shop en el barrio de Villa Elvira: “Terminé convirtiendo esta pasión en un estilo de vida. Además de un deporte, es el lugar en el que encontré a mis amigos. Es una gran familia”, cuenta Mauad.
Tan literal es la frase de Agustín que, su suegro, César Basso, también es un apasionado del río y de este tipo de deportes. Alejado de las tablas de surf, pero no de la adrenalina, a sus 53 César comparte regatas de yachting con su hermano Alfredo. Siempre juntos en este hobby, empezaron hace más de tres décadas con una lancha, y más tarde pudieron adquirir dos veleros con los que ya viajaron a Mar del Plata, Montevideo y Punta del Este, entre otros destinos.
“No hay fin de semana en que no salga a dar una vuelta. Para mí es una terapia” dice César y agrega que “el nauta también navega en tierra: uno va al club, charla con amigos, comparte experiencias”.
A bordo de una embarcación con camas, heladera, cocina y baño, este hombre que trabaja en la destilería de YPF supo irse de vacaciones con su familia a Uruguay, amarrando en el puerto de Colonia durante más de una semana. Más allá de los planes en conjunto, su esposa ya se acostumbró a que los fines de semana es difícil poder contar con él. “Le digo que voy un ratito al club y me quedo medio día. La verdad es que son muy pocas las veces que me hace algún desplante. Sabe que si no navego estoy apagado, estoy mal”, cuenta César.
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El que no tiene ningún tipo de problemas es el windsurfista Leopoldo “Polo” Herrera. Es que su novia de hace seis años, Stella, se enganchó tanto con la tabla que quiso aprender a navegar y hoy desafían juntos las olas y el viento. “Al principio le enseñé yo, algo que tiene las mismas dificultades que dar lecciones de manejo a una novia”, dice Polo y agrega “después unos colegas le fueron explicando cuestiones más técnicas”.
Polo y Stella, novios desde hace seis años, comparten la pasión por las olas y el viento
Esta pareja, que durante el verano tiene una escuela de Windsurf en el parador Nº 5 de Punta Lara, trata de estar siempre conectada con el agua. De hecho, hace unos años vivían en barrio Cementerio y ahora decidieron mudarse cerca del río para no tener que cruzarse la ciudad en caso de que el viento empiece a soplar fuerte y que el Windguru avise que están dadas las circunstancias para una buena navegación.
“Trato de meterme todas las veces que estén dadas las condiciones. Uno deja el laburo para el otro día, o adelanta tareas en función del pronóstico”, dice Polo y agrega “cuesta un poco meterse en el invierno, pero lo terminamos haciendo igual con una remera térmica debajo del traje. Con estas temperaturas, a lo sumo podes estar una hora en el agua. Luego hay que salir, tomar algo caliente, taparse un rato con una frazada y volver a meterse. Para hacer estos deportes hay que estar un poco loco”.
Aunque suene exagerado, lo cierto es que la palista Sabrina Ameghino pasa más tiempo en el agua que fuera de ella: esta deportista de elite, medallista Panamericana, competidora en Juegos Olímpicos, y que desde hace más de dos décadas representa un orgullo para la región por sus logros internacionales en canotaje, tiene una rutina demencial: rema cinco horas por día y otro buen rato le dedica a la natación. Cuando finaliza su entrenamiento, se mete de nuevo al río para dar clases en la Escuela Municipal de Ensenada de Canotaje.
“Es muy sacrificado, pero a la vez muy reconfortante. No sé vivir de otra manera. En una oficina no podría aguantar el encierro”, dice Sabrina desde Misiones, donde se encuentra realizando la preparación para el mundial de canotaje, que se va a realizar en Portugal durante el mes de agosto.
La conexión que Sabrina tiene con el río es tan fuerte, que su única hija, Vera, no nació en el agua de casualidad: “Con una panza tremenda venía remando a la altura del Río Santiago cuando de repente sentí que se venía. Por suerte logré volver a la costa”, recuerda hoy Ameghino a sus 38 años, y en plena vigencia en su disciplina.
Esa bebé que nació prácticamente arriba un bote hoy tiene 14 años y está dando sus primeros pasos en el canotaje. Más allá del orgullo que le representa, para Sabrina no deja de ser una preocupación: “Es mucho sufrimiento y además no quiero que saque la espalda que tengo yo” dice Ameghino “conociéndola, sé que va a meterse hasta la cabeza”. Seguramente sea así: si hay algo que saben los anfibios del Río de la Plata es meterse hasta la cabeza, empaparse en pleno invierno y andar casi siempre con las manos arrugadas.
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