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Séptimo Día |LA IGLESIA DE HOY

Ser sinceros

22 de Julio de 2018 | 08:44
Edición impresa

Por DR. JOSE LUIS KAUFMANN
Monseñor

Queridos hermanos y hermanas.

Cuando la conducta humana está marcada por el fingimiento (finjo y miento), es porque la falsedad se ha instalado como burda ocupante en el corazón de las personas Y entonces la hipocresía de cada individuo puede conducir al abismo de la corrupción social.

Esta afirmación que parece tan lapidaria no es sino una constatación de la realidad que estamos viviendo. Felizmente no son pocos los varones y mujeres que creen en Dios-Padre que todo lo puede y que ha querido salvar al mundo por medio de Jesucristo, dando su Espíritu a quienes buscan la Verdad. Y la esperanza cristiana jamás quedará defraudada.

Pero no basta con tener fe, sino que es necesario vivir de acuerdo con la fe que se profesa. Es decir, promover una conducta que contrarreste la falsedad imperante, y esto implica también – entre otras expresiones – favorecer siempre y en todo la sinceridad que, en sentido amplio, se identifica con la verdad: virtud por la que las personas se manifiestan con palabras y hechos tal como son, según lo exigen las relaciones humanas.

Es cierto que la sinceridad, como toda virtud, se consigue con el esfuerzo constante, incluso con la lucha tenaz. Por eso, es más fácil ser hipócrita que sincero, pero la sinceridad me lleva a la felicidad, mientras que la hipocresía me hace hijo del demonio, que “es mentiroso y padre de la mentira” (Jn 8, 44), con todas sus secuelas.

Además, la sinceridad tiene estrecha relación con la lealtad; y ser leales – es decir fieles – a los principios morales, implica esfuerzos; porque ser sinceros, leales, honestos, honrados, es como mostrar algo de la propia interioridad ante los demás, cada vez que lo requiere la verdad, lo cual conlleva también algo de heroicidad. Por supuesto que ese “abrir el interior” que exige la sinceridad tiene sus límites, que impone la prudencia en la caridad. No se trata de ser irracionales en la sinceridad, sino prudentemente sinceros. La prudencia equilibra siempre.

Es cierto que la sinceridad, como toda virtud, se consigue con el esfuerzo constante, incluso con la lucha tenaz. Por eso, es más fácil ser hipócrita que sincero

 

Cuando no hay sinceridad ni verdadera lealtad, se produce la falta de comunicación interpersonal y social, para dar lugar a toda clase de corrupción, la que se descubre por sus consecuencias, cuando ya es difícil remediar sus nefastos orígenes.

Buscar la verdad con una conciencia honesta y vivir amando la verdad puede presentarse como un programa arduo, y hasta difícil de alcanzar a las solas fuerzas humanas. De hecho, la realidad mundial en que estamos sumergidos está dominada por la hipocresía y todos sus satélites: ¿quién es creíble? ¿En quién se puede confiar? ¿Dónde está la palabra veraz? Y lo que aún agrava la situación es el colmo de la falsedad de quienes – viviendo en la mentira – pretenden recomendarse por honestos.

Por eso, mientras toda la humanidad no reconozca el lugar de Dios en la vida de los individuos, mientras se continúe actuando en contra de los designios de Dios, mientras el pecado tenga pasaporte oficial, no habrá un atisbo de solución posible.

Jesús, la noche anterior a su pasión y muerte, ha rogado por nosotros: “Padre... conságralos en la verdad: tu Palabra es verdad. Así como tú me enviaste al mundo, yo también los envío al mundo. Por ellos me consagro, para que también ellos sean consagrados en la verdad.” (Jn. 17, 17-19)

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