Un “cancelado” que resiste: Woody vuelve a las salas, ¿tendrá público?

Woody Allen vuelve al cine, pero ¿el cine quiere a Woody Allen? El cineasta estrena hoy su última cinta, “Un día lluvioso en Nueva York”, en Argentina, uno de un puñado de países en recibir la obra de un hombre que, en el marco del #MeToo, es la cara de los “cancelados”, los artistas cuyas obras ya “no se pueden” visitar a causa de los pecados de su pasado.

De hecho, en Estados Unidos, a Allen nadie lo quiere tocar: el resurgimiento de las acusaciones de acoso sexual a su hija adoptiva, Dylan Farrow, realizadas para colmo por su hijo (que podría ser en realidad hijo de Frank Sinatra), Ronan Farrow, en el marco del movimiento #MeToo, provocaron que el cineasta, que ya tenía problemas para encontrar financiamiento para sus películas en el país del norte, escapando a menudo a Europa para filmar, haya sido rechazado por la industria.

Allen, claro, descarta de lleno las acusaciones: dice que todo es una represalia de Mia Farrow, su ex pareja, por enamorarse de su hija, Soon-Yi, con quien estableció un romance a la salida de su relación con Mia, cuando la hija adoptiva de la actriz tenía poco más de veinte años y el cineasta pasaba los 55. Corría el año 1992: Farrow encontró imágenes de Soon-Yi desnuda, Allen blanqueó el romance con la joven, hija de su pareja de entonces (aunque no vivían juntos), y poco tiempo después Farrow acusó a Allen por acosar a Dylan: cierto es que la Justicia le dio la razón al cineasta en que todo parecía ser una conspiración tejida por una despechada Mia, aunque en una de las dos causas se calificó su comportamiento de “extremadamente inapropiado”.

Pero eran otros tiempos y más allá de pasar un tiempo en los titulares de medios amarillistas, la vida de Woody continuó: fue recién en el marco del #MeToo cuando Ronan volvió a dar voz a Dylan. Sumado al historial de Woody, que además de Soon-Yi había tenido varias parejas al filo de la minoría de edad (aventuras retratadas en “Manhattan”, su película más problemática en retrospectiva), este nuevo Hollywood no dudó en “cancelarlo”: el neurótico neoyorkino, que hace años tenía problemas para producir sus películas en Estados Unidos (por falta de público e interés, no por condena moral), había firmado un contrato con Amazon por una serie y seis películas, pero en medio del torbellino la plataforma canceló el contrato y decidió no estrenar “Un día lluvioso en Nueva York” en Estados Unidos.

Woody demanda ahora a la compañía, exigiendo una indemnización de 68 millones de dólares por haber incumplido un acuerdo para la producción de cuatro películas (ya estrenó con la empresa “La rueda de la maravilla” y “Café Society”) en base a “una acusación sin fundamento de hace 25 años”. “Esa acusación ya era bien conocida por Amazon, antes de que Amazon alcanzara cuatro acuerdos con Allen”, asegura el texto de los abogados.

Pero aunque la batalla legal prospere, el resultado ya está a la vista: Woody no tiene lugar ya en una Estados Unidos atravesada profundamente por el #MeToo. Allen ni siquiera consigue una editorial estadounidense que le publique su biografía, su visión de los hechos.

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EL REFUGIO

Pero en Europa, la historia es otra. Siempre fue otra. Allí, Woody encontró en tiempos de poco interés de los financistas de Hollywood apoyo para filmar. Allí rodó buena parte de su filmografía reciente, hasta la llegada de Amazon, que le permitió regresar a su país. Allí, donde el #MeToo no impactó tanto, no hubo ninguna traba a la hora de estrenar “Un día lluvioso en Nueva York”: Italia, España, Francia, todos tuvieron en cartel “Un día lluvioso en Nueva York”, que pronto llegará a Alemania y Austria, entre otros países.

De hecho, allí filma Woody Allen su próxima película, “Rifkin’s Festival”, donde vuelve a trabajar con Javier Bardem (y donde tiene un pequeño rol Luz Cipriota). Bardem es una de las voces contra “el linchamiento público del cineasta”, declarando que “si Woody Allen me llamara para trabajar otra vez con él, estaría allí mañana mismo. Es un genio”.

Woody tiene a favor también a Scarlett Johansson, una de las pocas voces de Hollywood que apoyó al director. “Amo a Woody. Le creo, y trabajaría con él en cualquier momento. Mantiene que es inocente y yo le creo”, afirmó rotunda Johansson, en contraposición, por ejemplo, con otras figuras que trabajaron con el director, y que no quieren siquiera acercarse a él.

Figuras como Natalie Portman, Reese Witherspoon, Michael Caine, Greta Gerwing o Mia Sorvino, que apoyaron públicamente a Dylan Farrow y prometieron no volver a trabajar más a las órdenes de Allen. Incluso, los protagonistas de su último filme, Timothée Chalamet y Rebecca Hall, anunciaron que donarían el salario percibido por su trabajo a las órdenes de Allen al fondo de defensa legal Time’s Up, un movimiento contra el acoso sexual. Aunque, teniendo en cuenta que Allen es hoy casi un cineasta independiente y paga el básico a sus actores, tampoco será un aporte significativo a la lucha...

Así las cosas, Woody vuelve a las salas argentinas: aquí siempre ha tenido un grupo de seguidores amplio, que probablemente no se vea reducido por las banderas feministas que levanta mayormente la nueva generación. Sin embargo, esos jóvenes también constituían una parte importante de la taquilla de Allen en Argentina: los estudiantes universitarios de varias generaciones se han visto reflejados, magnetizados, por esa neurosis intelectual del neoyorkino en busca de sentido en medio del caos. Entonces, ¿irá el público a ver la nueva de Woody? ¿O quedará, efectivamente, cancelado? Del resultado, seguramente, dependerá si la próxima película del director se vea en salas, o si habrá que buscarla en los confines de la internet.