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Séptimo Día |PERSPECTIVAS

El mensaje que viene del calor

El mensaje que viene del calor

SERGIO SINAY (*)
Por SERGIO SINAY (*)

24 de Febrero de 2019 | 07:34
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Aprovechemos el calorcito de estos días para detenernos en un tema que merece más atención y más acción de la que solemos brindarle. Sensaciones térmicas que superan los 40 grados aquí y allá. Calores inéditos en el sur, como se sintió en Chubut, Santa Cruz y Neuquén, nieve en Jujuy, gigantescos icebergs que se parten y derriten como cubitos en la Antártida, incendios forestales que se expanden como una epidemia aquí y en el mundo, tsunamis por doquier. No son escenas de una película de cine catástrofe, sino realidades que nos afectan de manera inmediata y mediata en el día a día. El cambio climático no es un chiste, no es una cuestión ajena a nosotros. Tampoco es una fábula de ciencia-ficción. Como en tantas cuestiones que afectan a intereses poderosos, también en este caso aparecen quienes se proponen embarrar la cancha impidiendo el tratamiento serio, honesto, profundo y necesario de una cuestión de interés común. Para eso se apela a falacias pseudo científicas y a la descalificación de quienes advierten sobre la peligrosidad del fenómeno, con ataques “ad hominem” (es decir, de tipo personal, sin responder a los argumentos y evidencias expuestos por los atacados).

El climatólogo Michael E. Mann, miembro de la Academia de Ciencias de los Estados Unidos y del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (organismo de las Naciones Unidas), señala en su libro más reciente (“The Madhouse Effect”, sin traducción aún al español) que el negacionismo ante el cambio climático toma como modelo otros casos en los cuales la fuerte oposición a evidencias científicas terminó en una escandalosa y tardía aceptación de esas evidencias. Mann recuerda lo que ocurrió durante años, cuando las grandes compañías tabacaleras negaban que el cigarrillo fuera cancerígeno e invertían cuantiosas sumas en lobbies, publicidad, campañas de prensa y jugarretas turbias para desacreditar a quienes sostenían lo contrario y aportaban pruebas al respecto. Cuando ya no se pudo ocultar ni negar la mortal peligrosidad del tabaco, millones de personas habían muerto en el mundo, convencidas de que consumirlo era inocuo. Como suele ocurrir en este tipo de circunstancias, los responsables no pagaron por ello. El caso fue extraordinariamente expuesto en la película “El informante”, un caso real, que el director Michael Mann filmó en 1999 con Russell Crowe en el papel del hombre que decide denunciar a la poderosa tabacalera en la que trabaja (Brown & Williamson, una de las más importantes de Estados Unidos) por introducir en sus productos sustancias adictivas, y con Al Pacino como el abogado que, contra viento y marea, lucha a su lado. El caso es emblemático y muestra el nivel de inmoralidad al que pueden llegar los grandes intereses económicos cuando se ven amenazados debido a sus prácticas nocivas para la sociedad.

TODO ES LO QUE PARECE

A todo esto se refiere el economista y ensayista Paul Krugman, ganador del Premio Nobel de Economía en 2008, en “La inmoralidad del negacionismo del cambio climático”, reciente columna publicada en “The New York Times”. ¿Acaso inmoralidad no es una palabra demasiado fuerte?, se pregunta el propio Krugman. Y responde: “¿No se supone que la gente tiene derecho a estar en desacuerdo con la sabiduría convencional, incluso si esa sabiduría está sustentada en un abrumador consenso científico? Sí, así es en ambos casos, siempre y cuando sus argumentos se expongan de buena fe. No obstante, casi no hay negacionistas del cambio climático que actúen de buena fe. Negar la ciencia con fines de lucro, de ventaja política o para satisfacer el ego no está bien; cuando no actuar con base en la ciencia puede tener consecuencias nefastas, el negacionismo es, como señalé antes, inmoral”.

El negacionismo se suele sostener en la difusión de teorías vestidas de evidencia científica, que vendrían a demostrar que las cosas no son como parecen. Imitan esas películas o series en las que alguien, sorprendido con las manos en la masa (ya sea un delito o una infidelidad), dice: “No es lo que tú crees”. Y para darles más solidez y apariencia de seriedad a esas teorías, se hace que quienes las expongan sean personajes del mundo científico. Sobre esto afirma Krugman: “En muchos sentidos, el negacionismo climático se asemeja al negacionismo del cáncer. Las empresas con un interés financiero en confundir al público —en este caso, las empresas de los combustibles fósiles— son las principales impulsoras. Hasta donde sé, cada uno del puñado de científicos reconocidos que han manifestado su escepticismo climático ha recibido enormes sumas de dinero de estas empresas o de conductos de dinero oscuro como el DonorsTrust”. El Donors Trust es un fondo estadounidense conservador que recoge aportes monetarios anónimos para, según dice, salvaguardar ideales libertarios (esto podría entenderse como desregulaciones absolutas y que nada ni nadie se oponga a grandes intereses).

Mientras el negacionismo del cambio climático se plantea en foros económicos y científicos, otro fenómeno lo apoya desde una porción mayoritaria de la opinión pública. La indiferencia. A veces la continua utilización de una formulación verbal y su intencionada tergiversación terminan por convertirla en un concepto hueco, carente de sentido y contenido. Cuando se llega a ese punto se produce lo que el eminente sociólogo y pensador polaco Zygmunt Bauman (1925-2017) llamó “adiaforización”. El término proviene del griego adiáfora, que significa indiferencia, y describe justamente a la indiferencia que ataca a la conciencia en situaciones extremas y delicadas.

A MÍ QUÉ ME IMPORTA

En el que quizás sea su libro póstumo, “Maldad líquida” (escrito en colaboración con el politólogo lituano Leónidas Donskis), Bauman describe a los pensadores, escritores y demás voces que intentan alertar acerca de catástrofes cercanas y posibles como “voces que claman en sus respectivos desiertos”. La mayoría de las personas, señala, está parapetada en fortalezas de bienestar artificial, sorda a toda advertencia, como ocurrió en su momento cuando se avecinaba el estallido de las burbujas inmobiliarias y financieras que traerían una devastadora crisis económica cuyos efectos no desaparecieron aún, así ocurre con las hambrunas, así ocurre con las manipulaciones genéticas y así ocurre con el cambio climático. Esa indiferencia, y el relativismo que la acompaña, es lo que Bauman llama adiaforización. Un estado de la conciencia durante el cual los valores se ponen en un freezer y el relativismo moral se expande. Todo lo que no tiene un valor instrumental inmediato no merece atención. Unos piensan que las consecuencias del cambio climático no les llegarán, o que no tienen responsabilidad en ellas. Otros reconocen esa responsabilidad, pero ponen por delante la voracidad económica y olvidan pensar que sus propios descendientes vivirán (o sobrevivirán penosa y primitivamente) en el mundo que ellos están devastando. Por una razón o por otra, escribe Bauman, “diríase que necesitamos que ocurran catástrofes para reconocer y admitir que podían producirse. Escalofriante reflexión donde las haya”.

Una actitud de responsabilidad moral ante el cambio climático entraña un desafío previo: el cambio mental.

 

(*) El autor es escritor y periodista. Su último libro es "La aceptación en un tiempo de intolerancia"

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