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El rey Luis II de Baviera recibió cuando tenía 7 años, una caja con ladrillos de madera con los que construyó un arco imperial. A los 11 diseñó un coto de caza. Señales de que había heredado de su abuelo, el rey Luis I, su amor por la arquitectura
VIRGINIA BLONDEAU / Fotos VIRGINIA BLONDEAU
Por VIRGINIA BLONDEAU / Fotos VIRGINIA BLONDEAU
Sabemos que los cuentos de hadas no existen, pero una visita a los castillos del sur de Alemania puede hacernos creer en fantasías. Son paisajes testigos de las andanzas de uno de los personajes más interesantes del mundo monárquico: el rey Luis II de Baviera.
Luis nació en 1845 en Munich durante el reinado de su abuelo, Luis I. Cuando tenía tres años se convirtió en príncipe heredero. Recibió una estricta educación por parte de una institutriz francesa que lo introdujo en la vida y obra de otro Luis: el rey sol, Luis XIV de Francia. “El estado soy yo”, su lema, quedó grabado a fuego en la mente fantasiosa del niño.
Al cumplir dieciséis años recibió un regalo que le marcó la vida: la representación de Lohengrin, una ópera romántica de Richard Wagner inspirada en la leyenda medieval del Caballero del Cisne. Luis se identificó con el personaje y Wagner se convirtió en su dios. Dos años después Luis asumió como rey. Buscar a Richard Wagner por cielo y tierra y traerlo a Munich fue su primera orden. El músico no daba crédito: un desconocido rey de un poco influyente reino alemán estaba dispuesto a pagar sus deudas y darle un hogar a cambio de su arte. Si Luis pretendió una relación más que platónica no lo sabemos, pero nada indica que haya existido una pasión física entre ellos. El gobierno se opuso a tener que financiar a Wagner y familia y a la influencia del músico en las decisiones del rey. A su pesar, Luis tuvo que dejarlo ir pero hasta su muerte le profesó devoción. Sus cartas dan fe.
Mi único amigo, mi ardiente amado: tú eres la estrella que brilla en mi vida y verte me fortalece. Ardientemente te añoro, oh mi santo, a ti te rezo. ¡Cómo te amo, mi único, mi mayor bien! Mi entusiasmo y amor por ti son ilimitados. Una vez más te juro fidelidad hasta la muerte.
Luis era homosexual y tuvo en su vida varios amantes. No obstante, se comprometió con su prima, la princesa Sofía, a quien solo unía el amor por la música. Fue un novio solícito pero insoportable. Capaz despertarla de madrugada para entregarle flores o cartas y torturarla con interminables sesiones de poesía. Aplazó dos veces la boda hasta que finalmente, con vestido comprado y regalos recibidos, rompió el compromiso. “¡Gracias a Dios este terrible evento no ha tenido lugar!” dijo Sofía al enterarse. Y en poco menos de un año se casó con otro. Luis se recluyó en su soledad, se alejó de los deberes reales y dio rienda suelta a su imaginación.
Sirva esta introducción para comenzar el viaje por sus cinco castillos. Nymphenburg, donde nació, y Hohenschwangau, donde pasaba sus vacaciones, fueron construidos por sus antepasados y no tienen la impronta de Luis. Herrenchiemsee, Linderhof y Neuschwanstein, son la verdadera concreción de sus sueños, donde plasmó toda su fantasía. En ellos nos vamos a detener.
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Herrenchiemsee se encuentra en una isla del lago Chiemsee, a una hora de Munich y tiene una característica que lo hace encantador: se accede por barco. Desde el muelle hasta el castillo hay una corta caminata, pero los espíritus más románticos pueden optar por tomar un carruaje. Es una copia de Versalles. Más pequeño, es cierto, pero no por modestia sino que Luis se quedó sin dinero para finalizarlo. Esto no le quita encanto ni majestuosidad. Los jardines, el laberinto, las fuentes, todo remite al palacio de su admirado rey de Francia. También, en su interior, el salón de los espejos, los frescos, el trono y la escalera, lo recuerdan. Pero con una gran diferencia: el rey francés construyó su palacio para representar su absolutismo, con caminos para ser aclamado a su paso y estancias para rendirle pleitesía. El rey bávaro lo construyó para sí mismo y lo hizo en una isla de difícil acceso.
Linderhoff, cerca del encantador pueblo de Oberammergau, es pequeño y eso lo hace el más acogedor. También los jardines recuerdan a Versalles y es un placer detenerse en cada uno de sus rincones: la impresionante cascada de mármol, el pabellón de música, fuentes y esculturas alegóricas a dioses de la antigüedad y la gran estatua del rey Luis XIV. En el interior el estilo barroco pierde su buen nombre para convertirse en el recargado rococó. Pero todo es armónico. Y es donde mejor puede sentirse la presencia de Luis, su cotidianidad. Cerca del castillo se encuentra la Gruta de Venus, que bien podría ser la escenografía de una ópera de Wagner. Luis se sentaba allí a oír su música mientras la construían. De visita imprescindible aunque suele estar cerrada al público.
En Neuschwanstein, su castillo más icónico, el de los cuentos, el que dicen que inspiró a Walt Disney, Luis deja de lado el estilo barroco para volcarse a lo romántico y medieval. Parece colgado del cielo y es el que mejor representa el espíritu torturado de sus últimos años. Lo pensó para vivir en la más absoluta soledad. Hoy, irónicamente, lo visitan miles de turistas a tal punto que es casi imposible ingresar sin hacer una reserva previa. Se llega hasta la base, se sube en bus y, luego de una breve caminata, se accede al interior. Un camino secundario lleva al Puente de María, desde donde se obtienen las mejores vistas del castillo. Es cierto que el exterior, de cerca, es adusto y solo el color rojizo de algunos muros corta la monotonía gris de la fachada.
Pero al ingresar vuelve la magia. La frondosa imaginación del rey, su locura, se ve plasmada en los muros. El rey no pudo verlo terminado. Desde allí salió una noche para nunca volver. Por su locura o por razones políticas, el gobierno bávaro lo obligó a dimitir. Su hermano Otto, otro lunático, lo sucedió y Luis fue prácticamente secuestrado y obligado a abandonar su castillo de madrugada. Al día siguiente, el 13 de junio de 1886, su cuerpo fue encontrado en el lago Starnberg junto al de su médico. Nunca pudieron aclarase las circunstancias de su muerte.
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Castillo Neuschwanstein (foto: Shutterstock)
Castillo Herremchiemsee
Castillo Linderhof
Retrato del rey Luis II de Baviera por el pintor Ferdinand von Piloty, 1865
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