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La vigencia de Enrique Cadícamo, el autor de más de mil letras de tangos inolvidables. De qué se trata el verdadero éxito para un artista. Testimonio del platense Alberto Alba, presidente de la Casa del Tango
MARCELO ORTALE
Por MARCELO ORTALE
“Éxito es andar por la calle escuchando que la gente silba un tango de uno...; esa es la mayor gloria para un autor... Aunque el que silba no sepa el nombre ni quién lo hizo”, es una de las frases más recordadas y representativas de Enrique Cadícamo (1900-1999), el autor de letras de tango más prolífico, al que se le atribuyen unas 1300 canciones publicadas. Muchas de ellas incorporadas al adn argentino más profundo: basta pronunciar un verso, como ocurre con el Martín Fierro, para que cualquiera recuerde el que le sigue.
Escribió obras inmortales como “Los mareados”, “Anclao en París”, “Por la vuelta”, “Nostalgias”, “Muñeca brava”, “Garúa”, “Vieja Recova”, “Madame Ivonne”, “Nieblas del Riachuelo”, “Compadrón”.
Fue el letrista al que Carlos Gardel le grabó más canciones. Cuando Cadícamo era muy joven, Gardel aceptó cantarle su primera composición: “Pompas de Jabón”. Y el círculo se cerraría diez años después, porque el último tango que Gardel grabó en la Argentina, en 1933, fue Madame Ivonne.
Nacido de una familia humilde de inmigrantes llegados de Cosenza (Italia), radicada primero en General Rodríguez y luego en Luján, la figura de Cadícamo llegó por su esfuerzo a encontrarse no con la fama que no le interesaba, sino con lo que más buscaba: la plenitud de su voz y de su ser. No encontró fronteras para su empeñoso talento y viajó, con naturalidad, desde el barro a los salones de París, mostrándose auténtico en todos lados.
En sus casi cien años de vida -en realidad, dicen que dio su espíritu para negarse a cruzar la frontera del 2000 y que por eso dejó de vivir, tan sólo semanas antes del cambio de siglo- Cadícamo fue uno de los principales poetas populares, pero su voz no dejó de tener altura y alcurnia. Con mucho de reo y de bon vivant a la vez, muy pocas veces las letras de Cadícamo se internan en el lunfardo, el lenguaje bravío de los barrios bajos y de las cantinas, aunque, cuando decidió hacerlo, lo conocía y lo plasmó tan bien que el gobierno de turno lo censuró.
La poética de Cadícamo, asegura Alberto Alba, “tiene una enorme calidad literaria”
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Ese episodio lo recordó -en un artículo publicado en El Día del 28 de mayo de 2011- el periodista Alberto Albertengo, en una nota que tituló “Cuando el tango sufrió la censura”. Allí, luego de mencionar varias obras alcanzadas por la tijera del censor de turno -entre otras, “Gorriones” y “Pan” de Celedonio Flores, o Acquaforte, de Horacio Pettorossi- reseña que la mordaza se ensañó con Cadícamo por su obra “Al mundo le falta un tornillo”, que dice “Todo el mundo está en la estufa,/ Triste, amargao y sin garufa,/ neurasténico y cortao.../ Se acabaron los robustos,/ si hasta yo, que daba gusto,/ ¡cuatro kilos he bajao!/ Hoy no hay guita ni de asalto/ y el puchero está tan alto/ que hay que usar el trampolín./ Si habrá crisis, bronca y hambre,/ que el que compra diez de fiambre/ hoy se morfa hasta el piolín./ Hoy se vive de prepo/ y se duerme apurao./ Y la chiva hasta a Cristo/ se la han afeitao...”.
Cadícamo supo y asimiló la poesía culta en su propia voz. Fue comparado a Verlaine. Fue también un argentino más de los muchos que iban a París en las doradas décadas del 20 y hasta la del 40, aunque él aclaraba que “muchos argentinos se van a París para hacer plata; yo voy para gastarla”.
Vivió, como se dijo, casi cien años y poco antes de que muriera parecía todavía un joven. Se hizo amigo de rockeros, como Lito Nebia. “Muchacho eterno —escribió León Benarós—, Cadícamo parece ir a contramano de los años. Conserva incólume su cabellera, de un rubio pálido, que se le hace cuadrada en la nuca con cierta abundancia a la moda juvenil... Usa corbatas claras —alguna vez le vimos una de cierto color amarillo sutil— y sus sacos deportivos le agregan juventud. Quiere olvidarse del tiempo, porque sabe que el tiempo —«oscuro enemigo que nos roe la sangre, según el verso de Baudelaire—, se alimenta de nuestras ilusiones, de nuestra vida...”
Los estudiosos más acendrados del tango -José Gobello, Orlando del Greco, Ariel Carrizo Pacheco, Benarós y, como se verá más adelante, el platense Alberto Alba, entre tantos otros- aluden a ese doble registro que caracteriza a la obra de Cadícamo: el popular y el culto. Acá va una muestra de esa rica dualidad: “El Pigall ha quedado desierto y bostezando, / enmudeció la orquesta sus salmos compadrones, / las rameras cansadas se retiran pensando / en sus lechos helados como sus corazones”. El Cadícamo esencial, el de los “salmos compadrones”, no vivió en una torre de marfil, pero tampoco hizo nunca concesiones chabacanas.
“Cadícamo tenía una sólida formación literaria. Había leído a Verlaine, Baudelaire, Rimbaud y Darío. Conocía la poesía de Lugones, Olivari y Girondo. Leía mucho y bien, y le sobraba talento. Sus versos están incorporados definitivamente al imaginario popular”, dice Manuel Adet. Y agrega el crítico: “Cadícamo no se tomaba muy en serio su labor de poeta. Decía que muchos tangos los había escrito en un rato y que si se hubiera demorado más los habría arruinado. Con todo respeto, no le creo. Es verdad que la poesía popular tiene sus reglas y sus exigencias que a veces conspiran contra la creación poética, pero en Cadícamo hay poesía”-
De pronto rescata una frase dura de Cadícamo: “El tango ya se quedó. Es imposible hablar de un tango que venga”. Añade que el poeta, cuya juventud respiró en la religiosa Luján, al final estaba convencido de que el tango que él había conocido y creado estaba muerto, pero Adet reflexiona que le hubiera gustado discutirle todo eso.
“Cadícamo vivió casi un siglo y estuvo lúcido hasta el final. Recibió todos los honores en vida pero, como se dice en estos casos, nunca se la creyó. No era simpático ni complaciente. Era un duro salido de alguna letra de tango o de alguna novela de Raymond Chandler”.
“Reseñar el ser artístico de Enrique Cadícamo es poco menos que sintetizar el tango en su porteñidad y universalidad a la vez”, dice Alberto Alba, presidente de la Casa del Tango La Plata y Biblioteca Popular Carlos Gardel. Este platense, conocedor a fondo de la música popular dice que demostrar esa síntesis es un “desafío inmenso que trataré de reducir en una frase de “Los mareados”, uno de los tangos emblemáticos que compuso con su amigo Juan Carlos Cobián”.
Esa frase, añade Alba, es la que expresa “Hoy vas a entrar en mi pasado”. Sostiene que “como si de sencillez se tratara, el poeta pone en boca del protagonista la sentencia amarga de la ruptura amorosa entre el hombre y la mujer. Y lo hace, para disipar toda duda, en tres tiempos verbales: “Hoy...(presente)...vas a entrar...(futuro)...en mi pasado...(pasado). Tres tiempos verbales que están en la sencillez profunda y honda del poeta”.
La poética de Cadícamo, agrega Alba, “tiene una enorme calidad literaria. Las historias, los retratos de personajes, los lugares y las cosas de la noche son evocados siempre con nostalgia y especial recurrencia al sonido del bandoneón. En ella advertimos el uso muy medido del lunfardo, en consonancia con Discépolo y los grandes poetas del tango. Por otra parte, Cadícamo nos muestra una galanura y un aire abacanado, muy propio con su persona y su vida. Es frecuente ver en sus versos al “conquistador de la noche”. Otro detalle que nos muestran sus historias es la rotundidad en el remate. Veamos, como ejemplos: “Pa´que bailen los muchachos / v´y a tocarte, bandoneón.../¡La vida es una milonga!”, o el de “Garúa.../tristeza / ¡Hasta el cielo se ha puesto a llorar”.
Los platenses siempre tuvieron un particular afecto por Cadícamo, consignó Alba: “Eso debe venir tanto por las veintitrés grabaciones que Gardel hiciera de sus letras, como por las que realizaran nuestros músicos y cantantes en tiempos posteriores. El mejor ejemplo lo mostramos actualmente, mediante las cuatro obras de su autoría incorporadas a la Orquesta Municipal de Tango de la Ciudad de La Plata, dirigida por Carlos Rulfi. Son ellas “Garúa” (Troilo-Cadícamo), cantor Marcelo Costa; “Nostalgias” (Cobián-Cadícamo), cantor Maximiliano Bayo; “Rubi” (Cobián-Cadícamo), cantor Mariano Marino y “Los mareados”, cancionista Mónica Romano.”
“Algunos tangueros veteranos, me recordaban que el cantante platense Luis Scalón partió en su gira a Europa junto con Enrique Cadícamo, cerca de 1930. Allí, Scalón grabo el exitoso tango del autor: “Anclao en París”, con la orquesta del pianista y director Francois Alongi, casi Casi simultáneamente con la grabación de Carlos Gardel”.
Cadícamo fue un poeta popular, pero su voz no dejó de tener altura y alcurnia
“Como broche: si bien Cadícamo reiteró en su mayoría de edad, que el tango había llegado al final de su ciclo y que no eran necesarios los arreglos musicales, la realidad lo contrasta. En tiempos verbales, Cadícamo no podría decirle a “su tango” aquello de “hoy vas a entrar en mi pasado”, porque lo tenemos hoy a nuestro lado, como seguramente ocurrirá mañana. Los clásicos, se sabe, no tienen edad y trascienden en el tiempo”.
Lo cantaron todos: Agustín Magaldi, Rosita Quiroga, Alberto Gómez, Alberto Vila, Charlo, Ignacio Corsini, Mercedes Simone, Tita Merello, Hugo del Carril, Francisco Fiorentino, Julio Sosa, Roberto Goyeneche, Edmundo Rivero, la gran Adriana Varela y los de ahora. Filoso como siempre, como cuando tomaba un café y parecía sonreír –aunque nunca dejaba de estar ensimismado- Cadícamo opinó sobre los contemporáneos: “Los cantores de tango actuales se defienden. Hay buenos cantantes, pero Gardel los empolvará a todos”.
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