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Vivir Bien |DE PLEBEYAS A PRINCESAS

Buenas reinas, malas asesoras para las bodas

No tienen sangre azul pero enamoraron a los príncipes europeos y llegaron al altar. Claro que eso tuvo sus costos y la elección del soñado vestido de novia fue uno: las suegras opinaron y aconsejaron, no siempre bien, sobre cómo debía ser el traje

Buenas reinas, malas asesoras para las bodas

El monumento al moño, llamaron al vestido de Mabel Wisse, esposa del fallecido príncipe Friso de Holanda

VIRGINIA BLONDEAU
Por VIRGINIA BLONDEAU

28 de Julio de 2019 | 04:52
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Conocimos, en la entrega del otro domingo, aquellos fabulosos vestidos de novia que llevaron en su día Grace de Mónaco y sus hijas, Diana de Gales, Victoria Eugenia de España y otras reinas y princesas. Pero los más recordados por los lectores serán, seguramente, los que lucieron esas jóvenes plebeyas que irrumpieron en las casas reales a principios de este siglo: Máxima en Holanda, Mary Donaldson en Dinamarca, Mette Marit en Noruega, Letizia en España, Charlene en Mónaco y Estefanía, en Luxemburgo.

De niñas y ante el primer enamoramiento habrán soñado con su boda y hasta imaginado como iba a ser su vestido. Blanco, largo, vaporoso y que las hiciera sentir princesas….

Claro que, aunque para su boda contaron con los mejores diseñadores y las telas más exquisitas, la elección de “ese” vestido supera ampliamente el deseo personal y el sueño de niñas. Todo traje de novia real es una prenda “institucional” porque carga con siglos de historia, debe ajustarse al protocolo, no debe ser ni demasiado simple ni demasiado fastuoso y hasta puede ser un asunto de estado en el que opinan los suegros y miembros del parlamento. Es un vestido que emite un mensaje para la ciudadanía.

Por supuesto que no somos objetivos si decimos que el más sentador de todos los vestidos que recordamos fue el de “nuestra” Máxima. Impecable, elegante, pero a la vez sencillo fue el diseño que para ella pensó el gran Valentino. Estaba realizado en seda color marfil, con cuello chimenea y mangas largas. Tal vez demasiado cerrado pero muy adecuado para el frío febrero holandés y más si tenemos en cuenta que Máxima y Guillermo se casaron por civil y, ya con el vestido de novia puesto, del ayuntamiento cruzaron caminando a la iglesia para la ceremonia religiosa. Máxima estaba espectacular.

Federico, el príncipe heredero de Dinamarca, se casó en 2004 con Mary Donaldson, una abogada australiana que había conocido en los Juegos Olímpicos de Sidney. Mary no tuvo tanta buena suerte como Máxima con el vestido. El cuerpo parecía quedarle grande y la falda, anchísima, tenía unos pliegues incomprensibles que ocultaban su hermosa figura. Dicen que su suegra, la reina Margarita, fue quien la aconsejó y ya sabemos que su gusto es bastante extravagante.

De líneas similares fue el vestido que en 2001 había llevado Mette Marit, la rubia altísima que en 2001 se había casado con Haakon, el príncipe heredero de Noruega. Claro que a ella le sentaba impecable. El modisto noruego Ove Harder Finseth realizó un traje romántico, de crêpe de seda color marfil, manga larga muy ajustada y escaso vuelo. Estuvo inspirado en el vestido que había lucido la reina Maud, bisabuela de Haakon, el día de su boda con el rey Haakon VII.

El más minimalista de todos los vestidos principescos fue el vestido inmaculadamente blanco y perfectamente al cuerpo que lució Charlene Wisttock el día que se casó con el príncipe Alberto de Mónaco. Un Armani con un cuello barco que resaltaba sus hombros de nadadora olímpica, realizado en seda duquesa. Como único detalle tenía un bordado de cristales Swarosvski y piedras en la parte delantera de la falda. Claro que de esa boda recordamos más la polémica que el vestido: dicen que un par de días previos a la boda Charlene quiso huir de Mónaco y que Alberto tuvo que ir al aeropuerto a convencerla para se quede. Ellos lo negaron una y mil veces, pero la poca cara de felicidad y el llanto de ella ese 2 de julio de 2011 colaboraron con la leyenda.

El más sentador de todos los vestidos que recordamos fue el de “nuestra” máxima de holanda

 

Estefanía de Luxemburgo, la menos fashionista de esta generación de reinas y princesas puede estar orgullosa de haber llevado el día de su boda uno de los trajes más lindos que recordemos. Estuvo realizado por Elie Saab, uno de los diseñadores preferidos de su suegra, la gran duquesa María Teresa, quien seguramente la asesoró bien y con criterio.

A quien no asesoró tan bien su suegra fue a Letizia Ortiz, hoy reina de España y la elegida por Felipe de Borbón para ser su esposa para toda la vida. La reina Sofía pidió personalmente al modisto catalán Pertegaz que saliera de su retiro para diseñar el vestido de novia de la futura esposa de su hijo. El resultado fue majestuoso, absolutamente solemne pero demasiado estructurado. La pequeña cabeza de la novia parecía emerger del rígido cuello corola como si fuera una armadura. La enorme falda estaba íntegramente bordada con los símbolos de los Borbones, de la corona y de la ciudad de Madrid: flores de lis, espigas, madroños y tréboles. Demasiado para ser arrastrados por la menuda Letizia.

Claro que hubo un vestido que superó, en originalidad, todos los conocidos. El monumento al moño, se lo llamó en su momento. Se trata del que llevó Mabel Wisse en 2004 cuando se casó con el príncipe Friso de Holanda, cuñado de Máxima. Lo realizaron los diseñadores holandeses Víctor y Rolf. El vestido era de corte sencillo pero estaba decorado por 213 moños: 128 en la falda y 85 en el cuerpo. La cola, de 3 metros, estaba adornada con 35 moños que iban de menor a mayor. La historia no tiene un final feliz. Uno de estos moños llevó Mabel en la manga de su vestido negro cuando, nueve años después de la boda, tuvo que asistir al funeral de su marido, fallecido en un accidente de esquí.

No podemos dejar de nombrar en esta reseña a dos princesas de cuna. En 2010 Victoria, la futura reina de Suecia, se casó con su entrenador personal. Eran novios desde hacía años, pero su padre no daba el consentimiento. Hay que decir que los novios se desquitaron y ofrecieron al mundo la cobertura más extensa de un acontecimiento real que se tenga memoria. Fiestas previas, ceremonias, paseos por tierra y por mar, corte del pastel, baile y discursos, todo fue trasmitido por la televisión sueca. Un deleite para los fans del mundo royal. El vestido fue un diseño de Par Egsheden de escote barco y espalda en forma de V, en seda duquesa. Romantiquísimo, como toda la boda.

La princesa de Dinamarca no tuvo buena suerte con el vestido, que le quedaba muy grande

 

Por último, nos gustaría recordar en estas páginas un vestido que ya nombramos y que tuvo gran significado: el que el año pasado llevó la princesa Eugenia de York. El vestido era bello pero lo que más se destacó fue el escote de la espalda que dejaba ver las cicatrices de una cirugía a la que tuvo que someterse de niña para corregir su escoliosis. Una manera de dar un mensaje de superación a quienes, como ella, sufren de esa enfermedad.

Pueden gustar más o menos, pero sin duda todos los vestidos de novia de estos tiempos cuentan una historia de amor. Y sirven de inspiración para los miles de jóvenes que están pensando en el día de su boda. Más amplios, más estrechos, románticos o minimalistas, con velo o sin velo, pero todos siempre con la misma ilusión.

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