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Entre la apertura que propone Alberto Fernández y la fricción política de Cristina, se moldea un gobierno que se debate entre el pragmatismo y la doctrina justicialista
Mariano Spezzapria
@mnspezzapria
Hugo Moyano estuvo dos horas con Alberto Fernández en la Casa Rosada, pocos días atrás. De la reunión se informó muy poco en forma oficial y no hubo foto de ambos entrechándose la mano ni sonriendo. El histórico jefe del gremio de Camioneros escuchó de boca del Presidente un planteo para que este año los sindicatos no incluyan una “cláusula gatillo” en la ronda de paritarias, con el objetivo de que la economía salga de la lógica de la indexación por la carrera de precios y salarios.
A Moyano no le cayó bien la demanda del Presidente. A tal punto, que las redes sociales de los Camioneros se llenaron luego de saludos al jerarca porque había conseguido un aumento del 26% para el primer semestre de 2020, a la espera de ver lo que sucede con la inflación en la segunda mitad del año. Moyano es peronista y se alineó con el binomio Alberto F.-Cristina Kirchner en las últimas elecciones. Pero tiene una larga historia de querer imponer sus condiciones.
Tras esa reunión en la Rosada, Moyano asistió a la exposición del ministro de Economía, Martín Guzmán, en la Cámara de Diputados. Se sentó en un palco distinto del que utilizaron los jefes de la CGT Héctor Daer y Carlos Acuña. Pese a que Alberto F. les pidió reiteradamente que confluyan en un proceso de unidad, está a la vista que el sindicalismo peronista sigue dividido. Eso sí, todos aplaudieron a Guzmán cuando dijo que antes de pagar la deuda, la economía tiene que crecer.
El presidente de la Cámara baja, Sergio Massa, había dispuesto todo de modo tal que la imagen final del paso de Guzmán fuera el apoyo institucional del Congreso y de otros estamentos del poder económico y político a las negociaciones que el funcionario lleva adelante con el Fondo Monetario Internacional. El estilo atildado de Guzmán, sumado al escenario que le armó Massa, no alcanzaron para equilibrar la falta de definiciones sobre aspectos clave del plan económico.
Ni Moyano, ni empresarios como Cristiano Rattazzi (UIA-FIAT), ni mucho menos los diputados de la oposición quedaron conformes con la exposición del ministro. El día posterior, los mercados operaron a la baja porque los fondos de inversión fueron tal vez los únicos que entendieron claramente el mensaje, cuando Guzmán sostuvo que “va a haber frustración por parte de los bonistas”. De hecho, ya la hay: lo que ocurrió con el bono AF20 habla sobre esa situación.
El “plan Guzmán” para atender el frente externo es duro para los acreedores: incluye una quita importante del capital y la postergación de los pagos por al menos tres años. Pero debido a los buenos modales del ministro, a la base política del oficialismo no parecía quedarle en claro el rumbo de la negociación. El ingreso a la escena de Cristina Kirchner, al estilo que patentó la ahora vicepresidenta, vino a llenar ese bache que, en el plano discursivo, no atacaba el Gobierno.
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Aparecieron entonces los comentarios –recurrentes- sobre el liderazgo bifronte del Frente de Todos, que impacta de lleno en las decisiones del Gobierno, tanto en materia política como económica. Pero el aval de Alberto F. a Cristina –que se coronó luego con un encuentro a solas en la quinta de Olivos- habla a las claras de que el Gobierno está siguiendo una dirección conjunta y que no vacila en recurrir a la dureza del kirchherismo cuando la amabilidad palaciega no funciona.
A Cristina la siguió Máximo Kirchner, que en un acto en el Conurbano desempolvó la acusación de que el FMI “financió la campaña de Macri” para que el ex presidente consiguiera la reelección. El jefe de los diputados del FdT agregó: “Ahora que vayan a la cola a esperar”. La referencia fue para los técnicos del Fondo que se encuentran en la Argentina visitando despachos oficiales para estudiar la posibilidad de diagramar un nuevo plan de pagos.
El hijo de la ex presidenta es áspero en términos políticos. La tribuna que utilizó para mandar el mensaje al FMI se la proveyó el intendente de Escobar, Ariel Sujarchuk, quien lo invitó al distrito junto a la titular del PAMI, la camporista Luana Volnovich. Sin embargo, Máximo no se privó de afirmar que el jefe comunal “hace de la gestión una religión”, a sabiendas de los vínculos que mantiene con sectores eclesiásticos. El peronismo del siglo XXI está marcado por esa cuestión.
La figura del Papa Francisco, de relevancia mundial, divide aguas entre quienes ponderan la visión política del jefe de la Iglesia católica y los que lo consideran un obstáculo para que avancen proyectos como el de la legalización del aborto. Alberto F. confirmó que enviará una iniciativa al Congreso y contuvo al ala feminista del Gobierno, a la que no le agradó su visita al Vaticano. Contradicciones como ésta están presentes en el día a día del oficialismo gubernamental.
Otras discusiones se asemejan más a rémoras del pasado: Alberto F. nunca comulgó con Julio de Vido, Amado Boudou o Luis D´Elía. Siempre los consideró un lastre para el kirchnerismo. Tal vez por eso se niega a catalogarlos como “presos políticos”, como exige su propia Vice (afectada por las investigaciones judiciales en términos personales). Distinto sería para el Presidente el caso de Milagro Sala, tanto que sumó a su Gabinete a la abogada de la jujeña, Elizabeth Gómez Alcorta.
Si bien el debate en el oficialismo en torno los “presos políticos” asoma como un desafío a la autoridad presidencial, también debe tenerse en cuenta que el peronismo tuvo siempre este tipo de refriegas intestinas, aunque la impronta la pone el conductor del momento. Otro ejemplo: al sostener a la ministra de Seguridad, Sabina Fréderic, Alberto F. le está poniendo un freno a la avanzada de Sergio Berni, quien aspira a manejar las fuerzas federales en territorio bonaerense.
Visto de otro modo, el debate sobre los “presos políticos” y las actitudes desafiantes de Berni parecen recordarle al Presidente que su liderazgo en el peronismo tiene un límite: los votos que le aportó Cristina, justamente en la provincia de Buenos Aires, para llegar a la Casa Rosada. Algunos chispazos entre la Casa Rosada y Axel Kicillof van en esa línea. El viernes Alberto F. encabezó un acto en Hurlingham y el Gobernador estuvo a cientos de kilómetros de allí, en Mar del Plata.
El anfitrión del jefe de Estado fue el intendente Juan Zabaleta, a quien se señala como uno de los armadores de Alberto F. en la Provincia, junto al ministro de Obras Públicas, Gabriel Katopodis. Hay un grupo de intendentes que sigue atentamente los pasos de este dúo político, para saber si en 2021 podrán armar algo tan potente como para ponerle límites al kirchnerismo. Recuerdan cómo en 2005 Néstor Kirchner desplazó a Eduardo Duhalde de la jefatura del PJ bonaerense.
Pero ahora, están todos en el mismo barco. Y están dispuestos a tragarse sapos como la suba diferenciada para los jubilados –que beneficia solamente a los que cobran la mínima- en aras de sacar la economía de la recesión y afrontar la crisis de la deuda. Entre el pragmatismo y la doctrina oscila la nueva experiencia del peronismo en el poder, en una etapa que pivotea entre la apertura de Alberto F. y la fricción política de Cristina, como si fueran dos caras de una misma moneda.
¿A dónde va el peronismo en esta nueva etapa en el poder? ¿Y hacia dónde lleva a la Argentina? ¿Son reales las aparentes contradicciones del Presidene y su vice?
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