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Opinión pública, libertades y propiedad privada

Opinión pública, libertades y propiedad privada

Raúl Adolfo Pessacq
Raúl Adolfo Pessacq

18 de Julio de 2020 | 04:22
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La ciudadanía se expresó en las calles hace unos pocos días. Las palabras más citadas fueron república, democracia, libertad de comerciar, justicia, propiedad privada, separación de los poderes, libertad de expresión y otros reclamos basados tanto en conceptos abstractos como problemas concretos.

Fue la voz de la opinión pública. Es la que debe escuchar este gobierno si es que pretende representar a todos los integrantes de la nación, no solo a la parcialidad amiga. Las palabras destacadas en las manifestaciones del 9 de Julio poseen una vieja historia política y quizá hoy deba recordarse. Las ideas que la sustentan son parte de la evolución de liberalismo desde el siglo XVII a la actualidad.

La voz de la calle, comenzó a ser importante en el siglo XVIII cuando influyó en el desarrollo de la revolución norteamericana, la revolución francesa y las de demás pueblos americanos. Se limitaron o abolieron las monarquías divinas, se declararon los “Derechos del Hombre y los Ciudadanos”, se fundaron repúblicas basadas en “El espíritu de las leyes” de Montesquieu, en el respeto por las libertades individuales. En el siglo XIX se instauraron las democracias basadas en la soberanía de los pueblos expresada por el sufragio libre, universal y secreto. Esta herencia no debe olvidarse.

Las democracias republicanas de occidente evolucionaron hacia una mayor equidad social. Se incluyeron conquistas sociales en las constituciones hasta que, iniciado el siglo XX, irrumpieran los totalitarismos fascistas, marxistas, teocráticos o tribales. Entonces se comenzaron a negar las libertades, a supeditar el hombre al gobierno, a educar para lograr “hombre nuevo”, a buscar los objetivos últimos sacrificando el presente en aras del futuro ideal. El fin justificó cualquier medio de opresión, tal como se ejerció durante el estalinismo, para lograr, en última y lejana instancia, una quimérica sociedad, estática y definitiva, el comunismo ideal.

Ante el reverdecer de los populismos autoritarios en Latinoamérica, cobran actualidad las críticas al comunismo de la “Rebelión en la granja” y “1984” del ferviente anti totalitario George Orwell.

Entre nosotros, argentinos con poca historia y poca memoria, se olvidaron los ideales de Echeverría y la generación del 37, la prédica del liberal Alberdi, padre de nuestra Constitución que convirtió a las Provincias Unidas del Río de La Plata, en uno de los países más prósperos del mundo hacia principios del siglo XX.

Sarmiento y Alberdi discutieron hacia 1850 cómo debía ser la educación popular para construir una nación moderna. Estas cartas demuestran la importancia que los políticos de la época le otorgaban a la educación. Se sostenía que “Hay que educar al soberano”. Lejos estamos hoy de educar ciudadanos para una república plural, más bien se instruye con adoctrinamiento partidario y sectario.

Pero en esa Argentina regida por la Constitución de 1853, el régimen de la aristocracia de los dirigentes sociales y políticos no era, en general, ni liberal ni federal, sino simplemente conservadora, poco democrática. Sin embargo el país crecía y se desarrollaba por el impulso de la sociedad civil con pocos controles económicos y casi sin burocracia estatal.

“La hora de la espada” de L. Lugones preanunció del golpe fascista de 1930 que acabó con la república, la prosperidad y el estado de derecho. Los populismos, todas las izquierdas, las teocracias, los estatismos y los odios tribales, encarnaron en gran parte del mundo la reacción contra el liberalismo real, el de las democracias republicanas. Desde las primeras décadas del siglo XX casi todos esos gobiernos sólo lograron fracasos sociales, guerras perdidas, matanzas étnicas, genocidios y hambrunas en toda Europa, Asia y África.

Hoy los totalitarios han cambiado las estrategias de ataque. Desde hace décadas pretenden identificar a la iniciativa privada, a las libertades individuales y al derecho a la propiedad privada, como responsables de todos los males sociales. Pero no atacan solo a técnicas o políticas económicas, sino al fundamento mismo del liberalismo.

Hoy se rechaza la voz del pueblo con el presunto adjetivo descalificante de capitalismo al que pretenden hacer culpable de todos los males argentinos. Pero se oculta que el enemigo real es la sociedad libre y democrática.

El “liberalismo no se puede cortar en tajos “pues constituye un todo coherente. Solamente el uso de algunas libertades económicas, convierte al gobierno que las adopta en autoritario. Así sucedió con Hernán Buchí, siguiendo a F. Haiek y M. Friedman, durante la dictadura de Pinochet en Chile, y con Martínez de Hoz durante el Proceso Militar. Las libertades estuvieron – si es que las hubo- controladas por los gobiernos corruptos.

“Lo liberal no es una ideología, no es un conjunto cerrado de ideas”. Es un proceso de pensamiento abierto y cambiante. El liberalismo es una doctrina dinámica en la que los medios no justifican el fin, sino que son las herramientas para lograr la evolución continua hacia una sociedad mejor en permanente cambio.

Quizá algo de lo aquí expuesto haya estado presente en el sentimiento expresado por la popular Opinión Pública de los últimos días. Quieran los dirigentes sociales y políticos escuchar al soberano.

Es ahora el momento de hacer oír la voz de muchos. El gobierno puede devenir autoritario, quizá demasiado pronto para que la resistencia de la ciudadanía republicana y federal llegue a tiempo a frenar el intento hegemónico, cultural y educativo, se pierdan nuevamente las libertades y los dogmáticos se adueñen del futuro común de los argentinos

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