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Deportes |ENFOQUE

Un cierre que, 30 años después, sigue doliendo

EDUARDO TUCCI

8 de Julio de 2020 | 04:37
Edición impresa

FUE ENV. ESPECIAL A ITALIA

deportes@eldia.com

8 de julio de 1990 la fecha soñada por todos los que tomaron parte de un Mundial monótono en lo futbolístico pero significativo en los hechos para nuestro fútbol. Los que escribieron su nombre en la cita final fueron Argentina y Alemania, igual que cuatro años antes en México. Más de uno se sorprendió con la presencia del equipo capitaneado por Maradona, en esta instancia decisiva cuando la albiceleste no había podido, a lo largo de todo el recorrido mundialista, un funcionamiento acorde a sus pergaminos por más que había sacado de la Copa a firmes candidatos.

Cuando sonó el himno argentino hubo silbidos desde las tribunas, ocupadas por locales

 

Algo estaba claro, nuestro representativo nacional llegaba al deseado escenario al que sólo pueden aspirar dos equipos de todo el lote, precedido de magníficos logros pero con dudas desde lo futbolístico. Eso sí, hasta el día de la gran final perduraban los ecos de la noche de Nápoles en la que la Argentina terminó con el sueño italiano arruinándole la fiesta y un negocio enorme. Un negocio estimado en más de 600 millones de dólares por la venta de merchandising y otras cuestiones. Ya estaban hechos hasta las banderitas, mitad italianas, mitad alemanas para la final y los dueños de casa incluso tenían listos seis trajes distintos para las ceremonias que iban a tener después del Mundial: es más, el último era todo blanco para presentarse en el Palacio del Quirinal.

La previa de aquella finalísima de la que hoy se cumplen 30 años no podía ser mejor. La noche anterior tuvo a los tenores Luciano Pavarotti, Plácido Domingo y José Carrera, bajo la dirección de Zubin Metha como protagonistas centrales de un concierto único en las termas de Caracalla. 6000 afortunados espectadores y 800 millones de televidentes siguieron aquel cierre anticipado de la Copa del Mundo desde 54 países.

Pero había un partido de fútbol. El más esperado. El que también, por una rara paradoja, también tuvieron un espacio central los penales: uno mal cobrado para los alemanes y otro no sancionado para la Argentina.

Pero antes que el árbitro uruguayo-mexicano Edgardo Codesal Méndez, médico de profesión, diera la orden de poner en juego la pelota, pasaron otras cosas que también marcaron la finalísima. Cuando sonó el himno argentino hubo silbidos desde las tribunas ocupadas principalmente por locales que tenían comprados previamente los tickets, motivando la reacción de Maradona con insultos que se vieron en vivo y en directo en el Olímpico de Roma y el resto del planeta.

La tensión flotaba en el ambiente y se prolongaría a lo largo del juego que nunca alcanzaría el nivel pretendido en dos aspirantes a calzarse la corona mayor. Finalmente, el nombre que quedaría grabado de aquella final no sería el de alguno de los 22 protagonistas principales sino del encargado de administrar justicia. Codesal sancionó erróneamente con la pena máxima una intervención de Roberto Sensini sobre Rudi Völler en los minutos finales del encuentro, que transformó en gol Andreas Brehme, e ignoró la falta en el área de enfrente cuando Matthäus le engancho el pie izquierdo a Calderón provocando la caída del atacante argentino. Codesal, desde una posición inmejorable, no cobró lo que debía. Final con polémica por el arbitraje y penales, que esta vez, nos jugaban en contra.

El mexicano reconocería años después que en cada cruce por el mundo con algún argentino le recuerdan las jugadas, que eso le provocaba un sabor amargo y le hacía pensar: “por qué habrá existido esa jugada, faltando tan poco para el final”.

Final con polémica por el arbitraje y penales que, esta vez, nos jugaron en contra

 

Telón para una cita mundialista que nos dejó en las puertas de la conquista máxima y entrañables recuerdos como los triunfos sobre Brasil e Italia. Con la mano de Bilardo en el armado y las estrategias, Maradona averiado pero siempre presente, Goycochea y Caniggia –lamentablemente ausente en la final por acumulación de amarillas—vestidos de héroes y el colorido que aportó el que en aquel entonces se presentó como “el Mundial de la era moderna”.

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