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Policiales |EXCLUSIVA

VIDEO. En exclusiva, la viuda de Pipi Alonso: "Yo quiero que los asesinos paguen en la cárcel”

Anabella Aranda contó que el padre de sus hijas “toda la vida cargó en la espalda lo que era su padre, pero a él lo crió su abuela, era un hombre derecho y querido por mucha gente”. Por ahora el caso no tiene detenidos 

17 de Noviembre de 2021 | 20:21

Está retorcida en dolor pero no le corre cuerpo a dos cuestiones que por estas horas sobrevuelan la muerte de su pareja y padre de sus dos hijas. La primera, tiene que ver con su suegro: “Pipi no era como el padre, lo crió su abuela, era un hombre derecho”.

El otro asunto sobre el que buena parte de la ciudad murmura, tiene que ver con una palabra clave: venganza. Y Anabella no duda: “Nadie está planeando nada, yo quiero que los asesinos paguen en la cárcel”.

Gonzalo “Pipi” Alonso fue asesinado el domingo último en un episodio en el que se mezclan supuestos negocios con terrenos tomados y otros asuntos poco claros que rozan el mundillo de las barras de fútbol de la ciudad.

Hijo del “Hache” Alonso, conocido ex barra de Estudiantes, Gonzalo tenía 29 años, era empleado del club de sus amores y compraba y vendía dólares en el centro de la ciudad. Más de media policía, sino toda, anda movilizada detrás de sus asesinos (ver aparte) y Anabella asegura que sólo espera Justicia.

Anabella Aranda (30) sabe que hay gente que por estas horas murmura ese viejo refrán que dice “de tal palo, tal astilla”. Pero no duda en jurar que eso es una injusticia, que su marido no fue como su padre (el Hache Alonso) y que “siempre sobrellevó en la espalda esa carga, pero él era diferente, Pipi parecía el padre y mi suegro el hijo porque todo el tiempo estaba protegiéndolo, diciéndole: ‘Papá no te metas acá, no te pelees, no hagas esto o lo otro’. Pipi trabajaba todo el día para su familia, para sus hijas, por esos sueños que teníamos”.

Envuelta en dolor, sin poder hilar dos frases seguidas sin romper en llanto, Anabella no esquiva nada de lo que se le plantea, de lo que está en boca de la calle.

LA SONRISA DE BIANCA

Y por eso tampoco duda al decir que “nadie está planeando nada,  yo sólo quiero que paguen en la cárcel. Nadie va a hacer justicia (por mano propia) ni nada, por eso pido ayuda para que la verdadera Justicia haga lo que tiene que hacer”.
Sabe Anabella que en diferentes ámbitos de la ciudad se habla de un posible “baño de sangre” disparado por una acción de venganza por el crimen.

Cuenta que su nena mayor, Bianca, de 12 años, le ha dicho que nunca más va a volver a sonreír. Y eso la desgarra como el llanto de su otra hija, Charo, de seis años.

“Con Pipi nos conocimos en la cancha, él era amigo de mi hermano, me lo presentó y empezamos a salir hace 15 años porque desde ese día no nos separamos más. Tuvimos peleas, nos hemos ido a dormir enojados pero nunca nos separamos, siempre juntos salimos adelante, a pesar de las piedras en el camino”.

Anabella busca respuestas, dice vivir en un permanente estado de confusión que el dolor lleva y trae.

“No entiendo por qué le quitaron la vida así. Y no entiendo como ellos siguen disfrutando de la vida y él bajo tierra”.

Cuando habla de Pipi se emociona como si todavía pudiese llorar más de lo que ha llorado. E insiste en un tema que le preocupa como si se tratara de limpiar el nombre de su compañero.

“Toda la vida cargó en la espalda lo que era su padre, pero, asegura, a él lo crió Mirta, su abuela y lo crió muy bien. Lo cuidó como se debe. A los 15 años se le murió la mamá y ahí lo conocí”.

No duda en hablar de Gonzalo Pipi Alonso como “un hombre de trabajo” y dice que “siempre estuvo remandolá, trabajando de lo que sea. Hace siete años que el club le abrió las puertas, fueron muy buenos con él. Trabajaba de noche en la seguridad del estadio y a la mañana iba a cambiar y vender dólares al centro. Así todos los días, trabajar y trabajar. Y ayudaba mucho a la gente, por eso la gente lo quiere mucho”.

Anabella cuenta entonces el trabajo social que, asegura, hacía Pipi Alonso y dice que “abajo de mi casa en La Favela hacíamos los miércoles una olla popular y juntábamos ropa. Pipi quería siempre darles lo mejor, que comieran carne, que comieran bien. Tenía locuras en ese sentido, quería darles lo mejor. Frenaba en un semáforo y a cualquiera que se le acercaba le daba algo y ojo que nosotros nunca fuimos gente que nos sobrara, pero él siempre daba algo”.

Recuerda que ese domingo “estabamos con mi mamá mirando una serie y le sonó el teléfono. Era un amigo pidiéndole ayuda”.

Dice que “nos frustraron muchos sueños y quedó claro qué clase de persona era con toda la gente que fue al velorio. Todo el mundo lo quería sin diferencias de hinchadas ni nada”. Por ahora, el caso sigue sin detenidos.
 

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