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Alejandro Castañeda
Alejandro Castañeda
El tango está acorralado, pero no se entrega. Cansino y quejumbroso, compadrón y rencoroso, sus letras evocan penas de corazón adentro, pero su música invita a un afuera de abrazo y firulete. Hay como un complemento misterioso entre los padeceres que transmiten sus poetas y la celebración que ofrendan sus orquestaciones. En algunas estampas el varón lloriquea por amores perdidos, pero en la pista es él quien comanda ese abrazo de tres minutos, que pide ojos cerrados y corazones abiertos.
Hoy, los milongueros también la pasaron mal por culpa de la maldita pandemia. La obligatoria distancia es enemiga de una danza que exige estrecha cercanía. Sin vacunas ni consuelo, la cuarentena los fue acorralando. Ya cerraron más de docientas milongas, dice un informe porteño. Tener a los bailarines con alcohol y barbijo fue una herejía. Los profes, para no rendirse, empezaron a dar clases con Zoom y hasta enseñaron a bailar solitos, sin compañeras. Dos recursos imposibles ante un baile que los quiere juntos y apretados. El tango anduvo con respirador todo este tiempo, esperando que la escurridiza Sputnik o la remolona Pfizer llegaran también a la pista. Los milongueros buscaban un permiso presencial, pero fueron perdiendo esperanzas: “Si sacar la palabra negligencia costó ocho meses, cuánto van a tardar en reponer el baile”.
Hay algo sufrido en esta danza que parece dibujar parejas que danzan ensimismadas entre el amor y las cavilaciones. Es ceremoniosa. Se acomoda mal a los grandes festejos y prefiere taciturnos antes que sonrientes. En este tiempo, además del Covid, las milongas fueron recibiendo el fuego amigo de un feminismo que primero le cuestionó las letras y después, la danza. Algunas critican que el hombre sea el que marca el paso, y que ellas, gustosas y sin chistar, cumplan el papel de una compañera obediente que se deja guiar por ese apretador que la zamarrea, la orienta y la acaricia. El tango bajó la cabeza ante este ataque. Pero al final, entre protocolos y mal pensadas, se fue desgastando la coreografía y fama de una danza que aborrece de esos barbijos y distancias que acaban desfigurando cualquier encuentro.
La obligatoria distancia es enemiga de una danza que exige estrecha cercanía
Ahora quieren darle aire ministerial a esta música que nació esquinera y que busca alguna protección parlamentaria para poder seguir sana y salva. Por un lado, piden a la Provincia la creación de un departamento dedicado al tango. La iniciativa es de María del Carmen Silingo. Su objetivo es promover la actividad y defender la cultura, darle algún vuelo formativo al corte y la quebrada. Y semanas atrás llegó al Congreso de la Nación un proyecto de ley de la diputada bonaerense Jimena López, para la creación del Instituto Nacional del Tango. A imagen y semejanza de organismos públicos como el Instituto Nacional del Teatro o el de la Música, el proyecto pretende promocionar al tango a partir de la actividad de todos sus actores, mensurar su alcance y darle impulso como industria cultural. ¿Está bien? El temor es que su fama orillera vaya perdiendo esencia cuando la milonga política cope su repertorio.
Las milongas fueron criticadas por un feminismo que primero cuestionó las letras y después, la danza
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El tango, por suerte, está más allá de estos bailongos parlamentarios. Ha sobrevivido a modas y desatinos. Fue música prohibida en su infancia. Fue desalojada alternativamente por la balada, el rock, la cumbia, el folklore. No apuesta al cambio sino a la evocación. Su repertorio se apega al pasado y a los perdedores. Cien veces se anunció su desaparición, pero resiste en pistas y escenarios. “Es una música triste que se baila”, pero que no tiene ínfulas ni busca multitudes. No desea provocar alegría, se acomoda mal a los grandes festejos. No llena estadios ni invita a corear sus letras. Descreyó de modas y militancias. Sus bailarines siguen allí, esperando que la pandemia afloje y que puedan volver los abrazos y la proximidad.
“El encierro que hemos vivido nos ha borrado los contornos, porque el cuerpo sin los otros no existe”, dice la española Nuria Labari. A veces ir a la milonga, estrecharse y poder bailar puede ser la única forma de engañar a la soledad, esa amiga indeseable que a cierta altura de la vida abraza más que el mejor compañero.
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