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Martín Mendinueta
@firmamendinueta
Como nunca, lo que produzca la actuación global de la Selección Argentina en el territorio qatarí tendrá mayúscula incidencia en el humor social de todo el país.
Guste o no, el fútbol forma parte de las cuestiones básicas de la idiosincrasia celeste y blanca
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Sabido es que en nuestro pago el fútbol tracciona emociones desde la opulencia de la desmesura; y en esta ocasión se percibe con mayor nitidez. En un momento nada sencillo para transitar con dignidad la condición de ser argentino, la Scaloneta (denominación afectiva y marketinera que se instaló con inusitada fuerza luego de ganar la Copa América en Brasil, en Julio del año pasado) carga con la ilusión de un pueblo ávido por encontrar motivos que lo empujen a festejar.
Guste o no, el fútbol es uno de los elementos básicos que constituyen la idiosincrasia celeste y blanca. Así como su ausencia (períodos de receso, huelgas y hasta en la reciente pandemia) tiñe de aburrimiento y hasta de cierta tristeza la cotidianeidad de millones de personas, la llegada de semejante punto culmínante, como lo es la fase final de un Mundial, exacerba sensaciones que se disparan sin pedir autorización.
Por ser, casi con seguridad, la última oportunidad para que Lionel Messi consiga la única gran satisfacción profesional que le falta; por lo convincentes que han sido los últimos tiempos competitivos de este plantel que cuenta con una rotunda aprobación popular (no hay ni siquiera un nombre ausente que los hinchas reclamen con enojo); porque ha pasado mucho desde aquella Copa levantada por Diego Maradona en México ‘86 y, fundamentalmente, porque representaría un frasco gigante de vitaminas para el alma nacional, que le vaya bien a la Scaloneta significaría una satisfacción desbordante.
Esta Selección pasó de sentir que los principales entrenadores argentinos le dieran a la espalda, y de poner, como “manotazo desesperado” a un director técnico que jamás había trabajado como tal, a sentir orgullo por llegar a Qatar percibiendo homogéneo respeto por su condición de equipo bravo.
Los problemas no van a desaparecer, aunque una alegría puede hacer a la realidad menos cruel
Más allá de algunas bajas (la de Lo Celso es la que más lamenta por tratarse de un integrante de la formación titular), el equipo de Scaloni sabe que se espera mucho de su performance. Después de un lapso extenso, la mayoría de los hinchas de todos los equipos cobijan la esperanza de verlo llegar hasta las instancias de mayor privilegio.
Un par de meses atrás, el furor desatado por el lanzamiento del álbum de figuritas de la Copa del Mundo resultó una fiebre anticipatoria de semejante expectativa. La hermosa ceremonia de conseguir y abrir paquetes con la ansiedad de recibir las que uno esperaba, pareció un hurto nostálgico que nos devolvió a un tiempo mejor.
Desde hace rato se sabía que íbamos a estar como estamos. Fue un proceso lento que explotó con las atajadas de Dibu Martínez y, sobre todo, con la exquisita definición de Di María ante el rival que mejor nos calza.
Hoy se pondrá definitivamente en acción una marea que arrastrará voluntades sin distinciones de ninguna índole. Quizás actúe como incentivo para seguir cumpliendo con las obligaciones que no suelen esperar. Cada uno lo va a calibrar con su vara.
El Mundial más exótico de la historia, el de las inversiones millonarias y el de algunas controversias culturales que no pasan desapercibidas, le abre la puerta a la Selección Argentina.
Pase lo que pase, el país seguirá inmerso en su propio laberinto de dificultades, pero, se sabe, una alegría colectiva puede hacer que la realidad parezca más amigable.
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