

El exterior de Isla Negra, una de las tres casas de Pablo Neruda, en la región de Valparaíso / EFE / Alberto Valdés
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El chileno, además de un enorme poeta, fue político, diplomático, barman y coleccionista obsesivo. De las múltiples facetas de su vida, tal vez la menos conocida sea su pasión por la arquitectura
El exterior de Isla Negra, una de las tres casas de Pablo Neruda, en la región de Valparaíso / EFE / Alberto Valdés
JAVIER MARTÍN
ISLA NEGRA, CHILE
EFE
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Poeta, político, diplomático, barman, coleccionista obsesivo. De las múltiples facetas -y polémicas- que surcan la vida de Pablo Neruda, la menos conocida sea quizá la del apasionado por la arquitectura que construyó un insólito legado en forma de tres casas que ahora tratan de resurgir tras el duro golpe de la pandemia.
La Chascona, en el barrio santiagués de Bellavista; La Sebastiana, colgada sobre los cerros que se abaten hacia el mar en la abigarrada Valparaíso, y el refugio de Isla negra, la expresión de su alma íntima y su camuflado deseo de inmortalidad, revelan más del hombre que fue y quiso ser que del poeta laureado que casi todos han leído y pocos conocido.
“Neruda tenía casi una obsesión tal y como coleccionaba y recolectaba todo lo que se le pasaba por la cabeza, tenía un especial interés por el hábitat. Cada casa es distinta”, explica Fernando Sáez, presidente ejecutivo de la Fundación del premio Nobel chileno.
“No era un asunto de comodidad, era un asunto de visión de estructura. Era parte de su obra y de su vida, porque creo que pocos escritores o novelistas tienen un legado, un patrimonio tan curioso”, subraya.
A tal extremo llegaba su intervención en el diseño, la concepción de los espacios y la íntima integración de los objetos con los volúmenes que uno de sus amigos, el arquitecto español Rodrigo Arias, confesó que eran “más una obra del poeta que mía”.
Imagen de Neruda, en el interior de la “Chascona”. EFE/Alberto Valdés
Quizás la más sorprendente, la casa que se embosca entre coloridos grafitis del bohemio barrio de Bellavista, es también la que mejor refleja el espíritu gamberro y extravagante del poeta, un anfitrión empedernido que disfrutaba con largas veladas sociales en las que jugaba al engaño con sus invitados.
Puertas falsas, objetos exóticos, estancias y terrazas dispersas por una colina desde las que embelesarse con la cordillera nevada conforman un viejo galeón en el que Neruda actuaba de capitán en tierra.
Allí escondió el amor a Matilde Urrutia, la cantante y escritora chilena de la que se enamoró durante el exilio en México, de la vista de su segunda mujer, Delia Carril, con la que vivía en una preciosa vivienda del barrio de Ñuñoa.
Urrutia no solo inspiró el nombre -chascona significa “despeinada”-, también su obra de madurez, con “Cien sonetos de amor” como libro emblemático, que le dedicó y corrigió en una casa que tenía “agua que corre escribiendo en su idioma”.
Sita en el cerro de la Florida, “La Sebastiana” -bautizada así en honor a su constructor, el español Sebastián Collado-, es quizá la menos nerudiana de todas ellas.
Compartida con la escultora Marie Marther, Neruda solo habitó el espacio superior, una antigua pajarera en la que instaló una mesa, una cama y el elemento más perturbador, un caballo de Tío Vivo, en el que al parecer se subía para observar los fuegos de artificio de Año Nuevo. “Lo que pasa es que nunca fue mucho a Valparaíso, pero celebraba el Año Nuevo. La casa emblemática es la de isla Negra”, señala Sáez.
En 1938, Neruda ofreció una bonita cantidad al pescador español Eladio Sobrino por un desvencijado torreón en la playa de Isla Negra, donde ahora reposan sus restos.
Un espacio que el poeta amplió en paralelo al océano Pacífico y le sirvió de inspiración para componer el “canto general”, escrito en un tablón salpicado por el mar, bajo un techo metálico diseñado para escuchar la lluvia, entre mascarones de proa y al abrigo de una viga con el nombre de sus poetas preferidos.
Una metáfora más del mar, el hilo que vertebra su obra, y que según dijo “era tan grande, tan desordenado y azul que no cambia en ninguna parte. Por eso lo dejaron frente a mi ventana”.
El interior de la vivienda Isla Negra / EFE / Alberto Valdés
La pandemia de Covid-19 “nos golpeó muy fuerte, porque el financiamiento de la fundación estaba basado en un 90 o 95 por ciento en los ingresos de las casas”, lamenta Sáez, preocupado por un patrimonio mundial que cree que en su país ha soslayado por prejuicios políticos.
“El Gobierno anterior no fue precisamente dadivoso ni mucho menos, pero nos hemos ido arreglando. Estamos ahora en contacto con instituciones, para poder poner en marcha los proyectos”, insiste.
Uno de los más ambiciosos, el llamado “Espacio Neruda”, un museo interactivo concebido también como un viaje virtual para aquellos que no pueden llegar al extremo sur del mundo, quedó parado por la pandemia y la carencia de implicación estatal.
“Nosotros hemos tocado miles de puertas y no nos ha ido bien. Yo creo que hay prejuicios políticos también, es evidente, y esperamos que el nuevo Gobierno nos apoye”, desea.
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