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“La vis cómica”, una de las obras más exitosas del dramaturgo, estrenó este fin de semana su quinta temporada con cada vez más lazos hacia un presente donde arte y poder vuelven a enfrentarse
“Suele decirse por ahí que el arte se adelanta al tiempo. Yo tengo una sensación: creo que el tiempo corre atrás del arte, y suele alcanzarlo por épocas”, dice Mauricio Kartun. Para muestra, un botón: “La vis cómica”, una de sus puestas más exitosas, estrenó ayer su quinta temporada, y parece que los tiempos se han puesto al día con la historia de Angulo el Malo y su malograda compañía de teatro, una obra que “pone en el tapete la relación controvertida entre el arte y el poder”, afirma el dramaturgo. Tema que sobrevuela hoy particularmente, cuando los artistas parecen ser enemigos del Estado: “Siempre hablamos de cosas que andan dando vueltas, que están en estado de vapor: nosotros le hacemos de vidrio frío para que se condense”.
“La vis cómica” alcanzó ayer su quinta temporada: todos los sábados a las 19.30h en la Sala Solidaridad del porteño Centro Cultural de la Cooperación (Corrientes 1543), se podrá ver la comedia que es comedia, pero no. “Es una tragedia”, la define Kartun. Es la tragedia de Angulo el Malo, que desembarca con su compañía teatral en la Buenos Aires virreinal ‒embarrada y contrabandista‒, buscando nuevas plazas para su repertorio. Pero no hay corral de comedias en la ciudad, la plaza no es pública y otro elenco de indecorosos improvisados acapara la tolerancia del Cabildo.
Todo transcurre en cinco jornadas, contado por un perro dramaturgo que observa cómo, ya en el Virreinato, el arte estaba destinado a malvivir, a sobrevivir mendigando o “transando”: “¿Hasta dónde el arte debe resignar su libertad para aceptar la ayuda del poder? ¿Hasta dónde el poder manipula al artista sabiendo de su necesidad?”, se pregunta Kartun. Entonces, agrega, no es que su pieza se haya adelantado a un tiempo donde la relación conflictiva entre arte y poder queda de manifiesto, sino que, simplemente, es un tema aparentemente eterno: la tensión entre el arte y el poder.
Escena de “La vis cómica”
“Basta leer en el entrelíneas de los textos clásicos para encontrar hasta qué punto está presente el conflicto entre el dinero y el arte: cualquiera que lea el final de ‘Romeo y Julieta’ encontrará la necesidad de Shakespeare de tener que blanquear su relación con el reino, con la corona, siendo que la obra en realidad es muy impiadosa para con el sistema de la época. Por un lado, Shakespeare crea una obra incorrecta, y por el otro lado se saca el sombrero con respeto frente al príncipe en la última escena. Firuletes, esquives”, afirma el prolífico dramaturgo que ha escrito desde 1973 hasta la fecha cerca de treinta obras teatrales entre originales y adaptaciones.
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- La compañía de “La vis cómica” tiene el sueño de cruzar el océano y hacerse la América. Y ese sueño deviene pesadilla. ¿También puede hacerse una lectura desde el presente de ese devenir?
- Creo que es, una vez más, una situación universal del artista. Marx tiene una frase que me apasiona: “el artista no solo crea un objeto para el sujeto, crea también un sujeto para el objeto”. El arte crea también a su espectador. Crear espectadores, crear aquellos que nos vayan a ver y disfrutar con lo que uno hace, es parte del trabajo del artista: el artista no solo se adapta al gusto del espectador, está creando espectadores siempre. Y esa búsqueda nos lleva a veces a circuitos insólitos en busca de ese espectador ideal.
- “La vis cómica”, dijo, es una tragedia, pero todo el tiempo hace uso del humor, como ocurre en su obra: un humor que duele, corrosivo. ¿Cuál es para usted la importancia del humor?
- Efectivamente, “La vis cómica” es una tragedia si uno la piensa en términos de su mecanismo clásico: alguien avanza hacia su destrucción empujado por su pasión. Una definición tipo. Pero, por supuesto, pasado a los códigos del humor que la hacen soportable. Pero, la verdad, yo no puedo escribir sin humor: no es solo un recurso, una manera de ofrecerle al espectador algo que demanda, es parte inseparable de la idiosincrasia de uno como artista. No podría escribir de otra manera, no sabría: mi cabeza funciona en cierto estímulo que le da el placer de la ocurrencia. Hoy caminaba por Villa Crespo, mi barrio, y se me aparecieron un par de imágenes ideales para algo que estoy escribiendo: paradito en la esquina, con una birome y un cuadernito, tenía la sensación de “me hice el día”. Esa sensación del ingenio, el ingenio que de pronto nos da algo que nos hace reír. Mi cabeza funciona así. Cuando he intentado obras más serias, las he tenido que hacer de puro oficio, a veces por encargo, no son textos que disfrute de mi producción.
“‘La vis cómica’ es una tragedia si uno la piensa como alguien que avanza hacia su destrucción empujado por su pasión. Pero atravesada por el humor lo que la hace soportable”
- Mencionaba que está escribiendo, parece que está todo el tiempo escribiendo. Decía que no se concibe sin humor, ¿y sin escritura?
- Los escritores armamos nuestro propio sistema ecológico, nuestro equilibrio. Mi cabeza continuamente busca resolver problemas del cotidiano real, y del cotidiano imaginario: lo que es curioso es que una suele alimentar a la otra, cómo algunas dificultades de la vida se constituyen en imágenes que van a parar al otro lado, y cómo en el otro lado, alguna réplica, una idea, una imagen, sirve para resolver algo en la vida real. De lo que se trata, entonces, es de encontrar una ecología de la mente: hacer un sistema, hacerlo funcionar… y después es muy difícil salir de ese mecanismo.
- Así que este coyuntura, este presente plagado de problemas en la vida cotidiana, puede ser nutritivo para su labor artística.
- Sí. Pero no dejan de hacerme llorar (risas). No dejan de preocuparme, de angustiarme, de llevarme a estados de furia. Pero lo que es muy curioso es que cualquier cosa que esté escribiendo inevitablemente toma energía de eso que está sucediendo. Y de pronto, me doy cuenta de que estoy escribiendo de otro tema, pero aparecen figuras, tropos, metáforas, que hablan de algo muy cercano. Es inevitable: la cabeza es una sola, mezcla inevitablemente realidad y ficción.
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