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Palabras de ayer con sentimientos de siempre

Palabras de ayer con sentimientos de siempre

Alejandro Castañeda
Alejandro Castañeda

26 de Mayo de 2024 | 02:53
Edición impresa

Este lunes 20 se celebró El Día de las Cartas de Amor, una costumbre que partió de China y ganó su lugarcito en la acotada agenda romántica de estos días. Hoy, aquellas cartas sobreviven como una reliquia encantadora, sobre todo porque devuelve a la letra manuscrita una merecida presencialidad. Desde el trazo se puede adivinar la furia amorosa de estos envíos, que recorrían kilómetros y días para poder llegar a ese destinatario tan anhelante. El intercambio les permitía a los carteros llevar caricias en sus valijones y, a la espera, sublimar toda impaciencia. Son cartas ansiosas que le otorgan una chispa heroica a esos amores problemáticos, donde la distancia, los engañados/as, el puritanismo y las dudas borroneaban esos renglones temblorosos que jamás imaginaron ser leídos por tantos. En ellos se refleja que el amor, en cualquier época, ocupa todos los espacios, mientras pone al descubierto perfiles insólitos y desesperados de grandes artistas, avasallados por estas carillas desbordantes de congojas, pasiones y deseos. Hemos seleccionado fragmentos de mensajes que ahora perduran en los museos con su carga de besos, anhelos, celos y devociones. Son palabras dulces y desesperadas que nos recuerdan que hay otro lenguaje más allá del despliegue de insultos y mal gusto de estos días.

CARTAS

“Rezo cada día para que tu esposo fallezca”. He aquí un pasaje de la insólita carta de amor que Joseph Haydn (1732-1809) escribe a la cantante Luigia Polzelli. Se había enamorado de ella hasta el extremo de implorar la muerte de su esposo.

Henry Miller (1891-1980) le escribe a Anais Nim, una joven cautivante: “Eres una gran mujer y temo que tendré que adorarte”.

Carta de Anais Nim (1903-1977) a Henry Miller: “No me interesa la posesión física, sino, como un donjuán, el juego de la seducción, de poseer a los hombres no sólo físicamente, también espiritualmente. Exijo más que las putas”.

Giuseppe Verdi (1813-1901) sufrió porque la sociedad contemporánea criticaba su relación con una cantante divorciada. Giuseppina Strepponi, quien le escribe esto al genial autor: “Te diré en bajito lo mucho que te amo y te admiro (…). Intenta planificar tu vida de tal modo que llegues a ser tan viejo como Matusalén, para la alegría de la persona que te ama y el disgusto de los músicos franceses”.

También Richard Wagner (1813-1883) se peleaba con los franceses, porque no le perdonaban sus amores intensos e imposibles con Mathilde Wesendock: una mujer casada, como casado estaba él. “Te amo y me consumo en el temor. También mis lágrimas fluyen. Si no tuviera tantos males, me entregaría exclusivamente a este dolor (…). Te amo profundamente. Eres mía. Todo lo demás no importa”.

Gustav Mahler (1860-1911) tenía una relación pasional con Alma que lo atormentaba: “Créeme que estoy enfermo de amor. Desde el sábado a la una ya no vivo. Gracias a Dios acabo de recibir tus cartitas. Ahora ya puedo respirar. Durante media hora fui feliz. Pero ahora ya no aguanto más. Si estás fuera toda una semana, me muero (…)”.

“Si tú me recuerdas, no me importará que el resto del mundo me olvide”, Haruki Murakami.

 

“Rezo cada día para que tu esposo fallezca”. Pasaje de la insólita carta de amor que Joseph Haydn le envió a su amada

 

“No soporto la idea de que el universo tenga que destruirse cada vez que te marches”, le escribe Edgar Allan Poe (1809-1849) a Virginia Clemm, su gran amor.

“Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo”, de Jorge Luis Borges (1899-1986) a Estela Canto, uno de sus amores imposibles.

Pero hay una carta que George Sand (1804-1876) le dedicó al médico italiano Pietro Pagello. Locamente enamorada, consideró que las palabras están de más cuando la pasión arrasa con todo. La escritora se inquieta y vive con excitación y miedo la imposibilidad de dialogar con su amante. Pero en la barrera del idioma encuentra también una fuerza incontenible que desafía su maravillosa ilusión romántica: “Quedémonos así, no aprendas mi lengua, que yo no quiero buscar en la tuya las palabras que te revelarían mis temores. Prefiero ignorar lo que haces con tu vida. Desearía que me ocultaras tu alma para que siempre pudiera creerla hermosa”.

Cartas hondas y bellas, aunque Ricardo Piglia le agrega unas gotas de ironía: “La correspondencia amorosa es un género perverso: necesita de la distancia y de la ausencia para prosperar”.

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