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El estrés crónico atraviesa a todo el personal sanitario. Y aunque los casos aumentarontras la pandemia, aseguran que el problema surgió mucho antes. Entidades platenses advierten por la sobrecarga laboral, la violencia y falta de descanso. Lo comparan con síndromes de posguerra
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Alejandra Castillo
acastillo@eldia.com
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Un estudio reciente detectó que enfermeras, técnicos de salud y trabajadores de apoyo sanitario de Estados Unidos enfrentan un riesgo significativamente mayor de suicidio que el resto de la población, por realizar tareas estresantes con una intensa carga de trabajo y poco control sobre los resultados. En países como el nuestro, a ese cúmulo de problemas habría que sumarle una situación de pluriempleo por caída salarial, falta de descanso, capacitación y motivación profesional.
En definitiva, un combo explosivo que ha impulsado a muchos referentes de la comunidad sanitaria a alzar la voz en procura de tomar medidas preventivas urgentes. Algo así como curarse en salud, aunque esa salud -precisamente la de quienes deben cuidarla- viene golpeada desde hace rato, según cuentan.
Es en este contexto que la Sociedad Platense de Anestesiología (SPA) viene organizando un ciclo de webinars gratuitos sobre “Salud mental en el personal de salud”, que tendrá el 10 de agosto un nuevo encuentro virtual.
“Hay un personal de salud previo a la pandemia y otro posterior”, dice Jorge Mazzone, presidente del colegio de Médicos de La Plata, advirtiendo que si desde antes de 2020 el sector venía “castigado por el pluriempleo”, con enfermedades crónicas, ansiedad, depresión y secuelas cardiovasculares severas, entre muchas otras, el paso del Covid lo dejó “totalmente quemado por el estrés”.
“La pandemia significó trabajar a destajo, con miedo y conviviendo con la muerte, lo que llevó a que el médico esté totalmente quemado, en una situación similar a la de los ex combatientes”, compara Mazzone. Y suma: “Fuimos soldados de una guerra biológica, sobre todo los que estuvieron en las trincheras asistiendo a los pacientes”.
Aunque no hay relevamientos concretos acerca del impacto del problema, cuenta Mazzone que en el Colegio de Médicos asisten a sus consecuencias, que implican la cancelación de matrículas por infartos, ACV u otros cuadros graves, “en personas que se sobreexigieron laboralmente. No tendrían que haber llegado a ese límite, ni tener un pluriempleo por malos pagos, sin descanso ni tiempo para la actualización médica continua”.
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Además de cuestionar la falta de una evaluación general para conocer a fondo cómo quedó física y psíquicamente el personal sanitario después de la pandemia, lamenta Mazzone la falta de “leyes o reglamentos que lo cuiden”.
“El Estado nunca ha tomado esto como un problema real, porque lejos de generar beneficios que protejan la salud del trabajador médico y del resto del equipo, generó medidas que los trata como a un trabajador más, sin concesiones; hasta les ha complicado la vida.”
“Las instituciones médicas podemos colaborar presentando el problema -agrega Mazzone-, pero es el Estado el que debe cuidar al recurso humano en salud, porque es el que lo forma en las universidades y los termina de capacitar en los distintos centros sanitarios”.
Carlos Marcheschi, secretario de Hacienda de la Sociedad Platense de Anestesiología, confirma que desde antes de la pandemia “había ya numerosa evidencia científica en todo el mundo de que cerca de la mitad del personal de salud padecía el síndrome del quemado”, como popularmente se conoce al síndrome de burnout. Más allá del nombre, una de las causas principales es un contexto disvalioso en lo laboral. “Por decirlo brevemente, tiene tres dimensiones”, dice Marcheschi, “agotamiento psicoemocional, despersonalización y pérdida de vocación en el trabajo”. Y, aunque atraviese todos los trabajos y profesiones, remarca que en el sector de salud “es particularmente grave, más con esa frecuencia, porque afecta la forma en que se entrega el servicio”.
El síndrome de burnout fue reconocido en 2019 como un trastorno mental en la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE) que elabora la Organización Mundial de la Salud. Lo describe como un síndrome resultante del estrés crónico en el trabajo, que no fue gestionado con éxito.
“Con el avance en materia de seguridad del paciente, es decir, la disciplina que se encarga de disminuir y mitigar los errores prevenibles en la atención médica, el síndrome del quemado recobra un interés especial porque la tendencia mundial es trasladar cierta responsabilidad a las instituciones”, explica Marcheschi; “ya no se puede seguir atribuyendo al personal de salud la responsabilidad de mantenerse indemnes, sino que la institución también tiene responsabilidades al no crear circunstancias que impidan la aparición de enfermedades laborales”.
Lo que se entiende por “bienestar” comprende varias cuestiones, algunas de las cuales -admite el profesional-, son difíciles de gestionar porque dependen del contexto general. Por ejemplo, la dimensión financiera y económica que permita acceder a una adecuada remuneración y “no obligue al personal sanitario a tener hasta cuatro trabajos”.
Otras, en cambio, pueden ser gestionadas sin tanto costo. Y sin embargo tampoco se dan. Menciona entre ellas el tener un horario laboral saludable, como “el del personal de aviación, que no puede volar después de determinada cantidad de horas”; o el garantizar espacios de descanso con condiciones adecuadas de silencio, comodidad y confort térmico, en vez de “guardias de hospitales donde duermen diez médicos, con 40 grados de calor y sin aire acondicionado”.
Para Marcheschi también es muy necesario aportarle al personal una buena nutrición, hidratación y ergonomía laboral. Esto último resulta clave para aquellos que, por caso, deben permanecer varias horas de pie en un quirófano. Capítulos aparte merecen los traslados desde centros sanitarios alejados, en particular después de permanecer de guardia, o los episodios de violencia que suceden cada vez con más frecuencia.
A todo este abanico de problemas se les suma la alta litigiosidad por mala praxis, cuadros de depresión en el personal de salud y el uso problemático de sustancias como droga y alcohol entre las mismas personas que después entran a un quirófano. Es aquí donde sobreviene, de nuevo, el tema de los juicios. ¿Pero qué pasó primero; el huevo o a la gallina?
Además de organizar seminarios web como el que menciona esta nota, la SPA habilitó una línea ética para reportar diversos problemas en los quirófanos, abierta a toda la comunidad.
“Los problemas más frecuentes de salud mental entre el personal de salud tienen que ver con el estrés y sus formas”, resalta el doctor en psiquiatría Diego Sarasola, hablando, justamente, del síndrome de burnout o como vulgarmente se lo conoce, del “cerebro quemado”.
Este problema se presenta con síntomas de ansiedad y depresión que “empeoraron en pandemia, pero que se arrastran de hace tiempo”, explica Sarasola, por “múltiples motivos”.
Y agrega: “Después de la pandemia rápidamente se pasó de los aplausos a volver a las mismas situaciones de falta de presupuesto y un largo etcétera. Se agravaron factores estructurales previos, factores formativos y de sobrecarga.”
El psiquiatra no pasa por alto los “dilemas económicos de gente que le ha entregado toda su vida” a la profesión, lo cual le genera un alto grado de frustración, combinado con la violencia imperante, sobre todo, en hospitales públicos del conurbano bonaerense.
“El aumento de riesgo de suicidio y de casos de suicidio en personal de salud ya es una realidad desde hace años y últimamente se han puesto en marcha distintas campañas, pero muchas veces ocurre que el mismo personal de salud es renuente a consultar con especialistas en salud mental, por prejuicios o porque erróneamente se lo considera como una debilidad”, argumenta Sarasola.
¿Cuáles son los síntomas de alarma que deberían impulsar una consulta profesional? En cualquier persona, sea trabajador sanitario o no, hay que prestarle atención a una irritabilidad creciente, abandono, anhedonia o incapacidad de sentir placer, insomnio y cambios repentinos de carácter.
Desde el sistema de salud, cree Sarasola que es necesario “promover políticas, reformas e ideas que conlleven a una mejoría, porque, en definitiva, lo que se busca con esto es mejorar el estado de salud de los efectores para mejorar la seguridad del paciente. Muchas veces pensamos solamente en las cuestiones estructurales o edilicias, y nos olvidamos del punto más delgado que es el efector”.
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