El rehén israelí liberado Avinatan Or hace un corazón al llegar al hospital Beilinson en Petah Tikva, Israel, después de ser liberado por Hamás / AP
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Tras más de dos años de cautiverio, los rehenes israelíes liberados por Hamás comenzaron a reconstruir con palabras el infierno que vivieron bajo tierra
El rehén israelí liberado Avinatan Or hace un corazón al llegar al hospital Beilinson en Petah Tikva, Israel, después de ser liberado por Hamás / AP
Durante 738 días, el tiempo se detuvo para quienes fueron secuestrados por Hamás en la Franja de Gaza. Muchos de ellos pasaron años sin ver la luz del sol, encadenados, aislados, sometidos a la incertidumbre de no saber si despertarían con vida al día siguiente.
Avinatan Or pasó más de dos años completamente solo. No escuchó otra voz humana ni vio otro rostro que el de sus captores. Cuando fue liberado, los médicos confirmaron que había perdido cerca del 40% de su peso corporal. En su cuerpo, la falta de alimento dejó huellas profundas; en su mente, el silencio forzado y el miedo constante hicieron el resto.
Elkana Bohbot, por su parte, permaneció encadenada en un túnel estrecho y húmedo, donde perdió toda noción del tiempo. Recordó la fecha de su boda y pidió a sus captores poder bañarse ese día “para sentirse humana otra vez”. No obtuvo respuesta.
Otros, como el soldado Matan Angrest, fueron torturados durante los primeros meses de su cautiverio. Sus captores lo castigaron por su condición militar y lo sometieron a intervenciones médicas sin anestesia, provocándole nuevas heridas en las manos.
El aislamiento fue una de las formas más crueles del tormento. Los hermanos gemelos Gali y Ziv Berman fueron separados desde el inicio y permanecieron sin saber el uno del otro, aunque estaban en la misma ciudad. Al reencontrarse, ya en libertad, se abrazaron entre lágrimas en la base militar de Re’im, una imagen que recorrió el país y desató aplausos en la Plaza de los Rehenes de Tel Aviv.
A muchos les negaron cualquier tipo de información. No sabían si Israel seguía buscándolos, si sus familias estaban vivas o si las operaciones de rescate habían fracasado. Hamás los manipulaba con mentiras y falsas promesas de liberación. A Guy Gilboa-Dalal, por ejemplo, lo hicieron prepararse tres veces para un supuesto regreso que nunca llegó, solo para disfrutar de su desesperación.
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La manipulación llegaba incluso al plano emocional. A Angrest le dijeron que sus abuelos —sobrevivientes del Holocausto— habían muerto. Solo supo que seguían vivos al recuperar la libertad.
Algunos cautivos, como Omri Miran, encontraron pequeñas rutinas que los ayudaron a mantener la cordura. Retenido en más de veinte lugares distintos, entre túneles y casas abandonadas, llegó a cocinar para sus captores. En raras ocasiones, los rehenes compartían una partida de cartas con ellos. “Era una tregua momentánea —contó su hermano—, una pausa en el infierno”.
Pero la mayoría sobrevivió gracias al instinto. Hubo días sin comida, otros con apenas un trozo de pan o un sorbo de agua. En algunos casos, como el de Gilboa-Dalal, los captores recurrieron a la alimentación forzada para mantenerlos con vida, temerosos de las reacciones internacionales tras la difusión de videos de propaganda que mostraban a rehenes en estado de extrema delgadez.
El retorno a la libertad no fue menos impactante que el cautiverio. Muchos de los liberados tuvieron dificultades para realizar gestos simples, como decidir qué comer o cuándo hablar. “Durante años no pudieron elegir nada, ni siquiera cuándo reír o ir al baño”, explicó la psicóloga israelí Einat Kauffman, especialista en trauma.
Kauffman señaló que el primer paso en la recuperación es devolverles el control sobre su vida cotidiana. “Si quieren hablar, hablamos. Si quieren silencio, lo respetamos. Todo debe ocurrir a su ritmo”, subrayó.
El contacto humano, negado durante tanto tiempo, se volvió esencial. Sin embargo, no todos pueden abrazar o sonreír enseguida: cada gesto es un recordatorio de lo perdido. Los equipos médicos recomiendan no presionar, esperar a que los liberados marquen sus tiempos y pedir siempre su consentimiento incluso para exámenes clínicos.
Muchos de los liberados aún eligen el silencio. Prefieren no hablar. Pero los relatos que comienzan a salir a la luz —entre lágrimas, temblores y pausas— trazan una radiografía del horror. Bajo tierra, entre cadenas y oscuridad, Hamás los despojó de casi todo. Sin embargo, al recuperar la libertad, los rehenes demostraron que aún conservan lo esencial: la capacidad de contar, de recordar y de seguir viviendo.
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