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Es investigador de la UNLP y del Conicet. Ya firmó un contrato con una empresa de Estados Unidos. Una apuesta a la ciencia
“El mundo es un lugar muy interesante, y yo, una persona muy apegada a la vida, amo la vida y tengo muchos planes para el futuro, por eso me rebela la idea de irme en la mejor parte de la película sin una esperanza de poder volver. No voy a resignarme a eso”, dice Rodolfo Goya, el bioquímico e investigador platense que ya firmó un contrato con una empresa de Detroit, Estados Unidos, para que su cuerpo sea congelado cuando muera. Se trata del primer argentino y el tercer latinoamericano en tomar esa decisión.
Goya, quien nació en Tolosa hace 61 años y se dedica a investigar el envejecimiento cerebral en el Inibiolp que funciona en la facultad de Medicina, explica que la criopreservación (congelamiento) del cuerpo humano hoy representa “una pequeña posibilidad de tener una segunda oportunidad de vivir”, pues la criónica “sabe cómo congelar, pero aún desconoce cómo revivir a un individuo congelado. No obstante, como en esa condición no tendré apuros, tarde o temprano confío en que la ciencia será capaz de hallar la forma de revivirnos, curarnos la enfermedad que nos mató y hasta rejuvenecernos. Es una apuesta a las generaciones venideras”, expresó.
El científico confiesa que su esposa (no tiene hijos) y su madre “aceptan la decisión aunque no la comparten”, y recuerda que “tras recibirme en 1976 y doctorarme en 1982, dos años después viajé a Estados Unidos para iniciar mis estudios sobre el envejecimiento cerebral. Allí conocí la criónica, y si bien me interesó, no me planteé congelarme. Pero fui siguiendo el avance del Instituto de Criónica de Detroit -estado de Michigan-, y tres años atrás viajé para recorrer sus instalaciones. Fue entonces cuando decidí firmar el contrato para convertirme en socio vitalicio de la firma”.
Ese paso cuesta 1.500 dólares. El congelamiento del cuerpo, 35.000. “No hay plazo para pagarlo, incluso lo puede hacer un familiar luego de mi muerte. El tema es que yo no tengo la certeza de que mi cuerpo pueda ser trasladado, porque si muero de repente, el proceso no sería posible. En cambio, si me diagnostican una enfermedad y me dan un tiempo de vida, o empiezo a sentir signos inevitables de muerte en mi vejez, puedo mudarme a Michigan y esperar. Es que el proceso debe ser rápido”, explica.
Y añade: “Tiene que darse una muerte natural (no está permitido el suicidio). Entonces, en minutos se cubre el cuerpo con hielo picado y se inyecta por una vena una solución criopreservadora que reemplaza a la sangre, pues la sangre congelada produce unos cristales puntiagudos que dañan las células”.
PEQUEÑA ESPERANZA
El primer argentino que será congelado dice que su experiencia científica le demostró que “se podrá detener el proceso de envejecimiento, pero falta mucho para eso, décadas, quizás un siglo, y yo no estaré. Es por eso que me aferro a esta pequeña esperanza que hoy sólo brinda la criónica”.
¿Se imaginó despertarse dentro de muchos, muchos años? “No imagino cosas concretas. Sí una civilización muy avanzada a la que tendré que adaptarme, y si no lo consigo, si me siento muy mal, tengo la posibilidad de quitarme la vida”, dice Goya, quien habla del tema con una naturalidad asombrosa. Sobre el futuro, añade: “Yo siempre digo que un hombre culto que vivió en 1800 o 1900 jamás hubiese imaginado el mundo venidero tal cual es hoy. En este caso, ocurre lo mismo”.
El investigador del Conicet y de la UNLP recuerda que de adolescente “no pensaba en mi muerte, pero sí en la de mis seres queridos, y siempre vi la pérdida de una vida como una tragedia. No la viven así los religiosos que creen que hay vida después de la muerte, pero no es mi caso”, subraya.
Finalmente cuenta que hay 250 pacientes congelados en el mundo y 2.500 que firmaron un contrato con alguna de las tres empresas que se dedican a la criónica (dos en Estados Unidos y una en Rusia), quienes se mantienen comunicados entre sí.
Y remata: “Nadie quiere dejar esta vida”.
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