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Relato en primera persona de un músico platense que montó una instalación artística con bicicletas convertidas en chatarra y generó una curiosa reacción. Contexto político
JUAN PABLO PETTORUTI (*)
En una ciudad del norte de Alemania se lleva a cabo todos los años el Brahms Festival (o Festival de Música Brahms). La universidad de música y el instituto Brahms de musicología son las instituciones encargadas de la organización.
Cada año se invita a alumnos y docentes para que participen del festival. Este año me tocó participar con mi proyecto “Invisible“, una escultura sonora que a semanas de dar inicio el festival ha sido censurada. La obra es algo controvertida, ya que cuestiona el estereotipo creado en torno a la moral alemana: la aprensión a las normas y el debido comportamiento. Son 24 bicicletas extraídas del fondo del río que circunda esta ciudad norteña. Iban a ser presentadas/instaladas a lo largo de una semana (lo que dura el festival) en un espacio público en el centro de la ciudad. Previamente las bicicletas serían intervenidas con sensores y micro-computadoras que harían que dichos medios de transporte, devenidos en chatarra, generen sonidos, y que estos sonidos varíen con el clima y la presencia de curiosos. La obra expone la ironía que significa la transformación de un símbolo del cuidado del medioambiente como es la bicicleta, en chatarra que contamina un río. El vandalismo, el accionar anónimo e invisible de algunos ciudadanos, es lo que ha nutrido de material a esta pieza.
El robo de bicicletas por estas regiones ha aumentado mucho en los últimos años. Pero lo singular del asunto es que la mayoría de las bicicletas robadas no son revendidas o desarmadas, sino arrojadas al agua. Este insólito accionar que a muchas almas latinas genera curiosidad, no produce el mismo efecto en gran parte del pueblo germano. Las bicicletas sólo se sacan del agua una vez por año (la cantidad aumenta cada año) y se reciclan. Así es como estas declaraciones anónimas nunca son escuchadas y se sumergen en el olvido. “Invisible“ revuelve en la problemática oculta detras de este fenómeno: individuos en desacuerdo con la estructura social.
Las bicicletas amontonadas en el patio interno de la universidad, esperando a ser trabajadas, han llamado la atención de algunos curiosos, entre los cuales se encuentra una periodista. Hace una semana ella se comunicó conmigo con el fin de organizar un encuentro para la prensa (varios medios) y realizar notas y/o entrevistas sobre la obra en cuestión. Pasados unos días, un profesor de la universidad me llamó algo preocupado por el gran interés que “Invisible“ había generado en la prensa y que desde el comité de organización no veían con buenos ojos que la escultura tuviera tanta pregnancia en el festival, ya que podría opacar otros eventos (conciertos, charlas y más conciertos…). Luego de su consternado prólogo, este profesor me propuso, sin más, que en vez de una semana, la escultura se presentase sólo un día, el último día del festival (el próximo 30 de abril). Ante esta propuesta sin sentido (y hasta irrespetuosa) respondí que la obra requería de un mínimo de una semana para llegar al público, y que había un grupo de artistas trabajando en el proyecto (programadores, músicos y hasta buzos) a los cuales, por respeto, no podía remitirles tal propuesta. Por otra parte, la municipalidad de la ciudad ya nos ha dado el permiso para el uso del espacio publico y los materiales electrónicos ya han sido comprados.
La charla terminó en un tono enrarecido. A las pocas horas el mismo profesor llamó nuevamente para decirme que se habían reunido con el presidente de la universidad y otros profesores de la comisión organizadora, y querían proponerme el siguiente “trato“: ellos me permiten exponer la escultura la semana entera, pero yo no debo hablar con la prensa al respecto, es decir, debo callar hasta el último día del festival. En un principio pensé que en esta especie de negociación que se estaba llevando a cabo, yo nada tenía que perder y que podía decir que “no“ a todo lo que me propusieran sin temer ningún tipo de represalia. Pero en un instante vino a mí la imagen de las 24 bicicletas esperándome en el patio interno de la universidad, a merced de los organizadores. Pensé también en la ligera ayuda económica con que la universidad aportó al proyecto, y que prescindir de esta financiación y conseguir un sponsor a estas alturas (la escultura se presentará el 23 de abril del corriente) sería casi imposible. Entonces, mi respuesta a todo este asunto fue un triste “sí“; que aceptaba no hablar con la prensa hasta terminado el festival.
Esto que parece un mero caso aislado de censura (con todo lo que eso conlleva), puede servirnos para entender un hecho preocupante que hace poco tuvo lugar en este país. Hace unas semanas el actual gobierno alemán recibió un fuerte revés político, cuando parte del pueblo alemán decidió por medios democráticos que su segunda fuerza política de representación sea el novel partido de extrema derecha AfD (Alternativa para Alemania). Esta agrupación política nace de la increíble y lamentable necesidad de parte de una sociedad, de extrapolar sus problemáticas más profundas a un otro culpable. Uno de los principales puntos en los que el AfD hace hincapié, son las políticas migratorias, por ejemplo qué hacer con los ahora en boga refugiados, y la incipiente (en realidad ya establecida) multiculturalidad germana. El circo neonazi ni se compara a la segregación sutil que el partido por la Alternativa para Alemania pretende implementar. Ellos ya se encuentran en el poder, elevando propuestas, tales como la iniciativa para que los teatros contengan mayor cantidad de música alemana en sus grillas de conciertos, para así reforzar en el público la conciencia de una tradición alemana. Esto que pudiera pasar desapercibido, es nada más ni nada menos que un siniestro intento por intervenir los espacios culturales con el fin de dejar bien en claro qué es arte alemán y qué no lo es. La propuesta para crear campos de contención (concentración) para refugiados, situados en la frontera alemana.
En una pequeña ciudad del norte de Alemania, en la cual, como en cada ciudad de Alemania, hay placitas donde los niños hablan dos idiomas maternos, en donde sólo un cuarto del alumnado de las universidades, por ley, debe ser alemán; en esta ciudad, como en tantas otras ciudades, profesores de una institución educativa, con formas impecables y aparente respeto, aplican la censura sobre la obra de un estudiante extranjero que ha dejado de lado a Brahms y sus amigos académicos, para desarrollar una forma de arte que pretende acercarse a la realidad, acercarse a esos comportamientos invisibles que subyacen bajo una resplandeciente sociedad alemana.
(*) Pettoruti es un músico platense que reside en Alemania desde hace varios años
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