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La Ciudad |MUSICA, FISICA, ARTE Y AUTOS ANTIGUOS

Tesoros ocultos en los museos platenses

La Plata tiene museos de todos los colores y tamaños. Pero algunos casi ni se conocen. Un tubo de llamas que hace visible el sonido, obras de Carpani, silbatos de paloma que usaban los emperadores chinos y automóviles de 1910, son algunas de las piezas que estos museos atesoran y que muchos desconocen

Tesoros ocultos en los museos platenses

Museo del automóvil. El Ford T de 1917, uno de los clásicos de la Colección Rau

Por CLARISA FERNANDEZ

29 de Julio de 2017 | 04:03
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La Plata tiene más de 25 museos. Algunos son imponentes y famosos por su trayectoria, pero otros, de perfil bajo, son desconocidos o poco visitados por los platenses, aunque sus salas guarden piezas únicas en el mundo. En esta nota, todo lo que nunca le contaron sobre los tesoros escondidos en los museos platenses y que están ahí para ser visitados. Descúbralos.

El Museo de física funciona en la Facultad de Ciencias Exactas de la UNLP. Abrió en 1998, y desde entonces está dirigido por la Doctora en Física Cecilia von Reichenbach. Allí, el nombre de la fábrica Max Kohl es sagrado: nacida en 1876 en Alemania, esta fábrica elaboraba instrumentos de primer nivel para la enseñanza de las ciencias. En 1906, el entonces director del Departamento de física, Tebaldo Ricardoni, buscaba igualar a las universidades europeas de la época y encargó a Max Kohl unas 2.761 piezas que se convirtieron en el acervo principal del Museo. La fábrica, ubicada en la ciudad de Chemnitz, fue bombardeada durante la Segunda Guerra Mundial, pero su reputación internacional dura hasta hoy.

Mercedes Leoz estudió física médica. Hace siete años que trabaja en el Museo de Física, y en una frase rápida sintetiza su valor patrimonial: “En este museo está la colección de instrumentos de enseñanza de la física Max Kohl más grande de Latinoamérica”, sonríe. “Además, todas las piezas son de funcionamiento mecánico, y son utilizadas por los docentes en distintas materias”, agrega. A pesar de que la vista no alcanza para ver todo, entre las enormes vitrinas hay dos tesoros que llaman la atención: el tubo de llamas y la máquina de Wimshurst.

“El tubo de llamas es como un gran mechero de tres metros”, cuenta Mercedes. El tubo se conecta al gas y en el otro extremo se le pone una membrana (una tela de globo). Cuando se grita a través de la membrana el aire pasa con una frecuencia que hace vibrar las llamas. Así, va cambiando el modelo de onda cuando cambia la frecuencia y se ve la onda del sonido a través de las llamas. El entusiasmo de Mercedes va a en aumento a medida que hace la demostración, y el fuego vuelve visible lo invisible: el sonido.

Mercedes, junto con Flavia Villordo y Emanuel Fragapane, forman parte de un equipo más grande que también integran restauradores e investigadores que, durante años, vienen trabajando en el depósito del Museo. Clasifican y ponen en valor miles de piezas que quedaron perdidas o están en mal estado. “Es un trabajo apasionante y nos llena de orgullo poner en funcionamiento muchos objetos que ni se sabía qué eran”, acota Mercedes. En una de esas búsquedas encontraron, arrumbada la famosa máquina de Wimshurst, otro de los tesoros del museo que hoy, después de un año de restauración, funciona a la perfección.

Esta máquina, que se convirtió en el logo del museo, fue creada a fines del siglo XIX por el inventor británico, James Wimshurst. Con su forma de reloj, generaba cargas por inducción que producían descargas de energía eléctrica en una época donde sólo se conseguía electricidad a través de los rayos de tormenta. Emanuel apaga la luz, y acerca al chispazo un tubo fluorescente, que se prende intermitente y mágicamente, con la energía de Wimshurst.

La musica es parte del hombre

En el centro platense hay un edificio que pasa desapercibido por fuera pero asombra por dentro. Antiguo y reluciente, funciona allí el Museo de Instrumentos Musicales Dr. Emilio Azzarini. Antes fue la residencia del Dr. Alfredo Calcágno, presidente de la UNLP durante entre 1945 y 1946. Donado a la Universidad, alberga una colección de instrumentos de los cinco continentes, reunidos por Azzarini: médico veterinario, científico y coleccionista apasionado.

“La base del patrimonio del Museo proviene de la colección donada por la familia Azzarini a la Universidad”, cuenta Daniel Corigliano, encargado de los servicios educativos. Daniel conoció el museo en 1985, cuando fue inaugurado, porque le llegó una invitación para visitarlo con los alumnos de su clase de música. En las salas se exponen unos 800 instrumentos de todas partes del mundo que Azzarini compraba y recolectaba en sus viajes. Luego vinieron las donaciones de embajadas, instituciones y particulares. A eso se suman unos 3000 libros, revistas y partituras que están disponibles para consulta. Tango, jazz, blues, música de cámara: nada escapa a estas reliquias del siglo XVIII que perduran hasta hoy.

En la entrada, una vitrina protege una pieza pequeña que acapara la atención: el famoso ko ling. Hecho principalmente de caña y calabaza, este silbato era colocado en las plumas traseras de las palomas, para ahuyentar a las aves de rapiña mientras llevaban los mensajes. Además, lo usaban los emperadores en sus momentos de esparcimiento.

Las calles platenses esconden museos que pintan su historia y su memoria. Adentro, las vitrinas guardan tesoros ocultos que resucitan personajes, tradiciones y leyendas de una ciudad a la que aún le queda mucho por descubrir de sí misma

Azzarini estaba obsesionado con este instrumento al que había visto solo en libros. Hizo un dibujo y allá por los años 50 se lo dio a su amigo Javier Villafañe, destacado titiritero de la época, para que se los consiga en una de sus giras por China. Por destino o casualidad, Villafañe estaba descansando en el desierto de Gobi, cuando vio un campesino haciendo una pieza que resultó ser, mágicamente, el ko ling. Le compró los dos ejemplares que tenía: uno lo llevó a un museo de Pekín y el otro se lo trajo a Emilio. “El que tenemos acá debe ser uno de los pocos Ko ling en exposición permanente en el mundo”, afirma Daniel.

Pero la sorpresa no acaba ahí: en las vitrinas también están el Sitar, instrumento popular del norte de la India, el kultrún y dobro, de América, el pochette y didjeridoo de Oceanía, el clave y el arpa del siglo XIX, y los impresionantes muñecos autómatas: cajas de música en forma de niños y niñas que imitan los movimientos humanos, creados para las familias aristocráticas del siglo XVIII.

“Para nosotros la música es algo que tiene que ver con el desarrollo del hombre a lo largo de su historia, es una cosa social, es un hecho que viene con el ser humano, dentro de su contexto y de su vida”, cuenta Corigliano. El museo es visitado por escuelas y distintas instituciones de todos los niveles de enseñanza. Allí también funciona la Dirección de la Secretaría de Arte y Cultura y se organizan actividades y talleres para todas las edades.

Arte y Memoria

La oficina de Laura Ponisio, directora del Museo de Arte y Memoria de la Comisión Provincial por la Memoria, está atiborrada de cuadros, obras y papeles. Ella destaca la particularidad de este museo: el arte es visto desde la memoria del terrorismo de Estado, pero también de la vulneración de derechos más allá de la dictadura. “La justica, como concepto, se visibiliza en las obras en una mirada que parte desde el pasado pero llega al presente, un ejercicio que permita reflexionar, explique, haga sentido”, cuenta Laura.

Desde su creación, en 1999, la Comisión Provincial por la Memoria funciona como un organismo de derechos humanos que, si bien pertenece a la Provincia de Buenos Aires, es autárquico y autónomo, lo que le otorga independencia. “El Museo acompaña la actividad de la comisión mostrando productos plásticos de calidad, donde lo artístico impacte de una manera que el visitante se quede pensando, no siempre desde la literalidad, sino que el mismo espectador reconstruya el sentido”, resalta Ponisio.

La primera muestra del Museo, allá por el 2002, fue colectiva, y de ella participaron artistas reconocidos que trabajan con derechos humanos como Adolfo Nigro, Felipe Noé, León Ferrari, Diana Dowek, Carlos Alonso, Edgardo Vigo, Marcelo Broski, Daniel Ontiveros, Ricardo Carpani y Horacio Zabala. A pesar de que no todas están en exposición permanente, en el descanso de las escaleras cuelga un Alonso, y sus muros protegen un Carpani. En la entrada, un acrílico colorido de Pérez Esquivel da la bienvenida. Entre los documentos que se utilizaron para las muestras emblemáticas de Héctor Oesterheld y Roberto Santoro están los documentos de la Dirección de Inteligencia de la Policía de la Provincia de Buenos Aires (DIPBA), patrimonio de gran valor documental e histórico que se puede consultar.

“Lo que nos proponemos como museo es generar espacios artísticos para ayudar a sostener la democracia, entender de qué se trata, qué nos brinda”, cuenta Ponisio. Para eso, el Museo siempre trabaja con las escuelas a través de visitas guiadas y talleres. Además, se adaptan las muestras para hacerlas itinerantes y llevarlas a distintos lugares de la Provincia.

Pasion de cuatro ruedas

Un museo adentro de otro museo. Eso es el Museo del Automóvil Colección Rau. Según uno de sus creadores, Jorge Rau, el edificio es el más viejo de la ciudad en pie, porque data de 1875. Jorge cuenta que primero fue una capilla, después un inquilinato, una fábrica de zapatos y “no sé cuántas cosas más”. Pero eso es historia, y una historia muy bien conservada en este museo que tardó 22 años en abrir. Cuando lo hizo, finalmente, en el 2006, Cecilio, el hermano de Jorge con quien éste construyó e ideó el lugar, había fallecido hacía cinco meses.

Cecilio no llegó a ver el museo terminado pero fue una de las almas de su creación: para respetar la estética antigua colocó cenefas, compró un aljibe de mármol de una sola pieza y una salamandra a una familia platense, consiguió los aparatos que conectaban los cables del tranvía y mandó a hacer a Capital los pisos de los baños con baldosas chiquitas, como las de antes. Jorge, al frente de una casa de remates que funciona desde hace 51 años, juntaba piezas antiguas y las acondicionaba para el museo.

Los hermanos Rau nacieron en La Plata, y a Jorge le gustan los autos desde que tiene uso de razón. A los 18 se compró un Ford T modelo 27, con el que viajaban a Mar del Plata con Cecilio. Era un viaje de 10 horas y media. Llevaban una carpa y una caja de herramientas porque tardaban dos días. Para 1985 tenían ocho autos guardados en un galpón y empezaron a pensar en comprar un lugar más grande para convertirlo en museo. Entonces vendieron el galpón y compraron el edificio actual, que en ese momento estaba para reconstruir, y del que quedan las cabreadas y paredes de ladrillos de barro originales.

“Viajábamos miles de kilómetros para ver los objetos, y muchas veces volvíamos sin nada”, recuerda Jorge. Los “dateros” y la revista Segunda Mano eran los informantes clave para conseguir no sólo autos viejos, sino también globos surtidores de opalina, carteles enlozados, y almanaques originales de Molina Campos, de quien Cecilio era fanático. “Todavía tengo como diez autos más para terminar, pero tendría que vivir hasta los 320 para poder verlos”, se ríe Jorge. Y esto es porque cada auto lleva un proceso de restauración que puede tardar entre 3 y 20 años, dependiendo del estado de la pieza y de los accesorios que haya que comprar. “Muchas veces las ruedas hay que comprarlas en Estados Unidos, o los interiores de madera mandarlos a hacer con artesanos que se dediquen a estas cosas, que son pocos y cobran mucho”, apunta Rau.

Recorrer el museo de los Rau pone la piel de gallina: un Ford T de 1917, otro de 1925, un Messerschmitt del ´59, un Ford Crown Victoria del ´55 y un Monoposto del ´42. Carteles de Quilmes de 1924, más de 32 globos surtidores originales, trajes de soldados ingleses, vestuario y objetos de todo tipo. Además, un barcito de muebles antiguos invita a tomar algo al final de la visita. La pasión y la historia atraviesan las paredes, y se siente.

 

Guía de museos
Museo de Instrumentos Dr. Emilio Azzarini: calle 45 entre 6 y 7 Nº 582. Teléfono: 424-0401. Lunes a viernes de 10 a 13 hs. Lunes, Miércoles y viernes de 15 a 17 hs. Cerrado en vacaciones.

Museo de Arte y Memoria: calle 9 entre 51 y 53 Nº 984. Teléfono: 483-5590. De martes a viernes de 14 a 19 hs. Sábados de 16 a 20 hs.

Museo de Física: calle 115 y 49, Depto de Física (detrás del patio del Colegio Nacional). Teléfono: 423-0122 interno 256. Lunes y miércoles de 14 a 17 hs. Martes, miércoles, Jueves y Viernes de 9:30 a 12:30 hs.

Museo del Automóvil Colección Rau: calle 1 entre 34 y 35 Nº 121. Teléfono: 221 (15) 502-5153. Días y horarios de visita: sábados, domingos y feriados de 15 a 19 hs.
 

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