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Tras crecer en la calle y ser abandonado por su mamá, Damián, de 5 años, quedó a cargo de un tío abuelo, padre de cinco hijos, quien hace unos días tomó la dura decisión de entregarlo porque ya no podía darle de comer
Nicolás Maldonado
nmaldonado@eldia.com
Hijo de una mamá joven con retraso madurativo, Damián, creció en la calle. Durante sus primeros cuatro años de vida su único hogar fueron los trenes, los semáforos y las veredas de la ciudad. El año pasado, luego de que su madre fuera internada en Romero por una crisis de abstinencia al paco, Damián quedó a cargo de un tío abuelo que aceptó hacerse cargo de él. Aunque es padre de cinco hijos y apenas le alcanza para sobrevivir, José, que vive en Villa Montoro, adoptó a Damián como un hijo más. Lo llevó por primera vez a un control médico, le sacó el documento, lo hizo vacunar, lo anotó en un jardín… el chico conoció así por primera vez lo que era un hogar. El mes pasado, sin embargo, ese hogar se vio jaqueado por la realidad del país. Por la escasez de changas propia del verano, José se vio frente a una situación límite. Sin dinero suficiente para darle de comer siquiera a los suyos, salió a golpear puertas en organismos del Estado en busca de ayuda y a falta de respuestas tomó una decisión de la que nunca se había imaginado capaz: a principios de este mes llevó a Damián a la secretaría de Niñez de la Provincia y lo entregó. Desde entonces el chico vive en un hogar de abrigo junto a otros nenes en su misma situación. En la casa de José las carencias no han dejado de ser menos desesperantes, pero él y su familia no paran hoy de buscar la forma de recuperar a Damián.
Acaso una entre cientos de historias de un sector de la sociedad que convive con la angustia de no tener para comer, la de José Oyarse (45) conmueve especialmente por la crudeza y el empeño por salir adelante en medio de la adversidad. Y es que el drama no ha dejado de golpear a su familia. De hecho, quizás su nombre resulte familiar dado que en los últimos años apareció varias veces en este diario: primero por la muerte de su sobrino Pedro, asesinado por la llamada “Banda de la frazada”; luego por el secuestro del propio Damián.
Pedro tenía 12 años y vendía flores en el centro de La Plata para ayudar a su mamá cuando un grupo de chicos que vivía en la glorieta de la plaza San Martín lo increpó para robarle unas monedas y terminó clavándole una botella en un pulmón. El episodio ocurrió el 14 de octubre de 2008 a las seis de la tarde en la esquina de 8 y 49 y le causó la muerte tres días después. Sus agresores no eran mucho mayores que él: tenían entre 14 y 16 años de edad.
Tiempo después del asesinato de Pedro, una de las hermanas de José Oyarse, María Elena, falleció de un cáncer de útero a los 36. Su muerte temprana dejó a su hija Analía en una situación desesperada que la llevó a buscar refugio en la calle. La chica, que había nacido con un retraso madurativo, pasó así de la Escuela de Educación Especial de El Carmen a mendigar en los trenes y comer de las bolsas de basura que sacan los restaurants.
“Analía empezó a agarrar la calle a los 16 y desde ese momento casi que la dejamos de ver. Se había hecho de un grupo de amigos que estaban en la misma que ella y se fue a la capital donde vivía de mendigar”, cuenta José, quien casi no había tenido contacto con su sobrina hasta que hace tres años reapareció en Villa Montoro con un bebé en los brazos y le contó que lo había tenido estando en la calle: era Damián.
Si de algo se siente orgulloso José Oyarse es de su familia. Papá de cinco hijos que tienen entre 2 y 18 años, siempre la peleó junto a su esposa María Cristina para darles comida y educación. A tres cuadras de El Palihue, un barrio donde muchos chicos dejan la escuela en segundo año, el hecho de que su hija mayor haya terminado el secundario y el resto estén todos escolarizados representa para José uno de los mayores motivos de satisfacción, lo que no es poco considerando lo duras que han sido las cosas para él.
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Tras toda una vida de trabajar en la construcción, incluso en grandes obras como las del Estadio Unico y la Catedral, un agravamiento de su diabetes lo dejó hace cuatro años fuera de ese mercado laboral. Como muchos de sus vecinos, José comenzó entonces a sobrevivir de changas: de lunes a viernes cortando el pasto o haciendo tareas de mantenimiento, y los fines de semana atendiendo la guardia telefónica del Municipio, donde tiene su único ingreso fijo, 7.900 pesos al mes.
Pese a sus escasos recursos, cuando el invierno pasado Analía apareció en su casa en busca de ayuda no dudó un segundo en abrirle la puerta y hacerle un lugar su hogar. “Cayó como a las doce de la noche con su novio, un flaco con el que hacía nueve meses que pateaban la calle juntos, y traía también a Damián. Como hacía mucho frío, hice lo posible para convencerlos de que no volvieran a la calle con la criatura. Hablé con ellos y les ofrecí armarles una pieza donde pudieran quedarse. Nunca me imaginé que las cosas iban a terminar así”, cuenta José.
El 30 de agosto del año pasado, apenas unos días después de que regresara a Villa Montoro, Analía despertó a los gritos al descubrir que su novio se había ido llevándose a Damián. La denuncia policial por la desaparición del chico desató una intensa búsqueda a la que se sumó el propio José. Durante toda una semana acompañó a los agentes de la DDI para buscarlo en la Villa 31, los alrededores de la cancha de River, el barrio Chino de Belgrano y otros lugares por donde la pareja solía parar.
“Cuando ya empezábamos a temer lo peor, la policía logró finalmente dar con Damián. Estaba en una casa de Turdera, triste, sucio y muerto de hambre porque hacía varios días que no comía bien. Ahí nos enteramos de que la pareja de Analía se lo había llevado para pasearlo en una silla de rueda pidiendo plata para comprar drogas. Cuando fui a buscarlo a la comisaria, se me colgó del cuello y no me quería soltar”, recuerda José.
Luego de aquel episodio, José Oyarse logró que un juzgado de Familia de La Plata lo designara a cargo del cuidado tanto de Analía como de Damián. Eso no impidió sin embargo que la chica volviera a la calle. “Al poquito tiempo de estar con nosotros, sufrió una crisis de abstinencia por el paco y la tuvimos que internar. Pedí asistencia psicológica en el gobierno de la Provincia para que pudiera mejorar y hacerse cargo de su hijo, pero nadie me dio bola. Y como en el Hospital de Romero tampoco podían retenerla, le dieron el alta y desapareció”, relata José, quien desde entonces no la ha vuelto a ver.
Después de la desaparición de Analía, Damián comenzó a vivir con la familia de José como un hijo más y “en poco tiempo mejoró un montón: se hizo de amigos en el barrio, aprendió a andar en bicicleta, dejó de usar el lenguaje que traía de la calle y empezó a respetar más. Y en octubre, cuando cumplió los 5, tuvo la primera fiesta de cumpleaños de su vida”, relata José con angustia al pensar en la dura decisión que tomó apenas cuatro meses después.
“No dejo de arrepentirme de lo que hice pero en ese momento no podía hacer otra cosa –reconoce-. La situación se complicó mal: me quedé sin changas y, como estaba atrasado con la cuenta del almacén, saqué un crédito para pagarlas, con lo que me enterré todavía más. La situación me desbordó”.
“Empecé a golpear puertas por todos lados. Fui a la secretaría de Niñez de la Provincia, a la dirección municipal de Niñez, a la gobernación… no para pedirles un subsidio ni plata, sino algún trabajo más para mí o para mi mujer… cualquier cosa que nos ayudara a salir adelante, pero nadie me escuchaba”, cuenta José intentando explicar lo que hoy considera “la peor decisión que podía tomar”.
El 5 de febrero pasado, después hablarlo con su mujer, despertó a Damián, lo cambió y lo subió un micro en dirección al centro de La Plata. Como había hecho los días previos, se dirigió a la secretaría de Niñez de la Provincia y pidió hablar con su titular que, según le dijeron, estaba en una reunión. A falta de algún funcionario que lo atendiera, le explicó entonces a una secretaría la razón por la que estaba ahí. En vano intentaron convencerlo de que no podía dejar al chico en ese lugar. Le dio un beso y se fue.
Desde aquel día, Damián vive en el Hogar Angel Azul, una casa de abrigo del Barrio Hipódromo que aloja a unos veinte chicos de entre 3 y 18 años de edad. Cada miércoles, durante la hora semanal que le asignaron, José Oyarse va a visitarlo y se queda un rato charlando con él. “Me pregunta siempre por el bebé, por Mari, mi señora, por los vecinos… y cuando se acerca la hora de despedirnos me dice que quiere irse a casa conmigo. Yo siempre le digo que pronto va a estar de nuevo con nosotros. ¿Qué puedo decirle? Tiene 5 años y no tiene la culpa de las estupideces de los adultos”, reflexiona José al reconocer que no sabe cómo va a hacer, pero que no va a parar hasta poder tenerlo con él otra vez.
Hace tres años su sobrina apareció con un bebé que había tenido estando en la calle: era Damián.
“Al poquito tiempo de estar con nosotros sufrió una crisis de abstinencia por el paco y la tuvimos que internar”
“No dejo de arrepentirme de lo que hice pero en ese momento no podía hacer otra cosa”
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José Oyarse, junto a Mari, su mujer, y cuatro de sus cinco hijos en su casa de Villa Montoro, hasta unos días el hogar de Damián
En agosto del año pasado, Damián fue secuestrado por una pareja de su madre que lo usaba para mendigar
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