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Espectáculos |Última chance para ver |Una comedia romántica para el silgo XXI

“Love”: encontrando el amor en medio de la tóxica vida moderna

La serie de la factoría Apatow llegó a su fin la semana pasada, tras tres temporadas que pueden “atraconarse” en Netflix

“Love”: encontrando el amor en medio de la tóxica vida moderna

Gillian Jacobs y Paul Rust, protagonistas de “Love” / Netflix

18 de Marzo de 2018 | 04:18
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La fórmula de la Nueva Comedia Americana, desarrollada por Judd Apatow y sus secuaces en buena medida, tenía un objetivo: tomar las convenciones de la comedia romántica y ponerla patas para arriba. Así, al género más amable, Apatow agregó en una serie de películas y shows producidos por él personajes vagonetas, traumas y neurosis del siglo XXI y una catarata de creativas puteadas. La trama, en cintas como “Ligeramente embarazada” o “Funny People”, avanzaba por las “macanas” que se mandaban estas criaturas, muchas veces bajo el influjo de las drogas y el alcohol. Los finales felices no estaban garantizados, y sus mejores cintas exploran amargos cabos sueltos, resultado de que algunas “macanas” no tienen vuelta atrás.

“Love”, la serie de Netflix que estrenó su tercera y última temporada el pasado viernes, funciona casi como un resumen de su estilo, sus preocupaciones y sus obsesiones, y curiosamente no es una serie exclusivamente de su autoría. O no tan curiosamente, dado que el creador de la seminal “Freaks and Geeks” (de donde emergieron Seth Rogen, James Franco, Jason Segel y más) ha apadrinado a varias estrellas de la comedia y acompañado sus proyectos creativos desde diversos lugares: desde Rogen (que escribió varias cintas, incluida “Pineapple Express”) y Segel (guionista de “Como olvidar a tu ex”) hasta Adam McKay (“Step Brothers”, “Anchorman”) y Nicholas Stoller (“Get him to the greek”) son vastos los ejemplos de actores y creativos que han sido abrazados por Apatow en su rol de productor y mecenas de la nueva comedia.

En el caso de “Love”, los apadrinados son Paul Rust y Lesley Arffn: pareja en la vida real, escribieron junto a Apatow la historia de dos jóvenes aparentemente opuestos que, como dicta el manual de la comedia romántica, terminarán encontrando en sus diferencias un equilibrio, un complemento.

Arfin y Rust escriben su propia experiencia de vida, en clave de ficción, en la serie. Él es en la serie un incómodo y torpe aspirante a actor y escritor (en la vida real ha trabajado en cintas como “Bastardos sin gloria” y ha escrito para “Arrested Development”, entre otros shows), un muchacho del amable Medio Oeste que llega a la cruel Los Angeles para que lo pisoteen una y otra vez: la esperanza se vuelve frustración, ira y depresión maquillada siempre por esa sonrisa obligatoria en el interior de Estados Unidos. Ella (en la serie, la magnética Gillian Jacobs) es una chica cool pero dejada, sin rumbo, de una belleza rara y bastante fuera de la liga del narigón del Medio Oeste, que atraviesa una tóxica relación con el alcohol y otros modos de evasión.

EL GÉNERO PATAS PARA ARRIBA

Juntos transitan durante las tres temporadas que dura el show los lugares comunes de la comedia romántica: ese primer encuentro (el “meet cute”), los primeros desencuentros, las primeras citas, la incomodidad general, las dudas, los celos, los engaños. Pero también transitan otros aspectos poco explorados en el género: el círculo vicioso del alcoholismo, la codependencia que generan las relaciones entre “almas rotas” y “salvadores”, la presión que se imponen los hombres y la resultante frustración masculina por no alcanzar las expectativas y otras neurosis de la vida moderna irrumpen en el tradicional “se juntarán-no se juntarán” para realizar una pintura de las relaciones en el tóxico siglo XXI.

Claro: como la relación de los protagonistas, como la vida, la serie no es perfecta. En el caos de retratar el torbellino de la vida, aparecen tramas inconducentes (por ejemplo: el personaje de Arya, que había ganado minutos a puro nepotismo -la interpreta una de las hijas de Apatow-, es casi protagonista de la primera parte de la última temporada, pero sus traumas y problemas terminan sirviendo solo de excusa para avanzar la trama del dúo protagónico; en ese sentido, los personajes secundarios a menudo coquetean con la caricatura). Hay también pasos de humor fallidos o exagerados; y una igualación del éxito profesional y la realización individual que es marca registrada de la factoría Apatow: las comedias de Apatow tienen el corazón desfachatado, pero la mente un poco conservadora.

Pero el corazón del programa late fuerte hasta su episodio final, revelando desde un guión repleto de matices las frustraciones de la vida moderna, la tramitación siempre escondida, vergonzosa, de esos traumas en una sociedad que empuja a sonreír todo el tiempo, una tramitación siempre viciosa (el alcohol y la ira son solo síntomas); y los vínculos tóxicos que devienen de esa relación con uno mismo.

Y, al final, como una especie de final feliz (que sonaría a una solución desde la máquina si no fuera porque Rust y Arfin están casados), la esperanza de que a pesar de que esa toxicidad está en nuestra sangre, contamina nuestros órganos y nuestros pulmones con su torrente omnipresente, nos atraviesa y se vuelve carne, con autocrítica y, sobre todo, abriendo las orejas, se pueden encontrar conexiones en este mundo, paradójicamente, tan inconexo.

 

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