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El pizarrón que contó la violencia y la muerte

19 de Mayo de 2018 | 02:22
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Por R. CLAUDIO GÓMEZ
rclaudiogomez@gmail.com

Le adeudamos al novelista francés Georges Bernanos (1888-1948) la siguiente idea: “Es la fiebre de la juventud lo que mantiene al resto del mundo a la temperatura normal”.

El autor de “Bajo el sol de Satanás” fue, curiosamente, un pesimista. Un escritor dedicado a exaltar la debilidad humana y su condición de constituirse en los extremos del bien y del mal. Para evitar esa obstinada exageración de los hombres hacia los límites trágicos de su existencia, encontró un remedio y lo llamó juventud.

En la juventud reside el equilibrio; es el anticuerpo que se opone a las tragedias. La Historia pone en evidencia el poder joven y su intención de acomodar las cosas a fuerza de audacia, de rebeldía y, sí, también a partir de su propia naturaleza, muchas veces, arrogante.

Es la juventud la encargada de poner los asuntos en su lugar por prepotencia vital.

La juventud es una mezcla de infancia y adultez, pero también de naturaleza y cultura. La pulsión física arroja a los jóvenes a la rebelión. Eso es natural. La cultura los recubre del aura inspiradora y esperanzada de que el mundo puede ser más justo; acaso más justo que el que les toca vivir.

“La docente exculpó a Hitler por la muerte de millones de judíos porque también mataron Stalin y Mao”

 

Por ello, la formación de los jóvenes se constituye en una instancia clave del desarrollo social. La formación que reciben, plagada de estímulos positivos y negativos, guían su norte. La juventud pulsa en cada vena y en cada vena se detiene. La juventud es herencia y acción. Cada clavo penetra su frágil pared, aún los más oxidados, acerca de los cuales Almafuerte dedicó unas letras.

Los pizarrones necesitan palabras nuevas, porque ellos son viejos como instrumentos. Pero nunca deben convertirse en los soportes de la violencia o la muerte.

Es cierto que hay circunstancias que son ajenas al orden del anhelo en cuanto a las expectativas que los adultos colocamos sobre ellos. No somos, por cierto, su mejor ejemplo. Tal vez pretendamos mucho, cuando deseamos colocar sobre sus espaldas una versión mejorada de nosotros mismos. Pero el ahínco que ponemos en criticar sus conductas es sencillamente inexorable. El rango etario nos desprende de cualquier responsabilidad, porque, en definitiva “es su vida”.

Esa vida tiene nuestra huella también. Y en ella están los símbolos de la educación (en el concepto más amplio que podamos concebir para el término) que han recibido de nuestra humilde parte.

Y allí aparece Hitler y una profesora de la materia Construcción Ciudadana, quien considera que “lo trataron como un demonio, pero no fue tan así”. Hitler no es un nombre es una idea, acaso una reiterada y odiosa reivindicación de la que escuchamos hablar demasiadas veces, por diferentes motivos, en este tiempo un tanto abúlico.

Con la soltura de Julia Roberts en una publicidad de perfume, la docente no sólo reivindica las cosas que Hitler “hizo bien”, sino que lo exculpa de la muerte de millones de judíos porque también mataron Stalin y Mao. Y los Estados Unidos. Y si de justificar se trata, el retrato del autor de uno de los máximos genocidios de los que se avergüenza la sociedad se apacigua en la memoria de que los judíos siempre fueron muy “reservados”, prestaban plata con interés y no colaboraron con su capital en la reconstrucción alemana. Qué otra cosa puede hacerse con esa raza, sino aniquilarla.

Los diarios y las páginas web muestran con crónicas y videos la clase, tan magistral como la caca de un gorrión. Y bien lo hacen. Sin ironía lo decimos: a este video hay que viralizarlo. Y que llegue hasta Israel, para sensibilizar a los salvajes soldados que balean a los palestinos civiles y a toda comunidad mundial que crea que por medio de la violencia de moda, cuando los vientos geopolíticos soplan a su favor y supongan que están exentos de la atrocidad.

Esta profesora no es una excepción. Tal vez sea original, pero no es excepcional. Es necesario que nos miremos en ella, porque es joven. Es parte de la juventud. Es también nuestro producto. Su enseñanza abre un camino, que afortunadamente no es el único, pero sí el más pernicioso para la construcción de la juventud, para la construcción ciudadana de la libertad, la responsabilidad y el derecho.

 

(*) Consejero General de Cultura y Educación

 

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