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La Ciudad |Historias platenses

Vida y obra de peruanos que La Plata adoptó

Distintas generaciones hablan sobre cómo fue llegar a la Ciudad, adaptarse a una cultura distinta y hacerse camino

Vida y obra de peruanos que La Plata adoptó

El festejo del Perú platense el último 28 de julio por el día de la Independencia / Gentileza del Consulado General del Perú en La Plata

MATÍAS KRABERhistoriasplatenses@gmail.com

11 de Agosto de 2018 | 03:28
Edición impresa

La primera oleada de peruanos llegó a La Plata en la década del 60. La mayoría vino a estudiar medicina a la UNLP en una época que explotaba tanto la literatura como el folclore latinoamericano.

Se instalaron en Villa Argüello, esas manzanas de casas que se desprenden detrás de la 122 entre 50 y 72, en Berisso. La elección de la circunvalación se debió a la cercanía con el circuito de facultades. Con los años, también se fueron afincando en El Dique, en Ensenada.

Según datos oficiales del Consulado del Perú hay unos 16.000 migrantes peruanos en el Gran La Plata, aunque estimaciones hablan de al menos 40.000. Eso la convierte en una de las colectividades más pujantes de la Región.

La mayoría de ellos vuelve a Perú en Navidad o cada mes de octubre para la Procesión del Señor de los Milagros. Sin embargo reconocen que en Argentina también “se festeja la peruanidad y se convoca a toda la colectividad para nuestras fechas patrias o religiosas. Hemos podido trasladar nuestras fiestas”, cuenta Jaime Ávila (53).

Adaptación a los cambios

Llegó del barrio Lince de Lima a Buenos Aires en marzo de 1984. Él tenía 18 años y había ganado un cupo para estudiar Ingeniería Mecánica en la UNLP. “Yo soy el único que emigró de mi familia, y la necesidad de irme del Perú tuvo también que ver con la coyuntura social y política que se vivía”. Con sus dos años de ciclo básico aprobados comenzó a dar clases particulares de Física, encontró a su compañera un verano de regreso a Lima, al año siguiente ella pudo venir y se fueron a vivir juntos a un departamento en el centro. Jaime cuenta ese momento de quiebre cultural que sintió cuando se alejó de la UNLP.

“Sentí muy fuerte al cambio cuando tuve que salir de la Facultad y comencé a trabajar por mi cuenta y abrirme a otra gente. En la UNLP estaba contenido y dentro de la comunidad peruana: torneos de fútbol peruanos, fiestas peruanas, gente de Lima, Trujillo, Chiclayo, Piura. Sin embargo, tiempo después nacieron mis 3 hijos y todo fue distinto”, cuenta y hace una pausa para recordar lo que añora: “Sí extraño mucho la playa. Ver la costa en Lima me encanta y caminar por Barranco mientras distingo los olores a comida de las cantinas”.

Beto, el médico de la familia

Llegó a La Plata en 1973 empujado por tres amigos de su barrio que también ingresaron a Medicina y se alojaron en una pensión de 3 y 62. Ellos dejaron, él tardó siete años en recibirse.

La necesidad de irme del Perú tuvo también que ver con la coyuntura social y política que se vivía”

Jaime Ávila Informático

Este negocio nació porque extrañábamos mucho las comidas del Perú. La comida es un orgullo”

Anita Comerciante

Algunas fiestas se extrañan por su colorido. Acá todos los meses de octubre la comunidad se reúne”

Beto Espinoza Médico

 

Beto Espinoza (65) logró su título en 1981 y se casó con Alicia, una mujer argentina con quien formaron una familia y tuvieron 3 hijos que hoy son todos profesionales. “Yo fui el único que se quedó estudiando en Argentina de mis conocidos. Hay muchos en EE UU y mi familia tuvo que emigrar a Canadá: tengo mis cuatro hermanos y mi padre en Montreal”, relata Agliberto, hoy jubilado con 32 años de servicio y feliz de vivir cerca de sus hijos y nietos en Parque Sicardi. Con respecto al desarraigo, él cuenta que “algunas fiestas se extrañan por su colorido, pero por ejemplo acá todos los meses de octubre la comunidad se reúne en la Iglesia Medalla Milagrosa en Berisso y hace su recorrido hasta la Catedral. Ese día, yo prendo unas velas en homenaje a mi madre y a nuestra tradición”.

Anita, y el almacén

El 1 a 1 la sedujo a venir en plena década del 90. Integró otra oleada de peruanos que llegó al país por la paridad cambiaria y que multiplicaba por cuatro las remesas. Anita dejó a su hijo Freddy con sus padres en su Trujillo natal y vino sola. Le quedaban sus últimos dólares cuando consiguió un trabajo en una sandwichería de Los Hornos y pudo mudarse con dos paisanas a un departamento mientras gastaba lo mínimo para ahorrar.

Pasaron años así: entre el correo, la sandwichería y las llamadas a Trujillo. En el medio conoció a su actual marido, hijo de peruanos estudiantes en la UNLP, y proyectaron el comercio que se convirtió en el punto de encuentro de la colectividad en 122 entre 67 y 68: un almacén que reúne productos como la Inca Cola, chocolate de Cuzco o especies claves para la gastronomía andina como el Ají Panca, ají amarillo, maíz blanco o la chicha jora que sirven para preparar platos clásicos como el Picante de Gallina, Lomo Saltado o papa a la Huancaína.

“Este negocio tiene 16 años y se convirtió en un lugar de encuentro para los peruanos. Nació porque extrañábamos mucho las comidas del Perú y a muchos peruanos les pasaba lo mismo. Para nosotros la comida es un orgullo y una identidad de familia”, cuenta Anita que estará los dos días con su stand gastronómico en Perú Vive.

Miguel, el hombre de los envíos

Primero quiso ser odontólogo como su padre pero el cruce fortuito con un amigo peruano en Buenos Aires lo hizo participar de una génesis: ARGENPER, una empresa de recibo y envío de dinero fundada en 1991 que hoy tiene más de 36 sucursales por todo el país incluida La Plata en la que Miguel Bustos (53) es el administrador junto a su esposa Florencia Mariños (55).

Fue en 1987 cuando Miguel llegó a Buenos Aires para vivir en Núñez y estudiar en la UNLP. Con el tiempo su padre no pudo mandarle más dinero y entonces se ofreció para trabajar en ARGENPER de La Plata.

“Recuerdo aún las palabras de mi compadre: ‘¿Tanto tiempo te has demorado en pedirme trabajo?’. Así que nos vinimos a una casa de 58 y 14, con nuestra hija, y empezamos de abajo en una sucursal que recién arrancaba. Nació nuestro hijo Lucas, creció la empresa, los chicos terminaron de estudiar y la mayor ya vive sola”, sintetiza Miguel los 21 años con su familia en la ciudad al frente de una sucursal que le permitió echar raíces Argentinas al mismo tiempo que ser un satélite del Perú.

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