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La Ciudad |LOS CASOS DE VARIOS PLATENSES QUE ENSAMBLAN UNIVERSOS REPLETOS DE TESOROS

Coleccionar cosas, una pasión que no sabe de imposibles

La historia detrás de cada objeto, las peripecias para conseguirlos y la dedicación puesta para que brillen en vitrinas, estantes o incluso a los ojos del público en general

Coleccionar cosas, una pasión que no sabe de imposibles

La colección Rau comenzó a armarse cuando Jorge (foto) y Cecilio compraron su primer Ford T, a mediados de los ‘50 / Dolores Ripoll

CECILIA FAMÁ  |  cfama@eldia.com

27 de Agosto de 2018 | 02:11
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Despojado de coleccionistas, el mundo viviría quizás una suerte de presente continuo; sin la dedicación y la intuición de quienes buscan, seleccionan y organizan para la posteridad obras de arte, libros, esculturas, objetos singulares, los museos y las galerías dejarían paso al frenesí del día a día engulléndose las bellezas y curiosidades de la historia. En nuestra ciudad, existen destacados exponentes de una actividad a la que las palabras “afición” o “hobby” les quedan chicas; varios de ellos, incluso, están dispuestos a revelar sus gemas ante quienes quieran conocerlas.

El puntapié inicial de estas antologías materiales sofisticadas o exhaustivas -o ambas cosas a la vez- es a menudo un literal juego de niños; hacer rodar un autito a escala por un patio soleado puede evolucionar en la creación de un museo con pocos paralelos en el país; identificarse con una banda de rock o una película, puede llevar a pasar horas ante una computadora, hacer viajes y gastar pequeñas fortunas por un muñeco, un libro o el programa de mano de una gira de hace veinte años.

De eso se trata. De conectarse con una etapa especialmente feliz de la vida, de conservar una porción de infancia, de preservar o inaugurar un legado familiar, de rescatar piezas y cosas de una inmerecida obsolescencia. Quienes acopian objetos a lo largo de los años se convierten también en historiadores. Conocen origen, detalles y curiosidades de aquello sobre lo que posaron sus lupas. Lo hacen naturalmente, con total familiaridad, pues eso que aprecian es parte de su familia, y no es raro que su entusiasmo contagie a sus seres queridos.

“MI COLECCIÓN SE PAGA A SÍ MISMA”

¿Es caro ser coleccionista? Leandro Devecchi dice que a veces sí, pero que él tiene como premisa que su colección se pague a sí misma. “Siempre me he dedicado a comprar y también vender... Hay cosas que las compro por partida doble y otras que las adquiero, aunque ya las tenga, si veo que son una buena oportunidad de reventa o sé que a alguien que conozco le faltan”.

Desde mediados de los ‘90 este dibujante, humorista y conductor de radio de City Bell se fanatizó con Les Luthiers, porque según considera “son únicos; es admirable lo que hacen”. Si bien los seguía y tenía sus discos, el punto de inflexión fue un espectáculo de los músicos y humoristas que fue a presenciar en el teatro Coliseo Podestá.

“El programa de mano de ese show era un poster desplegable que se convertía en una lámina de más o menos 1.70 metros de alto. Era descomunal, con unas caricaturas hermosas. Era un especial por sus 25 años. Lo tuve pegado en la pieza hasta hace poco”, cuenta. “Ahí empecé a interiorizarme y me enteré de que cada espectáculo de ellos tenía un programa de mano con un diseño y una gráfica totalmente distinta. Entonces arranqué a investigar desde 1990 para atrás. Empecé a rastrear también vinilos, y muchas veces llegué a comprar vinilos que tenían adentro viejos programas de mano”, agrega.

La devoción de Leandro por Les Luthiers llega al punto de haberlos conocido personalmente, haber compartido muchos momentos y hasta haber creado una amistad con uno de ellos, Carlos Núñez Cortés. “Él me ha regalado programas de los ‘70, folletería antigua y otras cosas”, recuerda Leandro, mostrando algunos tesoros de su colección: programas que son rompecabezas; otros que vienen en una caja; postales; láminas desplegables. “Todas obras de dos genios: Juan Bernardo Arruabarrena y Raúl Shakespeare” precisa.

“Tengo por ejemplo el primer programa del espectáculo que dieron en el Instituto Di Tella en 1970. Lo conseguí en San Telmo, de casualidad, a diez pesos. También discos firmados por todos los integrantes. Hay un disco firmado, que el que me lo vendió me lo dejó más barato ‘porque estaba escrito’”, se ríe Leandro, quien también atesora un vinilo firmado por los siete integrantes originales del grupo y su fundador. Una edición de 1973.

“La joya de nuestro museo es un Ford T único en el país y que hay pocos en el mundo”

Jorge Rau
Coleccionista

 

“De ellos, el que guarda el archivo es Núñez Cortés. Él archiva todo: audios, videos, gráficas. Tiene la historia del grupo en todos los formatos”, describe Leandro. Parte de esa colección de programas está en una caja enorme que tiene en su habitación, mientras el resto se distribuye en estantes y cajones: los libros, los cassettes, los magazines.

Leandro tiene dos formas de compartir su “pasión luthierana”: una es un grupo de Facebook que creó hace años y ya cuenta con dieciocho mil seguidores, y otra es su museo online, en el que cuenta la historia de cada una de las piezas de su colección. Para visitarlo, hay que ingresar a www.pasionluthierana.blogspot.com.

DE LOS AUTOS Y SUS ÉPOCAS

Hablar con Jorge Rau es un placer. Acaba de cumplir 80 años y es parte de la historia viva de la Ciudad. Su pasión por las cuatro ruedas y los motores lo hizo fundar el Museo del Automóvil Rau, en 1 entre 34 y 35.

Minuciosamente ambientado, el espacio es un viaje en el tiempo desde todo punto de vista, con las piezas de la colección expuestas en la que fuera la primera capilla de Tolosa, una construcción de 1875, con paredes de barro, cabreados originales, trece metros de frente y 35 de fondo.

“Mi amor por los autos empezó desde chiquito, cuando usaba pantalón corto y estaba todo el día con las rodillas negras de jugar en la pista que hacíamos con mi hermano en el fondo de casa para jugar con los autitos. En esa época eran unos chiquitos, ingleses, marca Dinky-Toys, que nos compraban en Bazar X y en el Bazar ‘El Alba’, que estaba en 48 entre 9 y 10”, recuerda este vecino que nació en La Plata y se crió en el barrio que está a espaldas de la Catedral.

El primer vehículo propio lo tuvo a los 18 años. “En mi casa me dijeron ‘moto no’, y aunque me podía comprar una Puma de la época, como mi familia no quería, con mi hermano nos compramos nuestro primer Ford T. Lo disfrutamos un montón, fuimos a Mar del Plata, hicimos muchos viajes; teníamos nuestra cajita de herramientas de madera, en la que había martillo, destornillador y alambre, ¡bastante alambre!”, subraya entre risas este fanático de todo lo antiguo que tiene en el patio de su museo un mostrador y una especie de réplica de un almacén de ramos generales, que los fines de semana disfruta con los amigos y visitantes.

“En la época de la facultad de Arquitectura -carrera que cursó hasta tercer año- arrancó mi gran pasión por los autos y empecé a comprar uno, otro. Con Cecilio, mi hermano, primero buscamos un garagecito para guardarlos, después también los poníamos en un terreno baldío, hasta que finalmente empezamos a buscar un mejor lugar, ya con la idea de hacer un museíto. Compramos esta propiedad en 1990 pero para abrir el museo estuvimos 22 años y cinco meses; lo restauramos todo, conservando todo lo original. Ambientamos todo de época, desde el patio con su aljibe hasta el baño, con el portarrollo de alambre y las perillas de luz y grifos de porcelana”, detalla con entusiasmo, acerca de cada una de las piezas que forman parte de su colección, que tiene como vedette una radio a kerosene de la primera Guerra Mundial y de la que llegaron algunos ejemplares a nuestro país a mediados de los años ‘50.

Por supuesto, las estrellas del museo son los autos, las motos y las bicicletas a motor. Todos vehículos antiguos que están en funcionamiento y que Jorge se encarga de arrancar, sacar a pasear y hasta lustrar. “Todo lo hago yo mismo; no se lo encargo a nadie”, afirma con orgullo.

“Nuestra colección tiene muchos años de dedicación y sobre todo, hay que destacar que hicimos todo sin un elemento: la computadora, que en la actualidad es fundamental. Pero nosotros todo lo que tenemos lo conseguimos viajando por todo el país, buscando, yendo a ver cosas que a veces eran grandes hallazgos y otras veces, un fiasco y volvíamos con las manos vacías”, dice.

Otro de los tesoros del museo son los 32 globos de surtidor de opalina, que eran la pasión de Cecilio. Hay muchos tradicionales y otros de marcas rarísimas.

“Para mí la joya de esta colección es un Ford T que es único en el país y del que no hay muchos en el mundo. Es de 1917 y tiene la pintura y la carrocería originales. Su carrocería lo hace exclusivo, porque es del tipo ‘car-town’, con su cabina separada”, cuenta Jorge, que comparte esta pasión por los fierros ahora con su hija Evelín (38), que -afirma- “es la única mujer que yo he visto, entre tantos desfiles y carreras, que maneja un Ford T”. A la mayoría de las exhibiciones van ambos, con su “ropería de época, de acuerdo al modelo de cada auto, como por ejemplo el casco que usaba Juan Manuel Fangio. Eso también es parte del gusto y la chifladura que tenemos”.

La última pieza de la colección de Jorge es un Renault de 1910 que “tiene 2,40 metros de altura y embrague mecánico a cuero”. Lo está poniendo a punto y para eso se encarga de todos los detalles. Ayer, por ejemplo, fue a la largada del Gran Premio de Recoleta-Tigre, porque iba a haber algunos modelos similares -incluso uno que perteneció al ex presidente Roca- y él quería analizar de cerca. “Llevo mi camarita de fotos digital y mi teléfono, porque ahora tengo uno que saca fotos”, cuenta.

¿Es caro ser coleccionista? Ahora sí, pero antes cuando nosotros comprábamos no. Nos decían que íbamos a tener gallinero para toda la vida. Nos cargaban porque decían que comprábamos cachivaches. Antes nadie juntaba cosas antiguas y ahora todo el mundo quiere enlozados, lámparas a kerosene y todas estas cosas con las que decoran casas y locales nuevos.

Jorge es maestro mayor de obras jubilado. Se lo puede ver por las calles de La Plata y Tolosa en su auto Unión DKW, del año 1957, con el que anda con frecuencia. También es el martillero de la Casa Durán, Remates Jorge de calle 1, y desde que tiene el museo -que dirige Evelín- también se encarga de las visitas guiadas de los sábados y domingos y también de las que hacen las escuelas los días de semana. El “Museo del Automóvil Rau” está abierto los sábados y domingos de 15 a 19.

“Tengo el primer programa del espectáculo que Les Luthiers dio en el Instituto Di Tella en 1970. Lo pagué 10 pesos”

Leandro Devecchi
Coleccionista

 

QUE LA FUERZA TE ACOMPAÑE

La colección de Martín Palazzo (44) es elogiada incluso entre los coleccionistas de Star Wars más acérrimos. Él se ríe de eso, pero cuando empieza a mostrar y a hablar de cada pieza no puede evitar una bien ganada sonrisa de satisfacción frente a cada una de sus quinientas reliquias especiales -y espaciales-, como los bustos de Darth Vader o Yoda a escala 1:1, “tamaño natural”, que exhibe en su casa, en el cuarto de las vitrinas.

“Arranqué la colección a los 5 años y soy fanático desde la primera película del ‘77. Ya en esa época tuve mis primeras figuras, que llegaron al país en 1978. Una amiga de mi mamá tenía una juguetería y me regaló 4 ó 5 muñecos juntos, me volví loco. Y después es una pasión que no se me fue nunca: tenía 17 ó 18 años y para Navidad seguía pidiendo figuras. De hecho sigo comprando hasta hoy: acabo de ir a capital a buscar unas nuevas, un Anakin del Episodio III, de la firma Hot Toys, y un Bosssk de la marca Sideshow, ambos de escala 1:6”, se explaya.

“Arranqué con la colección de Star Wars a los 5 años y soy fanático desde la primera película del ‘77”

Martín Palazzo
Coleccionista

 

También tiene libros, videos, estatuas, bustos, sables, cascos originales. “A los fanáticos de toda la vida, como yo, no nos gustan mucho las películas nuevas, pero de todos modos yo voy siempre a los estrenos. Y dentro de los coleccionistas están los que buscan lo vintage y los que se obsesionan por todo lo nuevo que sale desde 2005” señala. “A mí me encanta esa nueva serie de objetos y hasta he vendido piezas viejas para comprar nuevas. Prefiero tener algo que esté mejor hecho que esas reliquias, aunque soy consciente de que muchas cosas de mi colección, en Estados Unidos, si están bien conservadas y en estuches originales, las pagan miles de dólares”.

El folklore del fan de Star Wars también incluye foros en Internet, ser socio del Club de Fans de Argentina y visitar ferias exclusivas de coleccionistas, en donde muestran sus glorias y donde a veces lo acompañan sus hijos, Benjamín (10) y Tomás (8).

“Esto no termina nunca, es infinito. Ahora está caro por el tema del dólar, pero lo que más requiere ser coleccionista es tiempo y paciencia para buscar y esperar”, confiesa Martín, que vive rodeado de los personajes que adora y en cierta forma los lleva consigo a todas partes: tiene remeras, cuadros y hasta más de diez tatuajes grabados en su piel.

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La colección Rau comenzó a armarse cuando Jorge (foto) y Cecilio compraron su primer Ford T, a mediados de los ‘50 / Dolores Ripoll

Leandro Devecchi muestra parte de su archivo con distintos objetos de Les Luthiers / césar santoro

Unas 500 piezas forman el envidiable tesoro de Martín Palazzo sobre Star Wars / EL DIA

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