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Docente y cantante infantil nacido en Caracas, Gabriel Lamberti, junto a sus dos niños y su esposa venezolana, hija de platenses que huyeron en el 78 de la dictadura argentina y se radicaron allá, se instaló en nuestra ciudad para barajar y dar de nuevo
Entre la resignación y la esperanza, Pepo Lamberti busca reinventarse en la plata tras huir de Venezuela. “Fuerza y pa’lante”, dice / Gonzalo Calvelo
María Virginia Bruno
vbruno@eldia.com
“Vine a La Plata porque los padres de mi esposa son de acá, aunque viven en Venezuela desde el 78, precisamente huyendo de la dictadura militar argentina y ahora le tocó a sus hijos huir de otra”. Una historia cruzada de desarraigo y renacimiento es la que vive la familia de Gabriel Lamberti (38), el docente y artista venezolano que, desde hace un año y cuatro meses, está instalado en nuestra ciudad junto a su mujer y sus hijos buscando volver a empezar.
Barajar y dar de nuevo es lo que hizo Pepo, como lo conocen popularmente, vocalista y bajista de una reconocida banda de rock venezolana, Andreazulado, y también licenciado en Comunicación Social que, con el tiempo, y ya convertido en padre, se encontró casi sin querer con que tenía un don para relacionarse con los niños desde el arte. Así decidió cambiar de público y, durante los últimos años, se ha dedicado a la formación musical de los más pequeños de la casa. En Venezuela fue profesor de música en diversos centros educativos de la zona norte del estado Anzoátegui, y a la par comenzó a ganarse el corazón de las familias venezolanas con elogiados shows infantiles. Ahora busca trasladar esa experiencia a nuestra ciudad, dando clases y animando eventos infantiles.
La historia de Pepo y de su familia está marcada por el desarraigo. “Mi esposa, Ivanna Loustalet, nació allá (en Venezuela) y adquirió la nacionalidad Argentina, al igual que sus cuatro hermanos. Todos, en los últimos 4 años, salieron de Venezuela: dos están en Estados Unidos, otro en Inglaterra y ella acá”, cuenta sobre un drama repetido: sus suegros habían dejado La Plata en la década del 70, escapando de los militares.
Y la suya, también. “Somos siete hermanos, todos artistas. Cuatro varones y tres chicas, bailarinas. Mi mamá es cantante y fue bailarina muchos años. Mi papá, ingeniero civil, pero un melómano y el primer promotor de que siguiéramos el camino de las artes. Mi familia también se desmembró por toda la situación complicada que cambió a Venezuela. Estamos regados por el mundo: Australia, Trinidad y Tobago, Estados Unidos, Perú, China, Argentina, y queda solo mi hermana mayor con mis padres, en Caracas”.
Sus últimos años en Venezuela fueron “difíciles, horribles”.
Una suplencia como profesor en el jardín de infantes de su hija mayor, Agatha, fue el trampolín de una carrera artística orientada hacia los más chicos. Giras por todo el país, presentaciones en la tele, notas en los medios y un reconocimiento popular que jamás había imaginado contrastaba a diario con la crisis cada más profunda que Venezuela comenzó a contarle al mundo.
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Con su familia, vivían en Lechería, uno de “los mayores municipios opositores al Gobierno”, y al que “una guerra civil golpeó duro en 2017”, el año en el que tomó la decisión de huir. “En nuestra ciudad, a tres cuadras de mi casa, se prende una mini guerra civil, horrible, horrible, que nos tuvo tres meses encerrados en la casa, sin escuela, sin nada. Todas las presentaciones que tenía pautadas se cayeron, tenía un proyecto grande para escuelas en Caracas, con marcas patrocinantes como Kellogg’s o McDonald’s, que quedó en la nada porque no podíamos salir y porque los chicos no tenían escuela”, relata, con sesgo de angustia Pepo, sobre cómo el sueño en el que vivía comenzó a desmoronarse.
“Mi proyecto musical era el sostén de mi familia, me iba bien, y de repente nos quedamos sin nada. Mi esposa, trabajando para el Gobierno, cobraba sólo 8 dólares por mes, y estaba muy presionada políticamente, la obligaban a vestirse de rojo y a ir a marchas de apoyo a favor de Maduro en Caracas... fue muy duro”.
Esos tres meses que pasaron encerrados, con las corridas, los tiros y la tensión permanente en la puerta de su casa, fueron determinantes. Su suegro les ofreció el departamento familiar que, en La Plata, estaba disponible para ellos, y no lo dudaron más. “No quería que mis hijos se criaran normalizando una situación absurda, como la que vivíamos cada vez que encontrábamos leche en el supermercado, una vez cada tanto, porque desaparecía por días, y con la prohibición de sólo poder comprar un litro”.
No pueden crecer así, reflexionó Pepo y tomó la decisión. “Dejé prácticamente toda mi vida allá, fue duro, pero fue lo correcto”, cuenta Pepo, quien, sin embargo, continúa en Venezuela con sus pensamientos. “Sigo de cerca lo que está pasando. Me da tristeza todo el sufrimiento de mis compatriotas, de mi familia, sin ir muy lejos...pero tengo la esperanza de que las cosas van a cambiar”.
Cuando La Plata dejó de ser un imaginario y se hizo real, las expectativas emergieron con más fuerza. “Vine con la idea y la ilusión de seguir haciendo lo que hacía en Venezuela: cantar, dar a conocer mi proyecto, impartir clases de música; está claro que es un renacimiento y que es un trabajo de hormiguita que lleva su tiempo. La Plata es una ciudad muy cultural, en sí toda la Argentina; me encanta el país, su cultura, el fútbol, pero sobre todo su gente”, dice.
Pepo cree que “si todos pensáramos y actuáramos como los niños, distinto sería el mundo”. Por eso, su proyecto no los subestima, y divierte a los más chicos con contenidos con los que, bajo la premisa del respeto, el amor y la tolerancia, busca “aportar un granito de arena en la formación de los locos bajitos, futuros generadores de cambios”.
¿Qué no encontraremos en su música? Reggaetón.
Su pasado rockero ha sido fundamental a la hora de incluir guiños del género en su propuesta infantil y no duda en recomendar a los chicos en que “’¡sigan el camino del rock!’”. De todos modos, buscando el sello local decidió apelar al instrumento típico de Venezuela: el cuatro. El suyo tiene vida propia, se llama “PepoTrueno” y, junto a “El Sombrero”, es parte fundamental de cada uno de sus espectáculos. Cuando los eventos son más grandes Pepo, además, lleva a sus hijos, Agatha y Juan Pablo, quienes a pura alegría se suman a la animación que incluye, también, visuales de todos los personajes de los que habla en sus canciones: en su primer disco le canta a la maestra, a las madres, a los amigos, a los padres, a la lluvia y al cerebro, entre otras temáticas.
Además de animaciones, Pepo ofrece clases para niños y dicta talleres de guitarra y ukelele. En el Espacio Shambala de San Carlos da clases de Iniciación Musical para los más chiquitos y es profesor de un par de materias de Ciencias Sociales en el colegio Bosque del Plata, en Gonnet. Y no se queda quieto: en su CV venezolano figuran estudios en formación de Programación Neurolingüística, Modelo Educativo VESS (Vida Equilibrada con Sentido y Sabiduría), Talleres de Música para preescolar y Básica, y de Técnica Vocal. Y acá en La Plata sigue formándose: en este momento está estudiando el profesorado de Licenciatura en Música orientación Educación Musical, en la UNLP, y también el tramo Pedagógico en el Instituto Superior de Formación Docente Canónigo Guido de Andreis.
Feliz con esta nueva oportunidad que le dio la vida, Pepo cuenta que, a casi un año y medio de su partida de Venezuela, todavía sigue recibiendo a través de su web, cantandoconpepo.com, mensajes de padres que le piden consejos para sus hijos, o algún videito de niños cantando sus canciones. “Es muy duro, la verdad. Pero creo que Dios quiso que yo viniera hasta acá a cantarle a los locos bajitos del sur... esta última frase me la dijo un alumnito de tercer grado de acá... cuando escuché eso se me salieron las lágrimas”.
Pepo y su familia, como tantos otros desarraigados desperdigados por el mundo, está en La Plata empezando de nuevo, con esperanza: “Es volver a nacer. Fuerza y pa’ lante”.
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