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Cómo pasar de la gloria a Devoto (o viceversa), en apenas cuatro años

Cómo pasar de la gloria a Devoto (o viceversa), en apenas cuatro años
Mariano Pérez de Eulate

Mariano Pérez de Eulate
mpeulate@eldia.com

29 de Octubre de 2019 | 03:02
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Hace cuatro años, cuando Mauricio Macri ganó la Presidencia, el peronismo estaba desahuciado. Sus principales dirigentes proyectaban no menos de ocho años de gobierno macrista porque habían comprado la creencia general de que el grupo de colaboradores del jefe de Estado, más allá de la receta que aplicara, iba a mejorar la economía complicada que dejaba Cristina Kirchner. Y si se mejoraba lo económíco, se escuchaba por entonces, probablemente hubiera una recompensa político- electoral.

Pasó lo contrario. Alberto Fernández es, desde el domingo último, el presidente electo de la Argentina por un cóctel de yerros económicos y políticos del propio Macri que ni Fernández hubiera imaginado meses atrás. También, por el acierto del peronismo de domar ciertos egos internos en beneficio del bien mayor de recuperar el poder y, en términos más puntuales, por la decisión de Cristina Kirchner de aceptar sus propios límites y reconocer que, más allá de la fidelidad de su grupo de incodicionales, su figura tiene un techo de adhesiones dificil de perforar.

Es una verdad extendida en el macrismo: el Presidente perdió el favor de una buena parte de la clase media urbana por la suba de tarifas y el cambio de lógica respecto a cómo se deben cobrar los servicios públicos. De boletas subsidiadas, a facturas dolarizadas. Pequeños comercios que debieron cerrar porque no le daban los costos; familias que no podían pagar la luz y pedían prestado para cumplir; clubes de barrios quebrados. Un dato interesante es que Alberto F. se refirió poco y nada a este tema en la campaña. Probablemente no pueda dar marcha atrás con lo hecho. Habrá que ver qué hará con lo que falta porque, según los especialistas, el valor de la energía sigue atrasado.

La Argentina hace dos años que no crece y la inflación de los últimos doce meses casi llega al 54 por ciento. La pérdida de poder adquisitivo del salario es obvia: casi ningún gremio pudo pasar del empate en las paritarias. “Sobra mes cuando se termina el salario”, dice el ingenio popular en las paredes de las ciudades. El 35,4 por ciento de la población se ubica por debajo de la línea de pobreza y la indigencia ronda el 8 por ciento. El 10 por ciento de la población económicamente activa no tiene trabajo. Datos duros que hablan de la realidad cotidiana de la gente porque, por otro carril, están los números de endeudamiento, riesgo país, fuga de dólares, alto valor de la divisa verde y demás.

Macri cometió un pecado de origen, fruto de la estrategia de campaña: puso muy alta la vara respecto a su capacidad para solucionar los problemas económicos que le dejaba Cristina, como pobreza, inflación, mercados internacionales cerrados, cepo cambiario, reservas escasas, etc. En la mayoria de esos ítems, el Presidente entregará un país más complicado del que recibió.

Con el agravante del endeudamiento. Macri, en efecto, se encontró con un tremendo déficit fiscal. Tomó deuda para llenar esos agujeros en lugar de emitir moneda, como hacia el kirchenrismo. Pero nunca bajó el rojo en términos reales hasta que, por los vaivenes planetarios, los mercados internacionales se le cerraron. Y ahí fue cuando recurrió al prestamista de última instancia: el FMI. Que le prestó plata, pero con la condición de ajustar la economía para no dilapidar los dólares. Y ese ajuste le llegó justo cuando él tenía que hacer campaña por la reelección.

La ida al Fondo y el ajuste, además, generó una corriente de antipatía en un sector de clase media no fanática de Macri pero tampoco adherente al kirchnerismo. Gente que había votado al Presidente en 2015 pero que en los meses anteriores a las Primarias emergía enojada y que cuestionaba, además, la millonada de recursos que se destinaron al llamado gasto social, cuya imagen paradigmática -no la única- es la toma de la calle por parte de los movimientos piqueteros.

En su campaña, además, Fernández jugó con la idea de que su presidencia estaría signada por algo que la gente perdió o vio disminuído durante el macrismo: el consumo como motor de la economía urbana. Un anhelo social que Cristina había sostenido artificialmente en su gestión pero cuya remembranza, entre otros motivos complejos, constituirían la fortaleza electoral del kirchnerismo en el Conurbano.

Pero además de la cuestión económica, el ascenso de Fernández a la Casa Rosada se explica por razones políticas en un país que tiene un partido, el peronismo, que se concibe a sí mismo como una fuerza de poder.

Nunca será reconocido en público pero en buena parte del actual oficialismo se admite ahora, como un notable error estratégico, el no abrirse a un sector del peronismo después del triunfo amarillo en las elecciones legislativas de medio término. Aquella piña al PJ, con una Cristina derrotada en Buenos Aires, había dejado a muchos actores en la búsqueda de un norte, de una reformulación de la realidad que se venía de cara a este año. Primó el purismo amarillo de Marcos Peña y Jaime Durán Barba por sobre la lógica de construcción político-territorial tradicional, convencidos ambos de que el votante haría primar “valores” (honestidad, institucionalidad, transparencia) por sobre realidad económica o caudillismos locales. Y eso no pasó: Cristina acaba de ser electa vicepresidenta con una tira de 13 procesamientos y siete pedidos de prisión preventiva. Un récord mundial. Es evidente que en una franja de electores, incluso no fanatizados con ella, la brutal exposicion del circuito de corrupción público-privada que revelaron los cuadernos de Centeno, por ejemplo, influyeron menos que el bolsillo flaco a la hora de tomar la decisión en el cuarto oscuro.

“Faltó política”, admite una fuente macrista. Lo que le sobró al PJ, podría agregarse. Fue definitorio el gesto de Cristina allá por mayo, comprendiendo que gran parte del peronismo, en especial los gobernadores, era refractarios a su figura, sus modos pasados y su círculo aúlico. Fue la decisión de bendecir a Fernández como candidato a presidente lo que posibilitó la unión de la mayoría justicialista detrás de lo que denominaron como “un moderado”. Astuto, Fernández se convirtió en el interlocuor de los mandatarios. Les prometió que no serían devaluados políticamente como hizo Cristina durante ocho años. Que los haría co-participes del poder. Resistió la tentación el cordobés Schiaretti, amigo personal de Macri.

También fue importante la decisión de Cristina y Alberto de incorporar a Massa y la de éste de dejar aspiraciones presidenciales y de pago chico de lado. El tigrense comprendió que este no era su tiempo y tragó el sapo de encolumnarse detrás de su ex jefe de campaña en 2013 y de una ex presidenta que no lo quiere para nada.

El PJ, una vez más, empezó a oler sangre y actuó en consecuencia. Al punto que se terminó diluyendo la experiencia peronista no kirchnerista que se conoció como Alternativa Federal, allá por el inicio de este año. Roberto Lavagna, casi el único sobrevivente, terminó haciendo un papel testimonial el domingo. Y Macri, con la incorporación tardía de Miguel Pichetto no sumó masa crítica justicialista.

Los que conocen los pliegues del poder aseguran que el gran gestor de la unidad peronista fue Jorge Bergoglio. Ya en 2018, luego de la devaluación de fines de abril que profundizó la crisis, el Papa argentino mantuvo varias reuniones con referentes del PJ en Roma, que luego trajeron mensajes reservados a Buenos Aires. Acercado por un amigo común, Alberto se juntó con el Pontífice hace más de un año, justo antes de comenzar su reconciliación con Cristina y pocos meses después de la derrota peronista en las legislativas de 2017.

“Alberto es el presidente electo, entre otras cosas, por un cóctel de yerros del propio Macri, que ni Fernández hubiese imaginado”

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