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El realizador del documental, Iair Said, estará presente esta noche en el Select para mostrar el íntimo y burbujeante documental sobre su particular tía abuela, una mujer al borde de la muerte, y su herencia: un codiciado inmueble
Flora Schvartzman, tía abuela del actor y realizador Iair Said, está por morir: se pone en contacto con sus parientes tras años de distancia para organizar su propia muerte, y quien atiende el teléfono es Said, que se interesa por la mujer pero, sobre todo, por su departamento sin herederos.
Ese es el incómodo punto de partida de “Flora no es un canto a la vida”, que desde su título avisa un abordaje no convencional de la tercera edad, lejos de las narrativas convencionales y rosadas, y que se verá en la pantalla del Cine Select del Pasaje Dardo Rocha, hoy y mañana, por última vez, a las 21.30, y esta noche con la presencia del realizador.
Said, que como se ríe en el documental es conocido “de la tele” (parte de la factoría de Nora Moseinco, escuela de la cual surgieron actores como Martín Piroyansky, Julieta Zylberberg y Violeta Urtizberea, trabajó en “Guapas” y “Quiero vivir a tu lado”), revela en diálogo con EL DIA que comenzó a filmar a Flora por una serie de factores: tras ver “Papirosen”, otra cinta fundamental dentro del cine de narrativas del yo que despegó en los últimos años gracias al costo bajo de las cámaras, a la existencia de un importante archivo audiovisual de la vida íntima en casi todas las familias y a la consecuente realización de que “se puede filmar una película sin millones de dólares”; y tras pasear su corto “9 vacunas” por el mundo, apareció Flora, “magnética”, cascarrabias, y lo llenó de extraños regalos, restos de la casa que iba desarmando para prepararse para el final. “Todo confluyó para que quisiera filmarla. Después la película se fue transformando en otras cosas”, confiesa Said, que comenzó así a rodar su retrato de su familia armado con “una camarita y una vieja, y nada más”.
El proceso duraría siete años durante los cuales Said escaparía a un abordaje común en el documental de personajes y en el cine de los adultos mayores, evitando reírse de las mil y un mañas de esta quejosa abuela.
“No estoy de acuerdo con las películas que se burlan de los protagonistas, me parece injusto, desleal: encima que tenés el poder de la cámara, de la edición, exponer a tu familia me parece cobarde, te estás riendo de ellos sin hacerte cargo, con aires de superioridad. Este camino me parecía más valiente: bancármela yo, si el miserable soy yo, el que quiere hacer una película soy yo”, explica el realizador.
Así, “Flora no es un canto a la vida” no expone la vida privada de Flora, sus achaques, sus días finales, sino la vida de Iair, que desde aquella declaración de intereses sobre el departamento próximamente vacante se convierte, provocador, en su propio villano.
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“Yo puedo hablar de lo que soy dueño, que es mi historia”, explica Said sobre la decisión de exponer sus propias miserias, y no las ajenas, en la cinta. Y tras el provocador comienzo, la película va reflejando matices a esa declaración, aprendizajes y querencias que se forjan en esos siete años de relación. Y aunque Flora “sufría y sufría”, al final la película “termina siendo un canto a la vida”, que refleja la “alegría” que le generó al realizador haber conocido a su particular tía abuela, que “aunque quiso morir toda si vida, la película termina haciéndola trascender: hoy está muerta, pero sigue viva en el cine, muy vital”.
“Flora” “me conectó con varias fibras de mi personalidad, de la vida, de la muerte, de la vejez”: la historia mínima y personal de Said, una historia de vejez y muerte, pero sobre todo de amor y familia (“nos acompañamos mucho”, relata el director) cumplió la misión que se propuso Said siete años antes, cuando decidió contar una historia “genuina, que tuviera mi voz”.
Y sin embargo, el público no puede evitar sentirse interpelado por los alcances universales del relato. “La película los conecta con una parte de su vida, de su familia”, opina Said, que, habitual espectador de las funciones que se realizan del filme en el Malba, afirma que ha registrado muchas risas en los momentos más incómodos, por ejemplo, cuando al inicio declara que lo que más le interesa es el departamento. “Es liberador, muchos seguramente han pensado lo mismo”, se ríe. Y es esa lógica la que insufla liviandad a una película sobre la muerte: el humor como vía de escape: “Lo trágico va siempre acompañado del humor: es válido reírse en un velatorio porque hay que dejarlo entrar, es parte de la vida. Y se la pasa mejor: ¿por qué cuando uno está triste tiene que ser terrible? Lo más rico de la vida es que pueda haber un equilibrio entre todas las cosas”.
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