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A la dueña de casa le cortaron mechones de pelo. Amagaron con seccionarle una oreja al marido, a quien golpearon duramente
Martes por la tarde. En el paraje de ruta 36 casi 448, todo es calma. De tanto en tanto se escucha alguno de los muchos vehículos que circulan por el camino -se trata de un sector muy transitado-. Adriana habla en un tono bajo, pero se la escucha con claridad por sobre el ruido de los motores que pasan a unos 20 metros de la casa en la que ayer por la madrugada, tres delincuentes ataron, torturaron (física y psicológicamente) y robaron a su familia de siete integrantes.
Estuvieron cerca de una hora con las víctimas a su merced y aprovecharon cada minuto para someterlos de diversas maneras. El marido de la mujer fue el que más golpes recibió, entre patadas y palazos.
El ataque generó conmoción en la zona. Algunos vecinos creen que se trató de otro delito de “la banda del drone”, a la que se le adjudica decenas de asaltos ocurridos durante los últimos meses en el corredor de las rutas 2 y 36. “Hace días había drones dando vueltas por esa área de quintas.
Es la misma modalidad de siempre, espían la situación primero y después dan el golpe”, contó un vecino.
La Justicia tiene a varios integrantes bajo la mira, pero se teme que algunas de sus “células” sigan actuando.
En la parte delantera del inmueble, Adriana señala la abertura que hicieron en el cerco de alambre para ingresar al terreno. Los perros no ladraron y ninguno de los moradores escuchó cuando forzaron una persiana de madera y abrieron la ventana para meterse en la finca de dos plantas. Eran las cuatro de la madrugada y todos dormían.
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Una vez en el interior, fueron directo a las habitaciones del primer piso. “Nos despertamos con un arma en la cara”, contó la mujer a este diario. Primero los buscaron a ella y a su marido, ambos de 44 años. Luego se dirigieron a las piezas de sus hijos, de 17, 11 y 9.
Con los cinco reducidos, descendieron hasta la planta baja y los introdujeron en el cuarto de los padres de Adriana, de 72 y 69. Los tres actuaron a cara descubierta y, de acuerdo a lo detallado por la damnificada, dos eran jóvenes (de entre 25 y 30 años) y el restante “tenía más de 40”. Era “bajito, pero muy violento y daba las órdenes”, añadió.
La brutalidad con la que actuaron no dejó reaccionar a ninguno. Empezaron la tarea atándolos a todos de pies y manos. Al marido de Adriana lo hicieron colocarse boca abajo y lo patearon repetidas veces. En un momento determinado, tomaron un perchero y le pegaron con furia en la espalda.
Pedían dólares y, como en el lugar no tenían mucho dinero, comenzaron a desesperarse.
Para amedrentar aún más a la familia, jugaron una última carta que fue acaso la que más asustó al matrimonio de trabajadores rurales.
La maniobra consistía en “agarrar a alguno de mis hijos y llevárselo a recorrer la casa, mientras les preguntaban dónde guardábamos la plata”, señaló la mujer. Repitieron el gesto con los tres e incluso, a la adolescente de 17 años, la golpearon sin miramientos.
“Lo único que queríamos era que se marcharan. Les ofrecimos todo lo que teníamos, pero ellos estaban obsesionados con llevarse dinero en efectivo que acá no tenemos”, añadió.
La tensión fue en aumento. Entonces uno de los ladrones “manoteó la tijera de podar” y amenazó con seccionarle la oreja al dueño de casa. Y, para demostrar que iba en serio, le cortó mechones de pelo a su esposa.
En medio de las trompadas e insultos, Adriana se acordó de una canasta con algo de cambio que utilizan cuando van a vender frutas y verduras a la feria. Se las entregó junto a las llaves de los dos vehículos que poseen.
Eso pareció calmarlos un poco y la circunstancia fue aprovechada por el hombre de 72, que los apuró al recordar que a las 5 de la mañana llegaría el chofer del camión para cargar mercadería.
Faltaban pocos minutos para que se hiciera la hora señalada. Con rapidez, los tres asaltantes juntaron todo lo que pudieron en la camioneta Ford EcoSport de la familia: televisores, celulares y hasta una olla. Luego escaparon con rumbo incierto. Según Adriana, “eran más de tres”. Es que, al huir, “se escucharon dos vehículos. Además, hablaban por teléfono con alguien más cuando estuvieron acá”, aseveró.
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