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Pincelazos veraniegos con poca música y mucha letra

Alejandro Castañeda
Alejandro Castañeda

9 de Febrero de 2020 | 06:05
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1.- Las letras sueltas ocuparon el centro de la escena. Nunca había sucedido. Siempre fueron las palabras las que importaban. Pero ahora algunas letras ganaron presencia. Mientras la realidad se va afeminando, la “o” fue eclipsada por una “a” cada vez más altanera. La “o” se ha vuelto sospechosa para los apóstoles de lo inclusivo. Y sueñan con una “a” generalizada que borre todo resto masculino. La otra letra reivindicada es la “ñ”. Gracias a dos primeras damas, la pobre “ñ”, ninguneada hasta en algunos teclados, ahora disfruta de una fugaz fama. La presidenta que asumió en Bolivia es Jeanine Añezy la primera dama de aquí, Fabiola Yáñez. Las dos ganaron preponderancia al mismo tiempo. La ñ boliviana aspira a seguir ascendiendo desde La Paz, esa ciudad tan empinada que inspira a las señoras, con Ñ o sin Ñ, a seguir subiendo. Y Fabiola, la Cenicienta de un príncipe inesperado, la muchacha que sólo deseaba seguir junto a Dylan en Puerto Madero, ahora regentea Olivos y limpia y ordena todas las cuchas oficiales. Su “ñ” por lo menos le dio algo de extravagancia a ese par de Fernández que confunden y comparten poder a la sombra de un apellido vulgar y duplicado.

2.- Fue un enero con dólares sucios. El taquillerazo “Robo del siglo” fue eclipsado por esos diez mil verdes que un funcionario apurado olvidó en su escritorio. El país tiene una tradición de funcionarios desmemoriados que reciben tanto vuelto todo el día que a la tardecita ya ni se acuerdan donde dejaron algunos fajos. Ahora fue un alto funcionario de Macri, Rodrigo Sbarra, como alguna vez lo fue Felisa Miceli, ministra de Economía de Kirchner, que, coqueta al fin, dejó 100 mil dólares al lado del espejo del baño, el mejor lugar para comprobar que los dólares siempre favorecen cualquier maquillaje, por dentro y por fuera. Sbarra habría dejado esos verdes para que los del recambio no digan que la gente de Macri vació todo. Su olvido parece ser la coartada gravosa de un funcionario codicioso que en la despedida decidió hacer un aporte inicial a una caja chica venidera que ya tendrá oportunidad de aprovechar futuras gentilezas.

3.- La palaba “diez” sonó fuerte. Mientras los empleados encontraban esos diez mil verdes, China aprovechaba su nuevo virus para mostrarse en toda su magnitud. Largó una epidemia que tiene a medio mundo con miedo y barbijo. Y enseguida, en diez días, para lucir su poderío, levantó dos hospitales inmensos en terrenos baldíos. Se imaginan, aquí todavía estaríamos ajustando el llamado a licitación. Y después, a la hora de la entrega, los muchachos del sobreprecio, con o sin barbijo, empezarían a repartirse hasta los enfermeros.

4.- Primera visita presidencial a un Papa que estrenó media sonrisa con el flamante inquilino de Olivos. Francisco estuvo cuarenta y cuatro minutos con un Fernández que trajo un mate y un proyecto para legalizar el aborto. Un dulce y un amargo. El Papa lo recibió amablemente, le dio un respaldo explícito para ir a rezar al Concilio del FMI y abrió alguna puerta para que el Santo Padre de la Casa Blanca bendiga con alguna quita la penitencia de un país que no se cansa de pecar. De a poco con una térmica desorbitada vamos cruzando en puntas de pie por un campo con precios cuidados y vecindario descuidado. La inseguridad mantiene su alto nivel de efectividad y de violencia para no desentonar con un verano donde las manadas y los doble pisos le sumaron tragedias a una zona costera sobrada de lágrimas y peritajes.

5.-Capacitan a jubilados para que aprendan a controlar los precios en las góndolas. El Gobierno les enseña cómo patrullar entre productos que solitos se remarcan. A los nuevos vigiladores se les cae la baba cuando deben inspeccionar el valor de la verdura o el café. Acarician el peceto como si fuera una novia y de noche sueñan con manjares entrevistos. Pero dicen que están perfectamente preparados para poder atravesar sin pestañar cualquier mesa de quesos fuera de presupuesto. El Gobierno les da la chance de controlar algo y hasta tocar esos sabores que el paladar extraña y el bolsillo niega. Y les propone un itinerario sarcástico: mirar y no comprar.

A los jubilados que controlan góndolas el gobierno les propone un itinerario sarcástico: mirar y no comprar

 

 

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