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EZEQUIEL FERNÁNDEZ MOORES
La vuelta de la NBA fue conmovedora. Jugadores, entrenadores y hasta árbitros arrodillados. La leyenda omnipresente en las camisetas y en la tribuna de “Black Lives Matter” (Las vidas negras importan). Y el protagonista central del espectáculo, quién otro sino que LeBron James, recordando especialmente a Colin Kaepernick, el jugador de fútbol americano que fue expulsado de su deporte cuando, casi solitario, osó arrodillarse mientras sonaba el himno de Estados Unidos, en repudio a la brutalidad policial contra la población negra. Protestar hoy es relativamente más sencillo. Lo hacen millones en Estados Unidos por el mismo motivo que Kaepernick. Lo copian casi todos los deportistas. Una semana antes que la NBA, lo habían hecho hasta los jugadores del béisbol, una Liga habitualmente más conservadora, pero ahora también comprometida con la nueva realidad de su país.
“Espero que hayamos enorgullecido a Kaep”, dijo LeBron tras la reapertura del jueves (triunfo de Los Angeles Lakers ante los Clippers) y la ceremonia previa del himno (tradicional en cualquier partido de cualquier deporte en Estados Unidos), esta vez con el propio LeBron arrodillado mientras sonaba la canción patria, para furia garantizada del presidente Donald Trump, que hace unos años había calificado de “hijo de puta” a Kaepernick y pedido su expulsión de la NFL (la liga del fútbol americano), como efectivamente sucedió.
“Espero que sigamos haciendo que Kaep se sienta orgulloso todos los días. Espero hacerlo sentir orgulloso de cómo vivo mi vida, no solo dentro de la cancha, sino también afuera”, siguió LeBron, conciente de su poder, de que a él, que también asumió posiciones de riesgo, jamás se habrían animado a expulsarlo del deporte como a Kaepernick, que era menos vital para el negocio. “Kaep se puso de pie cuando los tiempos no eran cómodos, cuando la gente se negaba a escuchar lo que decía”. Completo lo que dijo LeBron sobre Kaepernick porque me pareció uno de los homenajes más justos en la historia del deporte moderno: Le agradecemos por sacrificar todo, para tener este momento de esta noche”. Fue la unión entre el ídolo y deportista más anónimo. La fuerza de lo que el deporte puede trasmitir cuando decide comprometerse con el tiempo que le toca vivir.
Fue difícil no emocionarse con las escenas del jueves por la noche en The Arena Disney World, la “burbuja” que se aisló solo para combatir el coronavirus, pero no para repudiar la desigualdad. La “burbuja” que la NBA montó en Disney para afrontar el tramo final de la temporada que debió interrumpir en marzo pasado, cuando estalló la pandemia, está justamente en el segundo Estado de Estados Unidos con más casos de coronavirus y que viene sumando récords de muertes día tras día. Florida también tiembla y declara Estado de emergencia por el huracán Isaías que se avecina. Pero la NBA está allí en su estado de “burbuja” absoluta, como si nada pasara. Encima sucede en el mundo de Disney, otra “burbuja” en sí misma, el entretenimiento en tiempos de pandemia y dentro del país que registra más muertes y contagios que ningún otro.
En ese mundo de fantasía, y en medio de la pandemia, la NBA (privilegiada en sus controles cotidianos, pero realizado todo con su propio dinero) confirmó su condición de Liga más comprometida en Estados Unidos. Y lo hizo sin olvidar la seriedad. Allí, sino, está la contracara del béisbol, que también decidió volver pese al coronavirus, pero sin “burbuja”, mientras le estallan casos por todos lados, que amenazan con poner fin abrupto a la temporada. Todo puede ser precario en estos tiempos, es cierto, pero la NBA, que perdió ya mil millones de dólares por el coronavirus y agrupó en Florida a más de trescientos jugadores (más de mil personas), está ofreciendo algunas lecciones que el deporte mundial podría escuchar. Espectáculo, competitividad, compromiso y organización.
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