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Esta noche HBO estrena el primero de los cuatro episodios del documental que relata la escabrosa historia de Woody, Mia, Soon-Yi y Dylan, que acusa a su padre de haber abusado de ella
Mia muy joven, con Dylan y Moses / HBO
Es el caso que divide a la cinefilia del siglo XXI. Una tarde de 1992, Woody Allen invitó a Soon-Yi Previn, la hija adoptiva de su pareja de doce años, Mia Farrow, a su casa, a ver “El séptimo sello”. Al terminar la película, se besaron, comenzando una aventura que sería descubierta rápidamente por Farrow, que encontró una serie de polaroids eróticas en la casa del cineasta. Mientras intentaban resolver cómo continuaría su relación y la custodia de los tres chicos de la pareja, Dylan, Moses y Satchel (el único hijo biológico de Allen; Dylan y Moses fueron adoptados por Farrow y más adelante Allen se convirtió legalmente en su padre), Woody visitó la casa de campo de Mia. Se sentó al pie del sofá donde Dylan miraba tele.
Y allí, las versiones se bifurcan: Farrow alegó que Allen había abusado sexualmente a su hija, tocándola inapropiadamente; el cineasta dice que no hizo nada, que el cuarto estaba lleno de gente que hubiera detenido o denunciado el hecho; en 2014, Dylan rompió un largo silencio y ratificó lo que por entonces había alegado su madre, es decir, que con apenas siete años fue abusada sexualmente por su padre.
Este es el material que trabajará la serie documental de cuatro episodios “Allen vs. Farrow”, que esta noche, a las 23, emite su primera parte por HBO: dirigido por los premiados cineastas investigativos Kirby Dick y Amy Ziering, incluye entrevistas con Mia Farrow, Dylan Farrow y Ronan Farrow (es decir, Satchel), además del fiscal del juicio por la custodia de los niños, Frank Maco, y familiares, investigadores, expertos y testigos de determinados eventos. El documental, que promete mostrar las secuelas traumáticas que dejó el hecho en Dylan, también cuenta con nombres destacados de la cultura que analizan la obra de Allen en un contexto más amplio y discuten en qué medida revelaciones públicas sobre la vida personal de los artistas pueden llevar a que sus trabajos sean reevaluados.
La serie llegará a las pantallas poco menos de un año después de que Allen lanzara su biografía, “A propósito de nada”, en la que habla de cine, pero también responde a los alegatos realizados en su contra. Lo hace esporádicamente, en dos o tres secciones del libro, aunque reserva el cierre de su autobiografía, el relato de su vida, al resurgimiento de un caso que creía haber dejado atrás, cuando dos investigaciones lo exoneraron de toda culpa.
El caso es complejo porque, en rigor, Allen nunca fue acusado de abuso sexual: las investigaciones se condujeron durante el voraz juicio por la custodia de los tres chicos que enfrentó a la actriz y el director. Un juicio que inició Allen, cuando Mia, alegando ya que su ex pareja había abusado de su hija Dylan, le ofreció cerrar la historia en un acuerdo extrajudicial. Allen se negó a pactar y demandó por la custodia de los chicos, volviéndose entonces el eje de una investigación: si había abusado a Dylan, desde ya, no podía ser padre de aquellas criaturas.
Tanto los Servicios Sociales como la Clínica de Abuso Sexual Infantil del Hospital de New Haven, contratada por el Estado para dirimir qué había ocurrido, negaron (de forma bastante enfática) en sus resultados finales el alegato. Pero un año más tarde de que todo el circo mediático comenzara, Woody perdió la custodia de sus hijos.
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Allen narra todos estos eventos con indignación pero echando mano de su típico humor autocrítico, aunque seguramente cree que sale reflejado con mayor gracia y altura de la que realmente muestra: sus diatribas contra Mia son furiosas y descarnadas. Le recuerda a su ex la historia de violencia sexual en su propia familia, que incluye un hermano preso por abuso, la pinta como una viuda negra vengativa y psicótica, afirma que lo único que quería era quedar embarazada de él “y luego pasé a ser irrelevante”, y que solo lo mantuvo cerca durante buena aprte de esos doce años de relación por el dinero y su carrera. Incluso, se permite traer a colación el mito que indica que Satchel, hoy Roman, no es hijo suyo, sino de Sinatra. Recuerda que ambos no vivieron nunca juntos, que la relación estaba destinada al fracaso cuando comenzó su polemiquísimo romance con la joven Soon-Yi.
Pero, sobre todo, se centra en el modo en que Mia trataba a sus hijos, diferenciando entre adoptados y biológicos, sosteniendo una relación enfermiza, al borde de lo sexual, con algunos de ellos (una niñera incluso declaró haberla visto durmiendo desnuda con Satchel cuando el chico ya tenía 11 años), golpeándolos y torturándolos psicológicamente para manipularlos. Dos de los chicos, lanza sin piedad, se suicidaron. Esto lo recalca no solo para dar vuelta la narrativa que lo tiene a él como villano, sino para explicar lo más difícil del asunto: cómo es que consiguió que Dylan lo acusara si todo el asunto es una mentira por despecho.
Porque las investigaciones determinaron que era probable que Farrow hubiera influenciado a Dylan a los siete años para contar la versión del abuso, señalando numerosas incoherencias en el relato de la niña que eran indicios de intervenciones externas en su historia, pero dos décadas más tarde, en 2014, ella rompió el silencio y ratificó la denuncia en una carta abierta.
El comienzo del texto es devastador: “¿Cuál es tu película favorita de Woody Allen?”, le pregunta al lector. “Antes de responder, deberían saber que cuando tenía siete años, Woody Allen me llevó de la mano al ático , me dijo que me acostara en el piso y jugara con el tren eléctrico de mi hermano. Y entonces me abusó sexualmente”, dispara.
Es una versión diferente a la relatada en 1992, una mucho menos propensa a confusiones que la escena de un padre viendo tele con la cabeza apoyada contra el sillón donde está sentada su hija. Y es entonces cuando ingresó entonces en esta historia escabrosa un nuevo personaje: Moses, hijo adoptivo de Mia Farrow que luego Allen apadrinara, decidió que quería conocer a su padre. Se acercó a él, alejándose como consecuencia, según relata, de su familia, que le hizo la cruz. Cuando Moses leyó a su hermana, fue él quien respondió afirmando que todo era una mentira imaginada por Mia Farrow.
Moses hace hincapié en su texto al relato del tren: “Es una narrativa precisa y atrapante, pero imposible: no había tren”, lanza, y afirma que incluso no había un ático disponible para el juego. Relató que una empleadas de la casa vio a Mia filmando a su hija, ensayando lo que tenía que decir, y de esas sesiones habría salido otra versión condenatoria para Allen: Dylan declaró ante la policía que Woody y Soon-Yi habían tenido sexo frente a ella en el verano de 1991. El cineasta dice que por entonces la relación con la hija de su ex no había comenzado aún.
Moses pinta un panorama tan disfuncional que tal manipulación asoma posible: según el relato del hijo de Mia y Allen, en aquella casa era común que Farrow “entrenara” a los chicos para decir ciertas cosas, en base a la violencia y el miedo, encerrando y abusando físicamente de los que no accedían a seguir sus planes. Como su padre, Moses cree que Mia aprovechó el movimiento del #MeToo para reflotar su vieja vendetta.
El documental asoma como una respuesta a los argumentos que Allen dio en su libro
Varias de estas prácticas tóxicas y violentas de Mia se encuentran deslizadas o directamente comprobadas por testigos en la causa por la custodia. ¿Por qué perdió, entonces, Allen? El director desliza un argumento de película: afirma que Mia enamoró al fiscal del caso, Frank Maco, quien extendió la investigación contra Allen incluso cuando los propios expertos que había contratado habían afirmado que no había indicios de abuso (lo hizo, según Woody, para perjudicarlo en el juicio por la custodia); y entre Maco y los encantos de Mia, predispusieron al juez que determinaría con quién vivirían los chicos en contra de Woody.
Maco es parte de la serie documental y seguramente responderá a lo que ya es parte de la mitología popular. Los cuatro episodios asoman, por la lista de entrevistados, como una respuesta de los Farrow a la biografía de Allen. Y así, la rueda de declaraciones cruzadas, oídos sordos e historias escabrosas continúa. Y al final, como dice el propio Allen en su libro, cada cual creerá lo que quiera creer.
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