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Alejandro Castañeda
Alejandro Castañeda
La gestualidad del Papa Francisco es, para los argentinos, enigma y mensaje. Como no piensa volver a su tierra, por lo menos les hace un lugarcito a los compatriotas y charla con ellos para no perder el acento.
La residencia de Santa Marta se ha cansado de recibir a esos creyentes de última hora que, con tal de acercarse al sumo pontífice, ponen cara de monaguillo para poder facturar bendición, respaldo y fotos en una arrodillada.
Bergoglio sabe que, en años electorales, crecen los devotos. Hay otra fe en danza cuando asoman las urnas. Por eso, cada vez que aterriza un avión de Aerolíneas, se acomoda la sotana y prepara su batería de sonrisas y talante para recibir a los que vienen a sacar ventajas y a licuar pecados.
El Papa Francisco ha terminado siendo un maestro en el arte de usar la expresión facial como servicio de mensajería. Nadie imaginaba que las sonrisas podían transmitir ideologías.
Como tiene permitido distribuir a gusto perdones, broncas y simpatías, el rostro de Bergoglio califica de manera implacable al recién llegado. Ojos vivaces o ceño fruncidos son contraseñas demostrativas en manos de un padre que valora más los detalles que las palabras. Su larga hermandad con el cielo y sus misterios le terminó enseñando que, en el mundo de la política, las penumbras son más sinceras que las acciones.
La recorrida del presidente Fernández obliga a descifrar otra vez los posibles significados de las gentilezas papales. Con Cristina, es cierto, calidez y sonrisas matizaron cada encuentro. Con Macri, en cambio, la frialdad presidió el tono de un par de audiencias con más rencor que bienvenidas. Macri buscó en vano que algún trimestre llegara la sonrisa papal. Pero, como los brotes verdes, nunca llegó.
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El ex presidente agotó todos los recursos para poder conmover a ese Pontífice disgustado y distante: mejoró sus regalos y hasta viajó con su pequeña Antonia, buscando endulzar su imagen. Pero ni así logró que el Santo Padre le dedicara una mirada, sino amable por lo menos compasiva. Es que el Papa también tiene su corazoncito y los libros sagrados no exigen que deba ser equitativo a la hora de distribuir simpatías entre mandones.
El poder de la Iglesia se ejerce también allí, con la sublime arbitrariedad de quien se puede permitir todo porque sabe que sus mandatos no vencen, ni se comparten ni se cuestionan. El presidente se animó: rescató a Martín Guzmán del pesebre kirchnerista y lo llevó a pastorear unos días entre salmos y buenos modales, lejos de la Patria y del Patria. El buen lugar que le dieron a ese ministro, tan cascoteado por angelitos cercanos, fue lo más saliente de una interna que, como el Covid, se mantiene en una meseta alta, contagia y no afloja.
Le dieron buen lugar en el Vaticano al ministro Guzmán, tan cascoteado por angelitos cercanos
El saldo del tour -dicen en La Rosada- fue más que bueno. Qué van a decir. La oposición analiza los mínimos gestos de Bergoglio buscando algún desdén perdido que ensombrezca la reunión. ¿Alberto le habrá preguntado si no le sobra algún milagro para llevar a la reunión con el FMI? Eso sí, seguramente envidió a Francisco por poder gobernar un territorio vasto y pudiente, sin reelecciones y sin mujeres cercanas. Pero nadie aprovechó tanto el viaje como el ministro de Economía: al alejarse por unos días del frente interno, pudo disfrutar más que un vacunado de esta temporadita con muchos villancicos y poco Basualdo.
Siempre es noticia extra el encuentro del Papa con presidentes argentinos. Es como un minué lleno de malentendidos que se analiza minuciosamente en los distintos campamentos. Los detectores de sonrisas y desaires han vuelto para desmenuzar esta excursión por los reinos absolutos de este mundo: el Vaticano y el FMI, administradores indiscutidos del bolsillo y del alma. Para el Gobierno, el balance fue positivo.
Frente al gerente general del cielo, Fernández obtuvo un empate: no pudo repetir las sonrisas que ligó Cristina (ellas siempre saben cómo sacarles ternuras a los hombres) pero tampoco la cara de enojado que se trajo Macri. Con la papisa de las finanzas, se habló de fechas y vencimientos. Con el Santo Padre no hizo falta, porque allí sólo manejan milagros y eternidades.
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