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Profesionales que hacen de sus hobbies un trabajo y no temen pegar el volantazo

Historias de una abogada que renunció a Fiscalía de Estado para ser sommelier de vino; del periodista que se dedicó a la música; el cantante lírico talabartero y un contador que también es barmanager

Profesionales que hacen de sus hobbies un trabajo y no temen pegar el volantazo
Alejandra Castillo

Alejandra Castillo
acastillo@eldia.com

6 de Noviembre de 2022 | 03:42
Edición impresa

El estudio sobre “expectativas de la vida personal, familiar y laboral de las nuevas generaciones”, realizado recientemente entre 670 estudiantes, profesionales y trabajadores de entre 18 y 35 años de todo el país, reveló que para el 96% de los encuestados la familia es lo más importante, mientras que el 88% prioriza a los amigos y el 87%, el tiempo libre.

Dicho de otro modo, este informe que el Centro Conciliación Familia y Empresa del IAE Business School realiza desde hace 12 años en colaboración con InterMedia Consulting de Roma, Italia, expone que el trabajo y el estudio ya no están en el podio de las tres principales elecciones. Y que, al momento de hablar de ello, el 93% de los encuestados destaca valores que antes no pesaban demasiado: el buen clima laboral, horarios más flexibles y la posibilidad de integrar vida personal, familiar y laboral.

No son pocos los especialistas que adjudican estos cambios a los efectos de la pandemia que puso al mundo patas para arriba, pero también son muchos quienes advierten que el fenómeno arrancó antes del Covid, que no se limita a las nuevas generaciones y sucede en un país con altos niveles de desocupación y subocupación.

Matías Priore es psicólogo y licenciado en Lengua Inglesa, pero en su rol de profesor organizó con los alumnos de sexto año un espacio de reflexión para orientarlos en la definición de un proyecto de vida después del secundario. En ese proceso advirtió que “hace aproximadamente 7 años” comenzó a registrarse un movimiento en “el sentido de la vocación”, de la mano de otros cambios más radicales o profundos.

“Cambió la conciencia de la salud y de la importancia del bienestar, el tiempo libre y la valoración de los vínculos”, explica Priore, haciendo foco en la “idea del aprovechamiento del tiempo. Ahora se entiende que la vida no es sólo trabajar para vivir los fines de semana o los 15 días de vacaciones, formato que se fue degradando porque consumió al sujeto. Hoy muy poca gente cree en la jubilación como reposo”.

Precisamente, el espejo que reflejaba a sus compañeros frente al retiro fue lo que impulsó a la abogada Paula Lico (43) a renunciar a su trabajo en Fiscalía de Estado, en febrero de 2018: “Me flasheó ver a los que se jubilaban y decían, ‘pasó tan rápido todo, parece ayer cuando entré’ y me agarró un ataque de pánico de sólo pensar que me iba a pasar eso, que mi vida laboral iba limitarse a ir todos los días a la oficina, prender la computadora, ver que me estallaba con los vencimientos y contestarlos con ansiedad”, aunque el sueldo fuera “muy bueno”, reconoce.

Con 39 años y más de 10 de carrera, Paula decidió entonces dedicarle todo su tiempo profesional a una pasión que la atravesaba desde hacía tiempo: el mundo del vino desde la mirada de un sommelier. Hoy es WSET 3 Advanced (importante calificación en la Wine & Spirit Education Trust), Presidenta de la Asociación Civil de Sommeliers de la Provincia de Buenos Aires y dueña, junto a Carolina Altieri, de la Posta de las Brujas, un local de venta y cata de vinos premium de bodegas de Salta. No fue el único golpe de timón que Paula se atrevió a dar con el respaldo incondicional de su compañero e hijos: se mudaron a Chascomús. ¿Fue sin miedo? Claro que no, pero hoy se declara “feliz”.

Una experiencia de reconversión que tuvo mucha repercusión mediática fue la de Juan Miceli, el reconocido periodista y conductor televisivo que dejó todo para ser paisajista de jardines.

“Empecé a sentirlo un poco en el cuerpo. Sentía que había perdido esa chispa de hacer un noticiero, porque me cansaba la agenda periodística que es la misma que cuando empecé hace 30 años: el dólar... Es un camino que uno conoce y que lamentablemente es siempre lo mismo. Yo ya venía estudiando y sentía que me gustaba mucho la jardinería. Y el noticiero te limita a la hora de viajar, de ir a hacer un jardín. No podía las dos cosas. Tenía la sensación de que si llegaba a los 70 y no lo hacía, me iba a arrepentir de no haberlo intentado”, contó recientemente.

Otro periodista que decidió abandonar las redacciones es Ramiro Sagasti, un compositor, cantante y guitarrista platense que convivió con la música desde muy chico, pero que desde 2008, de la mano de su banda Pérez, la asumió de manera profesional. “Hay un cambio de contexto que hace que uno también pueda tomar estas determinaciones con mayor seguridad. Ese contexto te dice que hay que vivir de una manera más austera y que no vale la pena desperdiciar tu tiempo de vida en algo que es efímero. Todos los estímulos que recibo me empujan a este tipo de determinaciones”, dice Ramiro, convencido de que “música voy a hacer por el resto de mi vida porque siempre la hice, pero puede ser que en algún momento no tenga ganas de hacerlo de manera profesional y me pinte hacer otra cosa”.

El coraje de no dar nada por sentado de cara a lo que viene es algo que se escucha de fondo en los relatos de todos los protagonistas de esta nota, ninguno de los cuales tiene menos de 40 años.

Para el politólogo Augusto Salvatto, “el siglo XX –y la Modernidad en general– generó ciudadanos muy estructurados. La Modernidad es el racionalismo llevado a su máximo exponente: la vida planificada. Ahora estudiás, ahora estudiás un poco más, ahora trabajás y te casás, y bla bla. El siglo XXI lleva a romper todas esas estructuras; a veces se le va un poco la mano”.

Muchos profesionales deciden combinar su carrera profesional con otra actividad que suele llegar a sus vidas con ínfulas de hobbie y termina ocupando un espacio impensado.

Es el caso de Sergio Spina (55), un cantante lírico del Teatro Argentino, que pasó por el Colón y trabajó 12 años en escenarios de Florencia, en Italia, y hoy ocupa buena parte de su tiempo libre en el oficio de la talabartería. “Lo que empezó como un hobby hace 15 años, jugando con un pedazo de cuero, se convirtió en una profesión casi a tiempo completo”, cuenta, aunque admite que nunca se lo imaginó de esta manera. “Mi pasión, desde siempre, son los caballos, me desviven, los considero los seres más perfectos de la naturaleza y todo su mundo me llevó a esto. Como en un departamento de La Plata no puedo tener caballos, hago cosas para caballos”.

“Hacer talabartería es como viajar a un tiempo donde lo bello era lo primordial. Y todo ese proceso fantástico de cortar un cuero, elegir un modelo, marcar las puntadas, hacer los agujeritos y coser pensando en el caballo que voy a vestir”, explica Sergio, lo conecta indirectamente con su trabajo: “Con Mozart y con Beethoven –detalla-, porque me los imagino paseando en coches de caballo por esa Europa convulsionada con Napoleón. Parece un poco loco, pero me extrapola de estos tiempos que vivimos, que para mí son de absoluta zozobra”.

Otro que logró matchear su carrera profesional con una pasión para la que también se formó y en la que hoy, además, trabaja, es Martín “Tincho” Alé (45), contador, sommelier y Grand Ambassador de Whisky.

“Una de las cosas que más me gustan es ser anfitrión. Creo que para atender a un cliente hay que agasajarlo y qué mejor que hacerlo en un momento relajado”, comenta Alé, que descubrió ese interés en bares porteños a los que concurría por su trabajo en un estudio contable de CABA. “Fui conociendo la estructura de la coctelería, era el boom de la nueva era y dije ‘quiero hacer eso’. Como no existían lugares para estudiar, tuve que aprender de los que sabían y barmanagers de Buenos Aires fueron mis mentores”.

COSTOS, BENEFICIOS Y CONSENSOS

Matías Priore tiene una personalidad inquieta, que más de una vez lo impulsó a cambiar de trabajo o de perfil profesional. “No es que no tuvo costos, el costo cultural siempre es enorme y la aprobación parental, de vital importancia, aunque uno diga ‘no me importa’ o ‘no apruebo lo que ellos dicen’. También es cultural: nuestros padres y abuelos cuidaban su trabajo porque se iban a jubilar en él y el argentino siempre trató de buscar estabilidad en algo, porque el sistema nunca se la dio. Tener, al menos, la seguridad del sueldo en el cajero todos los meses. Vengo de familia de comerciantes, con inestabilidad en la proyección de futuro, entonces para mi mamá siempre fue importante que yo tuviera un trabajo fijo, pero fijo en serio. Nombrado en el Estado, si era posible”.

Paula coincide con esta mirada, sobre todo por lo que recibe de personas que están donde ella estuvo hasta no hace mucho tiempo: “Me sigo juntando con mis excompañeros de trabajo y a ellos les encanta la decisión que tomé. De hecho, tengo una compañera que se lanzó con un barcito y quiere largar todo, pero por otro lado, tener un trabajo seguro y cobrar todos los meses un muy buen salario, influyen. Lo que más nos frena es el miedo; el nuestro es un país difícil donde cambian mucho las reglas del juego, no importa con que gestión, y esto es complicado para la previsibilidad en un proyecto de trabajo o en un emprendimiento para el que vas a hacer una inversión importante, pero las herramientas están, hay que estudiar, escuchar al que tiene experiencias y soltar. El miedo siempre va a estar, pero hay que enfrentarlo. Yo no podría volver a trabajar en una oficina”.

Sergio Spina aprendió el oficio de la talabartería a pura prueba y error, con el consejo de su padre resonándole desde el recuerdo: “Siempre me decía ‘si alguien lo hizo, vos también podés hacerlo’”, cuenta, y se quiebra (su papá murió en el primer año de la pandemia). Tan resuelto estuvo Spina, que muchas herramientas con las que trabaja debió diseñarlas él mismo en función de lo que necesitaba. Y así, a sus 55 años, se fue “creando un mundo en el que no todo es perfecto, pero funciona”, celebra.

Cuando Ramiro Sagasti decidió dedicarse profesionalmente a la música empezó “a tomar micro decisiones que apuntaban a eso. Estaba la idea de sacar un crédito hipotecario y dije que no, lo mismo que a la propuesta de ir a trabajar a Buenos Aires. Fui preparando todo para poder hacer música, y, cuando estuvo dado, con mi hija en el último año de la secundaria, lo hice. Aunque me afecte a mí, es una decisión grupal y lo decidimos entre todos”, confirma.

Admite, como el resto, que el miedo “siempre está, porque el cuentapropismo es así, pero cuando tenés trabajo también tenés miedo a perderlo” y “si hacés lo que te gusta, necesitás menos cosas. Gasto menos, tengo una vida más austera”. Asegura Ramiro que su familia lo acompañó fuertemente en estos movimientos y, en el caso de su mujer, “también fue cambiando de trabajo. Nos vamos acomodando a los contextos y a lo que tenemos ganas de hacer, para hacer lo que nos gusta como familia”.

Martín Ale cree que su rol de sommelier une a las personas y las hace un poco más felices -“sirve para agasajar y ser anfitrión”- resume; como está seguro de que lo seguirá ejerciendo “siempre que note que me voy a divertir y pasarlo bien. Donde me parezca rutinario y aburrido, lo cambio, sin dudarlo. Soy un ser recontra inquieto”, cierra.

 

 

 

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