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Ezequiel Ipar *
Doctor en Ciencias Sociales (UBA)
Tras conmemorarse un nuevo Día Mundial de las Redes Sociales, parece una buena oportunidad para reflexionar qué pasó con las promesas de estas nuevas tecnologías de comunicación y qué desafíos se abren hacia el futuro.
Al mirar hacia atrás desde un tiempo en el que la infraestructura de las redes sociales está finalmente bajo un mínimo escrutinio público, puede sorprender la ingenuidad con la que la ciudadanía le entregó sin reparos una parte de su mente y su cuerpo a estas empresas, que rápidamente se transformarían en monopolios comerciales de la atención despreocupada y el narcisismo administrado.
Lo que ofrecían era conexión pública con otros sin intermediarios, posibilidad de autopromoción gratuita y un nuevo canal para estar informado desde el “aquí y ahora” de los acontecimientos, que parecía socializar generosamente la omnipotencia de la ubicuidad divina.
Si bastaba abrir una aplicación digital para conectarse a todo lo significativo escrito en la primera persona del protagonista, ¿por qué dudar de semejante invitación a la curiosidad y la aventura a explorar el mundo de los otros?
Hoy sabemos que en realidad eran los algoritmos los que exploraban y los ciudadanos, los escrutados.
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Distintos estudios (y filtraciones de datos) nos muestran que en este mundo de la vida digital son las megacorporaciones del capitalismo las que han enredado a los sujetos contemporáneos en nuevas formas de vulnerabilidad, diferentes patologías psíquicas y un entorno de conversación pública dominado por la adicción al odio y el desprecio.
Sería ingenuo pensar que los mecanismos del “like” y la cita terminaron transformados en tenazas de nuevas formas del linchamiento colectivo por un mero azar del uso libre de las tecnologías.
La otra cara de la penetración de las redes sociales en las actitudes de las personas la encontramos en lo que Evgeny Morozov llamó con precisión “solucionismo”.
Si bien él lo piensa para el entorno digital en general, vale su traducción al tipo de subjetividad que han ido forjando las redes sociales. La ideología solucionista consiste básicamente en inducir un entorno cultural que sólo puede reconocer como un problema colectivo aquello para lo que las tecnologías digitales ya pueden ofrecer una aplicación tecnológica.
De ese modo, si algo puede ser leído como el problema del hambre en África es porque ya está pensado bajo la lógica del “SaveAfrica.app”.
Así con cosas tan diferentes y complejas como el cambio climático, los problemas del tránsito, el pluralismo político, el empleo o la soledad del individuo. Algo muy parecido pasa con el solucionismo de las redes sociales, que nos hacen creer que cualquier problema práctico, valorativo, cualquier discrepancia que pueda incluir dilemas morales o estrategias políticas, todo puede ser expresado en la gramática: “Esta es mi mirada del problema/clic acá si querés sumarte a mi causa”.
Esa lógica del “clic-acá-para” es la ilusión en las personas equivalente a la que sostienen los partidos políticos que enfrentan los problemas de la globalización sin gobernaba democrática, la lucha de clases desatada en todas direcciones y la destrucción del planeta vendiendo la esperanza en una nueva generación de aplicaciones digitales.
Naturalmente todo esto conduce a una profunda frustración y sensación de impotencia.
Pero lo decisivo mirando hacia el futuro sigue siendo la opacidad sobre los algoritmos que seleccionan, organizan, estimulan y conectan más allá del arbitrio de cualquier comunidad política o de los poderes públicos democráticos.
El problema fundamental en el que estamos enredados es la ausencia de una discusión democrática sobre estas tecnologías, que hace rato dejaron de ser una extensión de las capacidades de las personas.
Si lo digital es político, se volvió imperioso contar con una teoría social y con un pensamiento político que permita reflexionar acerca de estos problemas: ¿quién digita la comunicación digital, bajo qué lógicas, defendiendo con prioridad qué intereses?
* Doctor en Filosofía por la Universidad de San Pablo. Nota publicada en eleconomista.com.ar
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