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En septiembre de 2006, Miguel Osvaldo Etchecolatz fue condenado por la Justicia federal de La Plata como genocida por primera vez en la historia judicial argentina.
Para sustentar esa calificación fue clave el testimonio que brindó el albañil Jorge Julio López, militante peronista sobreviviente de 5 excentros clandestinos de detención que en el marco de ese juicio, y tres meses antes de ser nuevamente desaparecido, denunció la presencia de Etchecolatz en las sesiones de torturas y en los fusilamientos de detenidos, por lo que no dudaba en asegurar que “era un asesino serial y no tenía compasión”.
En su testimonio del 28 de junio de 2006 ante el Tribunal Oral Federal 1 de La Plata, López relató: “A un costado estaba Etchecolatz y les decía ‘dale, dale, subila un poco más (la electricidad de la picana), que este gringo que está en la parrilla una vez yo lo picaneé y se dio vuelta, porque era a batería esa máquina’ (la picana)’... y se me ponía cerca con una capucha peluda de mono y me decía ‘hacete el guapo como te hiciste aquella noche, ese día la picana no me hacía mucho porque era con batería. Sentía un cosquilleo’. ‘Ahora vas a sentir, prendela directo de la calle’, ordenaba”.
Con su boina gris y su campera roja, López brindó aquel día un testimonio muy emotivo al recordar su secuestro junto a otros cuatro compañeros y compañeras de militancia que concurrían a una unidad básica de Los Hornos, y de cuyos asesinatos fue testigo presencial.
“Él personalmente dirigió esa matanza”, aseguró López en alusión a los crímenes de Patricia Dell’Orto, Ambrosio de Marco, Norberto Rodas y Alejandro Sánchez.
En su alegato, López relató cómo ocurrieron esos hechos: “Etchecolatz decía: ‘mirá, voy a felicitar al personal porque han agarrado a estos montoneros’ y estábamos con Rodas y nos picanearon toda la noche”.
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Contó también que a Patricia “la torturaban con nosotros y me dijo: ‘uno de estos hijos de puta me tenía los brazos y otro me violaba’. Le habían arrancado un mechón de pelo y sangraba. El marido estaba tirado, todo lastimado. Estaban deshechos los dos”.
“Después la sacan a Patricia, que gritaba ‘no me maten, no me maten. Llévenme a una cárcel, pero no me maten. Quiero criar a mi nenita, a mi hija’”, recordó con voz quebrada López en aquel testimonio, y detalló: “Si un día encuentran el cadáver, tiene el tiro metido de acá (señalándose el centro de la frente), y sale por acá (la nuca). Después sacaron al marido, Ambrosio De Marco. Él no se levantaba, entonces lo agarraron entre dos o tres y lo sacaron a la rastra y otro tiró”.
“Un día pensé: si un día salgo y me encuentro a Etchecolatz yo lo voy a matar, yo”, dijo apuntándose con su índice el pecho, pero agregó que luego reflexionó: “¿Qué voy a matar a esa porquería?”.
La contundencia de este testimonio no pasó desapercibida, ya que mientras otros sobrevivientes al declarar no podían identificar a sus captores, López lo hizo detallando nombres, datos fisonómicos, apodos y hechos que protagonizaron.
El 18 de septiembre de 2006, López salió de su casa rumbo al Palacio Municipal de La Plata donde se desarrollaba el juicio contra el expolicía, con el fin de poder escuchar los alegatos y ver a Etchecolatz, pero nunca llegó al edificio.
Rubén López, uno de los hijos del albañil, nunca tuvo dudas: Etchecolatz sabía lo que le ocurrió a su padre y aún recuerda con estupor cuando en el marco de otro juicio, el genocida fue visto con un papel en la mano dónde se podía leer el nombre de su padre.
“Lamento que se haya muerto sin decirme dónde está mi papá, porque él lo sabía, aunque no teníamos pruebas para involucrarlo, el tenía que saber lo que le pasó a mi viejo”, expresó.
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