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La democracia brasileña sufrió un duro ataque por seguidores radicales del derrotado expresidente de ultraderecha Jair Bolsonaro, quienes saquearon las sedes de los poderes públicos a una semana de la llegada al poder de Luiz Inácio Lula da Silva. ¿Qué sigue ahora para el “bolsonarismo”?
Con las Fuerzas Armadas resistiendo los llamados de seguidores de Bolsonaro que pedían un golpe de Estado contra el recién electo Lula, y los gobernadores y legisladores alineados con el mandatario, las instituciones se mantuvieron firmes y aguantaron la embestida del domingo.
El miércoles, convocatorias para una nueva “mega manifestación para retomar el poder” no tuvieron respuesta, lo que sugirió un posible debilitamiento del llamado “bolsonarismo”.
Pero analistas advierten que las amenazas no han pasado.
Las detenciones masivas de más de 1.000 personas por supuestamente haber participado en los disturbios, y la destitución de funcionarios en altos cargos bajo sospecha de complicidad con las violentas protestas, podría haber desanimado a la gente de ir a las calles de nuevo.
“Creo que sería un error pensar que se han rendido por completo”, dijo el analista Michael Shifter, socio senior del centro de análisis Diálogo Interamericano de Washington DC.
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“El país está aún amargamente polarizado y no creo que la ausencia de los ‘bolsonaristas’ menos de una semana después del 8 de enero deba ser interpretada como que el país se ha unido en defensa de la democracia”, resumió.
Poco más de un tercio de los 156 millones de votantes brasileños eligieron a Bolsonaro en las presidenciales de octubre, en las cuales venció Lula por menos de dos puntos porcentuales en segunda vuelta, luego de una campaña visceral que dividió al país, enfrentando incluso a seres queridos.
De un lado, millones desprecian al ultraconservador Bolsonaro, aliado de la llamada bancada del “ganado, la Biblia y la bala”, por su intolerancia, su caótico manejo de la pandemia del covid-19, y sus posiciones a favor de la explotación minera y económica de la Amazonía brasileña.
Del otro, Lula, el político más popular de la historia contemporánea brasileña, es visto con desdén luego de que su imagen fuese opacada por un escándalo de corrupción que lo involucró junto a líderes de su Partido de los Trabajadores (PT), y que lo llevó tras las rejas por 580 días, condena que fue anulada por fallas procesales.
Muchos seguidores de Bolsonaro creen ciegamente en la desinformación que circula en las redes sociales, a veces promovida por el propio expresidente, sobre supuestas fallas en el sistema de votación brasileño. Ante sus ojos, Lula es un líder ilegítimo que planea “venezuelanizar” a Brasil.
La forma en que Bolsonaro perdió “habla alto sobre el latente potencial para alteraciones”, afirmó Mariano Machado, de la compañía de análisis de riesgo Verisk Maplecroft.
“El sentimiento golpista no está en la mayoría, pero no por eso es residual”, dijo.
La invasión al palacio presidencial, al Congreso y a la Corte Suprema “fue una advertencia, una muy grande advertencia de que tenemos que ser más cuidadosos”, reflexionó Lula.
“Ganamos una elección al derrotar a Bolsonaro, pero el ‘bolsonarismo’ está ahí y hay un ‘bolsonarismo’ fanático que es muy difícil porque no respeta a nadie”, añadió.
Lula sospecha que los manifestantes que saquearon el corazón del poder en Brasilia tuvieron ayuda interna.
Guilherme Casaroes, de la Fundación Getúlio Vargas, sostuvo que la respuesta del gobierno de Lula y de las autoridades en general, con detenciones masivas, el refuerzo de la seguridad y la posibilidad de calificar las acciones legalmente como “terroristas”, podría menguar los ánimos entre quienes persiguen una oposición violenta.
“Claro que aún habrá grupos mucho más pequeños que apuesten por acciones terroristas”, dijo Casaroes.
La mayoría, sin embargo, debe “regresar a sus casas esperando elegir a Bolsonaro en 2026. Como está pasando en Estados Unidos”, donde el 6 de enero de 2021 cientos de simpatizantes de Donald Trump invadieron el Capitolio, “migrarán hacia un líder más moderado”, señaló en referencia al republicano Ron DeSantis, gobernador de Florida, que despunta como alternativa política al trumpismo, según algunos observadores.
Un riesgo potencial es convertir a Bolsonaro en un mártir al ordenar su detención o su extradición desde Estados Unidos, en donde se encuentra desde que dejó el país dos días antes de culminar su mandato, opinó Casaroes.
El sociólogo Geraldo Monteiro, coautor del libro “Bolsonarismo: Teoría y Práctica”, considera que el movimiento no cuenta con “capacidad suficiente para una contraofensiva”.
“La mayoría de los ‘bolsonaristas’ son personas comunes, no están hechos para una pelea. (...) Este movimiento no tiene suficiente experiencia para avanzar”, dijo a la AFP.
Para Shifter, sin embargo, “el movimiento sigue dando vueltas” y Brasil debe esperar “manifestaciones y protestas, y algo de violencia, con menos intensidad. No creo que esto vaya a desaparecer”.
Muchos están “a la espera” de ver que pasa con Bolsonaro, opina el analista.
“Esto no significa que han decidido que no vale la pena pelear”. Destacando a los más radicales, Shifter apuntó: “Creo que la pelea sigue. Ellos lucharán otro día”. (AFP)
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