Raúl Castro: “La formación debe ser cultural, ya probamos con ojivas”

Una noche en un boliche, un borracho bautizó a Raúl Castro, creador de Falta y Resto, “Tintabrava”. La dictadura uruguaya le había censurado todas las letras, y el borracho le espetó: “Y qué querés flaco, si andás con la tinta brava”. “A partir de entonces”, cuenta Castro, en diálogo con EL DIA, “ese seudónimo me acompañó y me obligó durante toda mi historia como escritor”.

Con ese mismo compromiso, Castro regresa al país donde desembarcó Falta y Resto hace ya 40 años, pero con una nueva propuesta: Tintabrava y el Bandón Murguero, su nuevo proyecto, inició el jueves su gira argentina en Rosario, y llegará el jueves a La Plata, para presentarse en la histórica sala de 10 entre 46 y 47.

Tintabrava y el Bandón Murguero, define de todos modos, es “vino viejo en odres nuevas: son las canciones que hemos realizado en toda nuestra trayectoria, las que quedaron en el corazón del pueblo, las que la gente eligió para tararearlas, para heredarlas, para transmitirlas. Solo que esta vez, en lugar de hacerlos solamente en forma de murga, elegimos unir dos vertientes que a mi criterio son las dos raíces populares más importantes que tiene el Río de La Plata: el tango y la murga. Inventamos un sonido, el murgotán”.

“Siempre digo que la murga es una comedia musical política y el tango una tragedia musical política”, dice Castro, que apuesta a una fusión musical y poética de ambos sentimientos rioplatenses: así, Tintabrava desembarca esta vez con el habitual acompañamiento murguero, pero también con bandoneón y contrabajo. “Y en la mitad de la cancha yo, tratando de contarle a la gente, de hacerle vivir lo que es la historia de Tintabrava, este murguista devenido poeta por razones de la circunstancia: no había nadie que escribiera, y había que escribir para la Falta y Resto”.

La idea del murgotán comenzó a tomar forma “cuando dejé de participar del concurso de Carnaval”, relata Castro. “Primero me lamenté, pero luego me di cuenta que por razones del destino me había salido de la caja: empecé a ver el Carnaval desde lejos, y con todo respeto y admiración, en mi concepción las murgas se empezaron a parecer muchísimo. Incluso, cuando íbamos a Argentina, estábamos solos, llevábamos una murga teatral que era algo totalmente nuevo para la concepción argentina de lo que es la murga. Hoy, está lleno de murgas que viajan a Argentina, está lleno de murgas estilo uruguayo en Argentina”.

“Entonces”, dice el montevideano, “siguiendo lo que ha sido el norte de Falta y Resto, siempre cambiando pero por la misma, quisimos dar una nueva visión de lo que puede ser la murga. Y entendimos que las poéticas de la murga y el tango son hermanas siamesas”.

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“A partir de ahí, incorporamos instrumentos, le dimos otras tonalidades al cuento”, adelanta. “Entonces, la gente percibe de una forma más sutil muchos momentos: cuando aparece el murgotán, mucho más que con la murga, se sienten cosas más delicadas, otro tipo de emociones que dan el bandoneón, el piano, el contrabajo en la noche, cuando está cantando el coro una canción muy sentida. Hasta para los cuentos que hago, que son la génesis de las canciones, aparece la música atrás que le da una forma totalmente distinta”.

Tintabrava y el Bandón Murguero realizó ocho funciones en la Zitarrosa, emblemática sala de Montevideo, en pleno Carnaval: fueron a sala llena, y rápidamente aparecieron los pedidos de bises. Se organizó otra temporada en Uruguay para mediados de año, “y al toque salió lo de Argentina: nos estaban esperando”, dice Castro.

Entonces, el murgotán es un intento de refrescar la murga, esa que ahora suena parecido, de aportar para su renovación, en un momento donde, lanza Castro, “hay que tener mucha fuerza creativa para poder resistir al embate de la masificación musical y cultural”.

Al respecto, el histórico de Falta y Resto dice que “las redes son democráticas, pero también muy invasivas. Y los canales de comunicación de norte a sur están reforzados, y a veces es difícil, en los vasos comunicantes culturales, comunicarnos”.

“La murga estilo uruguayo es un género joven para lo que es Latinoamérica, en América latina no tiene más de 20 años de arraigo. Al mezclarlo ahora con el tango, nosotros lo que tratamos es hacer una trenza de resistencia cultural. No porque lo que venga de afuera sea malo, sino para guardar un lugar a lo nuestro, a nuestras raíces, a nuestro folclore, a nuestra manera de ver la vida”, afirma.

Esa trenza cultural resiste en un momento donde la realidad vuelve a darle a los músicos populares material para escribir, como en aquellos oscuros años del inicio de Falta y Resto. “Siempre hay grandes motivos para que los letristas de las murgas traten de transformar la realidad en alegría”, cuenta Castro. Y esa es su misión, de hecho, como “guerrilleros culturales que somos: integramos células, peleamos por nuestras raíces, por nuestra manera de ver la vida, por hablarles de nuestro aire, de lo que comemos, de lo que sentimos, de la música que escuchamos, y no solo de lo que viene en las oleadas culturales que vienen desde los centros de poder”.

La resistencia es clave, y debe ser cultural, dice Castro: “La formación del mundo por venir tiene que ser cultural, ya probamos con ojivas nucleares. Esto parece una utopía inocente, pero si alguien me explica otro camino positivo, lo sigo. Yo, con 50 años de murga, pienso que la única forma es convenciendo culturalmente a la especie humana, haciendo arte que transmita, que comunique, que sensibilice, que proteste. Pero que alegre, que no sea solemne: que sea cotidiano. Y hermoso”.

“Al mezclar murga y tango, tratamos de hacer una trenza de resistencia cultural”