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Alejandro Castañeda
Alejandro Castañeda
Mala semana para los abusadores. El invierno ya había mandado al calabozo al ex senador nacional José Alperovich, un tío con banca y poder que, cuando abandonaba sus deberes cívicos en el Congreso, se desquitaba forzando a su sobrina secretaria a llevarle los proyectos a la cama. Ante el jurado dijo “¡Cómo iba a hacer eso si soy un hombre de casi setenta años”, dejando mal parada a toda una generación de viejos querendones que se precian de poder seguir sesionando.
La sentencia de paso le mostró un horizonte preocupante el intendente de La Matanza, Fernando Espinoza, que también en una situación claramente asimétrica habría intentado tener sexo con una empleada que se desempeñaba como una entretenida fuera de planta permanente. Fue denunciado y el primer round ya lo ubicó a tiro de juicio y con indudables daños colaterales para su carrera política.
Esta semana, la Cámara de Casación Federal confirmó la condena a un mes de prisión en suspenso que le fue impuesta al exdiputado peronista por Salta Juan Emilio Ameri, quien en plena sesión parlamentaria virtual, por zoom, perdió banca, fueros y dietas por andar besando las tetas de su pareja a la vista de sus colegas legisladores.
Y el jueves se conoció otra sentencia condenatoria contra el urólogo platense Pablo Colaci, un profesional bien preparado y mano larga, al que un jurado popular lo encontró culpable de 14 hechos de abuso sexual gravemente ultrajante.
El médico aprovechaba su diploma para darse algunos gustos que no están permitidos en consultorios. Cuando aparecía un enfermo que era de su agrado, apelaba a la terminología médica para hacerle saber que, sí o sí, para empezar el tratamiento necesitaba masturbarlo de urgencia. En algunos casos, hasta optó por concluir su práctica llevando el miembro en consulta a su boca “hasta hacerlo eyacular”, como declaró un denunciante. Ante semejante escenario, de poco sirvió la valoración profesional y humana que hicieron unos colegas y algunos pacientes desdeñados, porque, como explicó la fiscal Helena de la Cruz, aquí no se lo vino a juzgar por mala praxis sino por hechos aberrantes que están más allá de cualquier manual médico y que muestran a un galeno calentón que convencía al resignado paciente a dejarse masturbar y que no paraba hasta alcanzar un clímax sanador.
La defensa intentó darle rigor científico a este manoseo hospitalario que aliviaba más al médico que al enfermo
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Por más que algunos colegas trataron de encontrarle atenuantes a estas incursiones, lo cierto es que la paja en consultorio no figura en ninguna práctica médica y mucho menos la felación. Colaci explicó que la suya es una “subespecialidad dentro de la urología”, y aseguró que estaba capacitado para “hacer un tratamiento distinto al común de sus colegas”. Pero el jurado popular, sin entrar en valoraciones terapéuticas, pasó los hechos en limpio: su operatoria consistía en lograr que el sorprendido paciente pusiera en manos de Colaci ese miembro que, al desahogarse, iba a traer algunas noticias del diagnostico.
Colaci acudía a la masturbación -así lo insinuaba- para ayudar a la ciencia más que para sacarse las ganas. La vieja liturgia de la revisión exhaustiva tenía allí su punto culminante cuando el visitante de buen aspecto entregaba bono y genitales para ver si lograba solucionar trastornos de allí abajo Gracias a esa manualidad, el profesional recogía lo que quería y el paciente alcanzaba un alivio fuera de programa que lo dejaba como de entrecasa. Con cuidado, el enfermo se dejaba masturbar para que el doctor pueda ir ajustando síntomas y trastornos. De esta forma, este abusador serial animaba mucho las consultas. Al urólogo le sobraba entrenamiento y buen ritmo para este subibaja curativo. Su predisposición era tan fogosa que no medía riesgos. Durante el juicio, la defensa intentó darle rigor científico a este manoseo hospitalario que aliviaba más al médico que al enfermo. Su quehacer le devolvía familiaridad al mano a mano. Pero, cuando empezaron a llegar las denuncias de los desahogados de prepo, el especialista no pudo convencer a la fiscal de que caratulara la causa como “pajas sanadoras”. Por eso ahora la justicia, que ya lo había calificado de “abusador serial” en 20l8, lo volvió a encerrar y lo puso a prudente distancia de cualquier bragueta desordenada.
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