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Resulta llamativa la persistencia de algunos problemas en la vida cotidiana de la Región, que conciernen a cuestiones propias del espacio público y que desde hace muchos años –en algunos casos, varias décadas- no sólo continúan presentándose, sino que se agudizan con el correr del tiempo.
Así puede hablarse de la creciente cantidad de grafitis que ensucian los frentes de las viviendas, de la presencia coercitiva que origina la acción de no pocos “trapitos”, de la profusión de pérdidas de agua que anegan veredas y calles, de los actos vandálicos que se cometen contra los monumentos y, entre muchos otros, de la contaminación sonora que impide el descanso a vecinos de muchos barrios.
Este último es el problema que vienen padeciendo y por el cual reclaman desde hace mucho tiempo vecinos platenses –en este caso, en las últimas jornadas fueron los afincados en la zona céntrica de la Ciudad y en el barrio Islas Malvinas- que no pudieron pegar un ojo en horas de la noche por una interminable caravana de motos que hasta entrada la madrugada recorrió esos lugares con los escapes abiertos y la consabida aceleración de motores.
Los pobladores cercanos a plaza Malvinas señalaron que los ruidos de esa caravana, que se iniciaron a la una de la mañana “fueron realmente infernales y a ello hay que sumarle a los famosos audiocars que estacionados en una de las esquinas de la plaza, exactamente en las calles 20 y 54, propalaron música a altísimo volumen”.
Lo cierto es que hace décadas que la Ciudad no reacciona contra la contaminación sonora. Una fonoaudióloga consultada en otras ocasiones por este diario afirmó que “es curioso y llamativo que no sepamos vivir en silencio; pareciera que debemos tener un rumor permanente en el cerebro, como un ‘chupete’ sonoro” y que se ha extendido la idea de que “a quien pide un poco de silencio lo tratan de aburrido, amargo o viejo”.
La especialista sostuvo que “en general, no existe conciencia del ruido como un contaminante, a diferencia de otros factores. En los colegios los docentes no hablan de la contaminación a través del ruido”, perdiéndose de vista que provoca vaivenes psicológicos, ansiedad y predispone a la violencia.
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Hace años que los especialistas insisten en que la contaminación acústica no es sólo una molestia medioambiental, sino también una seria amenaza para la salud pública. Uno de los últimos sondeos realizados por la Organización Mundial de la Salud determinó que una de cada tres personas interrogadas en Occidente aseguró haber sufrido durante el día problemas diversos de salud ligados al ruido, mientras que uno de cada cinco sufrió dificultades para conciliar el sueño a causa de los ruidos, algo que eleva el riesgo de sufrir enfermedades cardiovasculares e hipertensión.
Los promotores y actores de estos encuentros “motociclísticos” debieran tomar conciencia de que la regla general de convivencia, que permite a todos disfrutar por igual de los distintos derechos humanos, se encuentra plasmada en la siguiente expresión: “Tus derechos terminan donde empiezan los del otro”. Y para aquellos que no lo saben o no lo quieren entender, están las autoridades, que son quienes deben defender mediante acciones muy concretas la vigencia de ese principio básico de la convivencia social.
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