Gisela Sancho, en uno de sus viajes a las Islas Malvinas / FCNyM
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Investigadora del Conicet y de la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la UNLP, dedica su vida a estudiar la historia evolutiva de la plantas vasculares. Una búsqueda que años atrás la llevó a pisar suelo malvinense
Gisela Sancho, en uno de sus viajes a las Islas Malvinas / FCNyM
Jorge A. Garay
jgaray@eldia.com
Acaso por el recuerdo de la dedicación con que su abuela cuidaba y organizaba las flores en los canteros, Gisela Sancho, Dra. en Ciencias Naturales e Investigadora Principal de CONICET, haya descubierto que su lengua natural era la de las plantas.
“Creo que siempre fue mi única opción”, admite en diálogo con EL DIA ella, que además es curadora de Materiales Históricos y Tipos de la División de Plantas Vasculares (DPV) de la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la Universidad Nacional de La Plata (FCNyM-UNLP) y desde su más tierna infancia sintió que en cada hoja del mundo vegetal podía leerse una historia.
Un indescifrable secreto debe haber en el espíritu vocacional que infunden algunas abuelas en sus nietas o nietos. Algo de eso le ocurrió, por ejemplo, al Dr. René Favaloro, quien en su tesis de Doctorado de la UNLP incluyó una dedicatoria a la memoria de su abuela, con quien -consignó- “aprendí a amar hasta una pobre rama seca”.
La propia Sancho piensa antes que nada en la suya cuando se pone a hablar de plantas y de aquella travesía que muchos años después la llevaría a intentar comprender el origen y la evolución de la biota de las Islas Malvinas. Un sitio tan remoto como simbólico al que viajó como parte de dos expediciones que la convirtieron en la primera botánica del país en visitar el territorio después de la guerra.
De La Plata a Malvinas, Sancho ha dedicado su carrera a entender cómo las plantas “conquistaron” el planeta y moldearon la vida tal como la conocemos.
Puntualmente las plantas vasculares, “que son las que en su proceso de evolución han adquirido ciertos caracteres que les han permitido ser eficientes y dominantes en la Tierra”, explica la también Jefa de Trabajos Prácticos de la DPV del Museo de La Plata, y abunda: “han sido capaces de desarrollar tejidos que transportan agua, minerales y carbohidratos, y un ciclo de vida donde predomina el esporofito, una fase con dos juegos de cromosomas en las células. Son estas estructuras las que les permiten adaptarse y diversificarse.”
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Visibles y silenciosas, podemos encontrarlas entre las hierbas, arbustos y árboles que, por ejemplo, pueblan el paisaje platense.
En ese sentido, el campo de estudio de Sancho abarca desde los pastizales bonaerenses hasta los confines más australes.
Hay un cuento muy famoso de Jorge Luis Borges en el que el escritor sentencia que “cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre -o mujer, cabría agregar- sabe para siempre quién es”.
En el caso de Gisela Sancho, hubo un hecho fundacional en su formación, como fue trabajar en el Museo junto al reconocido botánico Jorge Crisci: “Primero fue mi profesor, luego el titular de la cátedra en la que me desempeñé como ayudante alumna y finalmente mi director de carrera de investigadora y tesis”, enumera.
Del grupo encabezado por este referente mundial en Biogeografía, Sancho heredó la pasión por rastrear la distribución de las plantas en el espacio y el tiempo. Como si se tratara de juntar las piezas de un rompecabezas, advirtió así que la historia de la evolución en la Tierra podía contarse a partir de esas huellas.
Y fue persiguiendo esas pistas que llegó nada más ni nada menos que a Malvinas, en lo que fue otro de los hitos de su trayecto profesional.
Fueron, en realidad, dos misiones. La primera, en 2019. Con recursos propios y junto a colegas chilenos, ese viaje tuvo por objetivo ir tras los rastros de la Lagenophora nudicaulis, “una especie clave para comprender la historia evolutiva de la distribución de plantas en el continente y en las islas”, precisa la investigadora.
La segunda visita a Malvinas se concretó en el año 2023, esta vez acompañada de los colegas argentinos Martín J. Ramírez, investigador del Museo Argentino de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia (MACN-CONICET), y M. Vanesa Lencinas, del Centro Austral de Investigaciones Científicas (CADIC-CONICET). Subsidiado por la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica, del entonces Ministerio de Ciencia y Tecnología, este viaje “se realizó en el marco de un proyecto mucho más amplio y lo que se buscó fue comprender el origen y evolución de la biota terrestre en el territorio, utilizando datos genéticos de organismos con diferente capacidad de dispersión y linajes de diversa antigüedad, teniendo como marco los eventos geológicos y climáticos que moldearon la fisonomía de Sudamérica”, desarrolla la experta de la FCNyM, a la par que se lamenta porque esa ambiciosa investigación finalmente quedó trunca por falta de financiamiento.
Nada le quita, sin embargo, lo movilizante de una experiencia en la que la ciencia llegó a esa tierra regada de sangre y surcada por heridas que todavía no cicatrizan. “Personalmente, no pude desprenderme en todo el viaje de la sensación de la presencia de los soldados argentinos que murieron allí. Es imposible volver de la misma manera en la que llegaste al caminar por los lugares de las batallas o pasar por las trincheras donde tantos padecieron”, se conmueve Sancho.
Agrega que “Malvinas es un lugar maravilloso lleno de ambientes diferentes, paisajes hermosos y diversos”. Dicho esto, aclara que “el clima es muy exigente, pero no más que en algunos otros lugares del sur de nuestro país. Hay una idea generalizada algo distorsionada de las islas”, y pinta con palabras el paisaje malvinense: “En verano, sus praderas doradas, sus pastizales costeros, sus playas de arena blanca y aguas turquesa son emocionantes”.
Desde el punto de vista científico, las Malvinas son un laboratorio natural. Solo catorce especies vegetales son endémicas —es decir, que se encuentran exclusivamente allí—. La mayoría comparte linaje con la Patagonia y Tierra del Fuego. “Para mí, lo más fascinante es reconstruir esas rutas de dispersión, entender porque están allí, cómo las plantas cruzaron el mar, en qué momento, bajo qué condiciones climáticas y en qué momento de la historia del planeta”, subraya la bióloga.
De ambos viajes, Sancho atesora varias imágenes. No las de una flor o un hallazgo en particular, sino de las de esos instantes “sumamente emotivos” y que se dibujan en “los atardeceres rojos sobre la pradera, las cruces del cementerio de Darwin, las camisetas argentinas flameando en el viento”. Pues es allí, y sobre la base del conocimiento de la biodiversidad de las islas, donde también se construye soberanía.
La investigadora sale de Malvinas para situarse en la provincia de Buenos Aires y advertir que ha perdido buena parte de su flora original. “El ecosistema pampeano está profundamente degradado por la agricultura y la urbanización”, alerta, y que “lo primero que necesitamos es aprender cuál es la situación de peligro de las especies nativas. Solo así podremos proteger lo que todavía sobrevive.”
De hecho, en la DPV del Museo de La Plata se realizan estudios que aportan información fundamental para la conservación de plantas vasculares nativas.
“La finalidad última de estos estudios es detectar áreas de alto riesgo para las especies nativas que puedan ser definidas como áreas protegidas. Los científicos aportan la información que luego debería ser tomada por las autoridades correspondientes que deciden sobre la definición de áreas de conservación”, precisa la experta, a la par que machaca sobre la necesidad cuidar el mundo vegetal. Hacerlo, desliza, es proteger nuestro propio planeta.
De aquella niña que se fascinaba con las flores que surcaban el jardín de su abuela a convertirse en la primera bióloga en pisar Malvinas, Sancho es poéticamente categórica cuando se le pregunta qué la sigue maravillando del mundo vegetal: “Todo. La trama delicada que sostiene un ecosistema, la manera en que la morfología cambia con el tiempo, la persistencia de la vida pese a todo”, concluye.
Gisela Sancho, en uno de sus viajes a las Islas Malvinas / FCNyM
Sancho, junto a los investigadores del Conicet, Martín J. Ramírez y M. Vanesa Lencinas / FCNyM
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