

La preocupación por vivir más es cada vez más frecuente / Freepik
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No todos quieren cumplir 100. Algunos ponen su meta en los 85, otros la corren hasta los 95, pero lo que une a la mayoría es la necesidad de que esos años tengan sentido, compañía y dignidad
La preocupación por vivir más es cada vez más frecuente / Freepik
En la intimidad de una charla cotidiana, en un café entre amigos o incluso en un consultorio médico, la pregunta sobre cuánto tiempo más se quiere vivir aparece con una mezcla de deseo, esperanza y cierta inquietud. Ya no se trata solo de alcanzar una edad avanzada, sino de hacerlo en buenas condiciones, con independencia, lucidez y bienestar. Para los adultos en general —particularmente aquellos que transitan la madurez—, la aspiración de longevidad no apunta a números extremos, sino a una franja realista y, a la vez, ambiciosa: la mayoría quiere llegar bien a los 85 o 90 años. En el caso de los adultos mayores, esa expectativa suele mantenerse o incluso correrse un poco más allá, hacia los 95, siempre y cuando la calidad de vida acompañe.
Los sociólogos advierten que la percepción de la vejez ha cambiado notablemente en las últimas décadas. “A diferencia de generaciones anteriores, hoy se envejece de forma más activa, con más posibilidades de acceso a la salud y con una vida social prolongada. Eso influye directamente en la manera en que las personas proyectan su futuro y su longevidad”, explican. Esta transformación cultural, impulsada por avances médicos y por un corrimiento del umbral de lo que se entiende por ‘persona mayor’, genera un nuevo escenario donde ya no se piensa en la vejez como una etapa de retiro pasivo, sino como una continuidad vital.
Los psicólogos insisten en que no se trata solo de años, sino de sentido. “La motivación, los vínculos afectivos, la sensación de propósito y el disfrute cotidiano son factores decisivos para que una persona quiera seguir viviendo más allá de los 80. Cuando esas dimensiones se conservan, la longevidad deja de ser una carga para convertirse en una aspiración legítima”, señalan. En ese sentido, los especialistas remarcan que el deseo de vivir más está directamente vinculado con la percepción de autonomía y con la posibilidad de tomar decisiones propias, sin depender de otros ni sentirse una carga.
Los gerontólogos analizan que la franja de los 85 a los 90 años aparece como un objetivo razonable y alcanzable en los países con sistemas sanitarios relativamente sólidos y con ciertas condiciones sociales que permiten el acompañamiento y la atención de la vejez. Pero también advierten que la expectativa se corre cada vez más hacia adelante. “No es infrecuente encontrar personas que se sienten plenas a los 75 y que proyectan su vida hasta los 95 o incluso los 100, especialmente si tienen antecedentes familiares de longevidad”, comentan. Sin embargo, aclaran que la cantidad no siempre se corresponde con la calidad y que la clave está en vivir más, sí, pero con dignidad.
¿Qué dicen los médicos clínicos? Que el envejecimiento saludable es el resultado de una vida sostenida por hábitos positivos. Enuncian que las recomendaciones clásicas siguen vigentes: alimentación equilibrada, actividad física regular, sueño de buena calidad y controles médicos periódicos. Pero a eso le suman dos ingredientes que, hasta hace poco, no figuraban en los manuales: el manejo del estrés y la vida social activa. “Una persona puede tener parámetros clínicos perfectos, pero si vive sola, sin vínculos ni entusiasmo, ese cuadro no es sostenible en el tiempo”, advierten. En cambio, quienes se rodean de afectos, mantienen rutinas y cultivan pasatiempos suelen tener mejores chances de llegar bien a edades avanzadas.
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La franja de los 85 a los 90 años aparece como un objetivo razonable y alcanzable
Los especialistas coinciden también en que el deseo de vivir más y mejor no aparece de manera espontánea en todas las personas. Muchas veces se construye, se modela y se incentiva. La intervención temprana de profesionales de la salud mental, por ejemplo, puede ser clave en personas que atraviesan crisis en la mediana edad o que llegan a la vejez con sentimientos de soledad o de desesperanza. “Es posible trabajar con las personas para que redefinan el sentido de sus años futuros. No se trata solo de curar síntomas, sino de ayudar a reconstruir expectativas”, explican desde el ámbito de la psicología.
La sociedad, por su parte, también tiene un rol en esta expectativa colectiva. El entorno urbano, las políticas públicas y las representaciones culturales de la vejez influyen decisivamente en cómo las personas imaginan su futuro. “No es lo mismo envejecer en un barrio donde hay plazas, centros culturales y transporte accesible, que en uno donde todo parece expulsarte del espacio público”, señalan los sociólogos. Y agregan: “La idea de que se puede vivir bien hasta los 90 no es un delirio, pero requiere de condiciones sociales, económicas y afectivas que sostengan esa aspiración”.
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