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Espectáculos |TEATRO - CRITICA

Campo argentino

Por JORGE MONTELEONE

Campo argentino

Campo argentino

28 de Marzo de 2008 | 00:00
Tiempo de soja, de Rubén Monreal. Elenco : Diego Mauriño y María José Palacios. Dirección: Rubén Monreal. Sala 420, calle 59 n° 886, entre 12 y 13. Viernes y sábado 21 hs.

El campo es para la cultura argentina no sólo un espacio geográfico y un sitio de explotación económica, sino también un ámbito donde se formó el imaginario nacional. Desde Echeverría, que ya veía en él nuestro más "pingüe patrimonio" o Martínez Estrada, que escribió una Radiografía de la pampa como ensayo de interpretación sociocultural, el campo sigue siendo un signo cuyo significado debe ser explicado una y otra vez para indagar nuestros propios mitos. Aun cuando existen numerosas situaciones particulares y una desigual distribución de ganancias, en nuestros días la sobreexplotación de la soja en el campo argentino ha creado un movimiento económico y social que, además de divisas y nuevos ricos, produjo algo más: una equívoca ilusión de grandeza. En su reciente obra Tiempo de soja, que él mismo dirige, Rubén Monreal explora esa ilusión hasta exhibir sus contenidos vacíos, su carácter quimérico. Un hombre y una mujer ciegos, Ñancul y Patora, hacen honor a su nombre de personajes de historieta porque son verdaderas caricaturas del hombre y la mujer de campo: él es un campesino productor, obsesionado por la soja y ella lo acompaña, intentando que abandone sus delirios de veloz enriquecimiento para reemplazar el "tiempo de soja" por el "tiempo de apareo" y llegar así al deseado encuentro amoroso. Rodeados de un arado decrépito, un tractor en ruinas y una maquinaria que corroe el óxido; flanqueados por almácigos y macetas con soja donde sólo crecen los cardos y la maleza; estafados, atravesados por la globalización que los excluye y por el calentamiento global que los arrasa con inviernos y veranos y nevadas y ventarrones inesperados y extemporáneos, Ñancul y Patora viven el ensueño del tiempo de la soja a la espera de un milagro hueco. No es casual que en la verborragia absurda de su lenguaje campero citen como al pasar a los dos personajes de Esperando a Godot, de Samuel Beckett: Vladimir y Estragón. Como ellos, esperan algo que no llegará jamás, mientras su propio lenguaje gira sobre sí mismo, en el umbral del absurdo y de lo incomunicable, a medias entre el gesto del opa y del desesperado. "La tierra se cansa de ser siempre lo mismo -dice la mujer- La tierra que te queda soy yo". Sólo al quebrar con el acto amoroso el autismo, la procreación, como forma suprema de creación, puede eludirse la sequía futura, la tierra yerma, esa nada que el delirio confirma.

Es evidente que ésas son algunas de las buenas intenciones estéticas de Tiempo de soja, pero su compleja apuesta sufre una realización imperfecta y un texto a veces desajustado. Muchos párrafos en los cuales la libre asociación busca quebrar el sentido común están lejos de sorprender: el texto reitera efectos expresivos y aunque tiende a un desenlace, carece de tensión, así sea la del absurdo. La marcación de María José Palacios (Patora) la confina a una cierta monotonía gestual, que se quiebra una vez cuando asume la autoconciencia de lo materno, pero que retoma de inmediato sin mayores cambios. Diego Mauriño (Ñancul) es mucho más versátil, aunque por momentos cierta obviedad también vuelve algunos de sus recursos repetitivos. Pero tiene sus destellos, sus arrebatos cómicos en los cuales el resultado es pleno: los momentos en que la acción se acerca al gag son los más eficaces de la pieza, haciendo honor a las destrezas actorales del clown que Monreal supo aprovechar para su puesta. Es difícil discernir si el vestuario, que aspira a ser incongruente y absurdo en el medio campesino, es ridículo por los personajes mismos o por cierta pobreza imaginativa para hallar otra solución estética menos evidente. La escenografía, aunque parece algo abigarrada, es funcional al medio que representa. La iluminación se ajusta al sentido y siempre sugerente en sus mutaciones. Estuvieron a cargo de Lisandro Argañarás, David Figueroa y Eugenia Kubli.

Tiempo de soja tiene al menos dos virtudes. Una es el proyecto estético mismo de la pieza de Monreal, que toma sus riesgos, para que el teatro ofrezca una visión inmediata de la escena social y la procese artísticamente. La otra es la imagen nítida que deja de esos dos personajes rurales, cuyo delirio cómico es la contracara de las tensiones históricas más urgentes, que hoy mismo nos inquietan.

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