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Información General |8 DE MARZO, DIA MUNDIAL DE LA MUJER

Cómo sobrevivir en un mundo de hombres

Tres historias de mujeres que trabajan en oficios sólo aptos para machos. Desde la primera colectivera de la Ciudad, a una mujer carnicera y la comentarista de fútbol que entró en la historia de los medios. Prejuicios y piropos en un entorno difícil

8 de Marzo de 2014 | 00:00

Por LEANDRO SAVORETTI

A Blanca la desesperación por alimentar a los hijos la llevó a meterse en un mundo impenetrable para las mujeres: el de las tuercas. Tenía 33 años, su marido los había abandonado y ella, tras fracasar con un negocio, no sabía qué hacer por darles un plato de comida. Entonces se preguntó: qué hago y no lo dudó. En 1997 entró a trabajar en la línea 518 y se convirtió en la primera colectivera platense de la historia.

Había manejado varias veces un camión y siempre le habían gustado las máquinas grandes. Golpeó las puertas en varias empresas de colectivo pero se las cerraban. El motivo: era mujer. Hasta que dio con la línea 518 y le tomaron una prueba. “La di igual o mejor que cualquier hombre”, recuerda mientras anota en la planilla hora y número de colectivo en la esquina de 96 y 117. La contrataron de inmediato y allí fue chofer por más de cinco años. La única mujer entre más de 200 hombres. “Pasé a ser la nena mimada”, dice Blanca. Como la empresa no estaba preparada para empleadas mujeres, le dieron el baño de la gerencia. Los convenció diciéndoles que sería la primera empresa que le daría posibilidades a una mujer. Les dijo: “imagínense: diarios, revistas, televisión”. Y los medios la siguieron durante tres meses. Fue tan buena la repercusión que tuvo su ingreso que al poco tiempo abrieron 10 vacantes para las mujeres.

“Al Sindicato no le gustó que se metieran las mujeres dentro del rubro”, dice y afirma: “A mí nadie me saca eso de la cabeza”.

En 2002 cuando se concretó la reforma de transporte, las empresas se unificaron en cuatro zonas de operación bajo el mando de la Unión Transitoria de Empresas (UTE).

Blanca y 33 compañeros fueron reubicados en la empresa Norte/Oeste. “Ahí los dueños no querían mujeres y me hicieron la vida imposible”. Para Blanca hacerle la vida imposible fue no disponer de un baño propio, que le dieran el peor colectivo, cambiarla de horarios sin ton ni son y para entregarle el uniforme, tardaron un año. Decían que no había de su talla.

En octubre de 2003, la primera colectivera platense enfermó, sacó carpeta psiquiátrica y durante los siguientes siete meses, estuvo en el limbo: no la echaban ni la reintegraban y mucho menos iban a pagarle el sueldo. Perdió 9 kilos de peso, se le caía el pelo y vivía llorando.

“Cuando estuve esos siete meses sin cobrar y no tenía para comer mis compañeros a través de colectas me dieron una gran mano”.

Diez años atrás, justo el día mundial de la mujer como medida de fuerza se encadenó el tobillo a una silla en el Hall de la Torre Municipal para reclamar sus derechos. Al mes la echaron y fue a juicio. Siete años después cobró lo que le correspondía. Y la historia aquí, toma un giro inesperado.

“Ves, esto siempre es así”, ella ríe al volante, tras el bocinazo de un automovilista que la piropea y se le queda mirando las piernas. “Eso te levanta el ánimo”, dice, “tengo cincuenta años. Debo estar bien todavía”. Blanca Carnevali, pelo rubio lacio y con flequillo, lleva una minifalda negra, camisa blanca y del bolsillo izquierdo del saco le cuelga una credencial abrochada con un alfiler.

La historia dio otro giro en el 2008. Blanca entró en la Dirección de Transporte, donde tuvo que tratar con los empresarios del transporte, entre ellos, su ex jefe, el dueño de la empresa que la echó. “Fijate lo que es a veces la vida”, dice, “yo iba a bailar los sábados a Macondo. Un día salgo de madrugada y me estaba esperando en la puerta. Hoy hace casi dos años que estamos juntos”. Se enamoraron y no sólo eso: desde hace un año y medio conviven. Los hijos de él creen que lo hace como venganza, cuenta Blanca.

En la ciudad de La Plata a ella todos la conocen como “la colectivera”. Hoy, desde las 6.30, Blanca está en la parada de 96 y 117. En una planilla anota las frecuencias de los colectivos de la línea Este. Si surge algún problema se comunica por radio con el jefe de inspectores para que reacomoden el servicio. Desde una moto un hombre le chifla y sigue. Son cerca de las 8.30.

“Me considero una laburante de buen corazón”, afirma. Buen corazón, y lindas piernas.

UNA LUCHADORA DE CARNE Y HUESO

Ella es Rosa Lucero. Se casó por civil hace 20 años y vive con su marido en Olmos. Nació y se crió en Tolosa. Aprendió a manejar motos hace dos años. Trabajó en una pañalera, pasó por el frigorífico Caro hasta que cerró sus puertas y hoy junto a otros nueve compañeros lucha por mantener en pie el frigorífico recuperado El Tolosano. Además, eligió no tener hijos. Es, en definitiva, la que atiende la carnicería. Muchos clientes cuando entran al local abren los ojos y les dicen. “¿Una mujer atiende?” Ahora Rosa está en la cocina preparando tartas y empanadas. Viste chaqueta blanca, delantal del mismo color y un pañuelo gris le recubre el cuello. Y desde hace dos años, llega todas las mañanas en moto. “Mi marido me decía: “es re peligroso”. Yo le contesté: “Igual me voy a comprar una; y ahora ando para todos lados en mi Zanella” (ríe).

Veintiún años atrás, entró como atadora de salamines y chorizos en el frigorífico El Tolosano. Cuando murió el dueño, Mario Caminatti, su yerno y un socio no sabían qué hacer con la empresa y la vendieron. “El nuevo propietario tenía una sola intención: llevarlo a la quiebra”, asegura Rosa. Era 2005 y los empleados decidieron impedir su cierre. Eran quince: cuatro mujeres, entre ellas estaba Rosa Lucero.

Una mañana entraron y vieron como se habían llevado casi todas las máquinas. Lo estaban desmantelando. Rosa y sus compañeros decidieron quedarse y resistir. Pasó un año hasta que el juez de garantías los autorizó a reabrir las puertas. Como cooperativa sólo les habilitaron la carnicería comercial. En ese tiempo, se repartieron en turnos de ocho horas y vivieron adentro de El Tolosano ubicado en la calle 526 entre 7 y 8.

Han pasado 8 años desde aquel momento. Los más jóvenes decidieron ir a buscar una nueva oportunidad en otro lado. “No daba para todos” dice. En la cocina se escucha el freír de las papas. Rosa deja el repulgue de las tartas y con espátula en mano se acerca a la olla. Cada 48 horas le toca hacer el turno completo. Entra a las 7 y se va a las 20.

“Ahora implementamos las comidas porque con la carne sola no alcanzaba”, explica Rosa. Con otras tres compañeras hacen además milanesas, tartas, empanadas, escabeches y aprendió a ser cajera. Pudieron comprar un horno eléctrico para hacer pollos y carne al espiedo. “Con la sierra aún no me animo”, aclara. “Con la inundación perdimos todas las máquinas. Los motores quedaron bajo el agua”, recuerda y en silencio Rosa continua con el repulgue de las tartas. “Ese día tuvimos que llamar un camión y tirar casi 4 mil kilos de carne. Fue terrible”. “¿Y ahora cómo empezamos de nuevo?”, se preguntaron entre los compañeros. Para poder reabrir las puertas, estuvieron limpiando el lugar durante dos meses.

¿Te cargo agua en la pava, Ro?, le dice uno de los compañeros. “Por suerte somos muy unidos. Esto es una familia”, afirma. “Me quería quedar y aquí me quedé”. Con un palo de madera alisa el bollo de la masa para empezar a rellenar las empanadas.

LA PELOTA LA TIENE ELLA

En el país, periodistas hay muchas, pero que hablen de fútbol unas pocas y que lo comenten por televisión, sólo ella. “Estoy permanentemente bajo examen, no puedo tener ni un desliz””, dice Viviana Vila. “Es una lucha diaria titánica”.

Bajo el ala protectora de Víctor Hugo Morales y Alejandro Apo, fue esculpiendo su carrera en un terreno cien por cien machista. “Tenés que demostrar todo el tiempo que sos mucho más que una pollera”.

Viviana es platense y desde hace veinte años trabaja en radio. Es periodista de radio Continental, La Redonda, docente y su laurel más reciente la acredita como la primera comentarista argentina del fútbol televisivo. Unos cuantos años atrás, esta mujer quería ser médica y lejos estaba de los medios hasta que se enamoró de un periodista; ese hombre fue el punta pie que le dio un giro a su vida.

Mientras estudió periodismo se pasó un año yendo religiosamente a cebar mates a una radio. Allí observaba todo: y mirando aprendió el manejo de los tiempos y, sobre todo, “cuándo era importante hacer silencio”, recuerda hoy.

Madre a sol y sombra, a su hijo Valentino le daba la teta y lo acostaba en la cabina mientras ella comentaba el partido para la radio. Valentino ahora tiene 9 años y ya no lo lleva a la cancha con ella. Ahora, se reparte entre los deberes, el colegio fútbol y judo. Vila es todoterreno.

En febrero de 2012, Vila - ya consagrada como co-equiper de Víctor Hugo Morales en Continental y afianzada en su espacio en La Redonda- recibió un llamado inesperado. Del otro lado del teléfono, estaba Marcelo Araujo la cara más reconocida de Fútbol para Todos, hasta ese momento. Al poco tiempo, en cancha de Argentinos Juniors jugaban el local contra Unión de Santa Fe. “No tuve una sola indicación”, recuerda Vila, “me tiraron directamente a la cancha”.

En aquel partido no importó el resultado: gracias a esta platense la fecha quedó en los anaqueles de la historia de los medios de comunicación. Ella, Viviana Vila, se transformó en la primera comentarista de fútbol de la televisión argentina. Ahora remarca: “Hay varones que hubieran hecho cualquier cosa por estar hoy en mi lugar”.

“Sólo por ser mujer, desde el anonimato de las redes sociales me encontré con gente que me maltrató de una manera que me hace mucho daño”, hace memoria. Le dijeron desde que estaba ahí por un simple acomodo hasta que tendría que formar parte del elenco de “Los unos y los otros” con Andrea Politti. “Como no me enganché ni respondí salí ilesa y me siento muy orgullosa de mi comportamiento”

“Hola, ¿andas bien? Ahora chusméamos -, le dice una productora. Vila mira la hora en su celular. 18.15. “Me están esperando en la cabina”. Le quedan unos minutos para alistarse y comenzar con la transmisión del partido entre Gimnasia y Esgrima y Atlético Rafaela.

Un colega le dijo que había logrado manejar el lenguaje masculino sin dejar de ser bien femenina Es el halago profesional que más la enorgullece. “Estaría bueno que seamos más”. Hace poco, la invitaron a dar una charla al curso de ingreso de la Facultad de Periodismo. Se plantó frente al aula colmada y les habló, primero, a ellas, futuras colegas. “En esta profesión, chicas”, les advirtió. “No hay dolor de ovarios”.

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