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No sólo fue un científico reconocido en el mundo sino un modelo humanístico de la enseñanza pública en nuestro país
Al cumplirse el Centenario de La Plata, en el libro “La Plata, Ciudad Milagro”, el doctor René Favaloro agradecía a La Plata “haber pasado mi niñez en baldíos interminables, rodeados de sinas y paraísos, y en sus calles de tierra que recorríamos a diario al ir a la escuela entre zanjas llenas de renacuajos, ranas y sapos. A esa escuela orillera, heredada de la ley 1420, emplazada en pleno barrio del Mondongo con mayoría de chicos pobres, muy pobres y maestras ejemplares que a veces, hasta con rigor, corregían nuestros defectos. Allí crecimos todos entremezclados, sin acordarnos de nuestros orígenes o diferencias y sin preocuparnos si el abanderado era un niño judío, pues sólo pensábamos que lo merecía por ser el mejor y nos sentíamos orgullosos de custodiarlo”.
Si alguien se tomara el trabajo de releer con lentitud cada uno de los conceptos de este párrafo, verá con claridad que Favaloro fue -indudablemente- antes que un médico reconocido en el mundo-, el mejor modelo humanístico de la enseñanza pública en la Argentina.
Recuerda que asistió a esa escuela orillera, heredera del impulso de Sarmiento, con mayoría de chicos pobres pero indiferenciados, indistintos, igualados por el guardapolvo obligatorio, con maestras que “a veces, hasta con rigor, corregían nuestros defectos”. En ese escenario profundamente democrático y educativo, sigue diciendo, “crecimos todos entremezclados, sin acordarnos de nuestros orígenes o diferencias y sin preocuparnos si el abanderado era un niño judío”, añade Favaloro. Y remata su añoranza sobre aquel abanderado al que los demás protegían “pues sólo pensábamos que lo merecía por ser el mejor y nos sentíamos orgullosos de custodiarlo”.
Y le agradece luego a La Plata “por brindarme el Colegio Nacional”, por haber tenido a su alcance la Biblioteca de la Universidad, por haber transitado la facultad de Medicina: “En sus galpones y aulas humildes nos formamos con profesores que, además de entregarnos los conocimientos específicos, nos hicieron comprender que sin esfuerzo y una dedicación sin límite, nada se consigue”.
“Sin esfuerzo y dedicación sin límite, nada se consigue”, dijo este médico sencillo, hijo de un carpintero, que ni bien recibido -mucho antes de convertirse en un cirujano de fama mundial- quiso aprender el ejercicio de la medicina en el más humilde pueblo del campo argentino. Nada más que en su alma, siempre ávida de conocimientos, llevaba impreso el sello de la libertad.
En la reseña biográfica que realiza la Fundación que el creó y presidió se destaca que René Gerónimo Favaloro nació en 1923 en una casa humilde del barrio “El Mondongo” y que a poca distancia de allí se levantaba el Hospital Policlínico como presagio de un destino que no se hizo esperar. Con apenas cuatro años de edad, Favaloro comenzó a manifestar su deseo de ser “doctor”.
Luego de algunos años de perfeccionamiento en el exterior, fundamentalmente en los Estados Unidos, en 1971 volvió a operar al sanatorio privado Güemes de la mano de su amigo el cardiólogo Luis de la Fuente
Quizás la razón se debía a que de vez en cuando pasaba unos días en la casa de su tío médico, con quien tuvo oportunidad de conocer de cerca el trabajo en el consultorio y en las visitas domiciliarias; o quizás simplemente tenía una vocación de servicio, propia de la profesión médica.
Sin embargo, la esencia de su espíritu iba más allá de su vocación y era mucho más profunda: calaba en los valores que le fueron inculcando en su casa y en las instituciones donde estudió. Sobre esa base edificó su existencia.
Graduado como médico, Favaloro, previo paso por el Policlínico, decidió mudarse a la localidad pampeana de Jacinto Aráuz para reemplazar temporalmente al médico local. Allí tomó contacto con la medicina rural e inició a partir de esa experiencia una carrera ascendente que terminaría por convertirlo en un prestigioso educador y acaso en el más conocido cardiocirujano argentino, reconocido mundialmente por ser quien desarrolló el bypass coronario con empleo de vena safena.
Luego de algunos años de perfeccionamiento en el exterior, fundamentalmente en los Estados Unidos, en 1971 volvió a operar al sanatorio privado Güemes de la mano de su amigo el cardiólogo intervencionista Luis de la Fuente quien se lo propuso y lo convenció. A principios de la década de 1970 fundó la fundación que lleva su nombre a instancias del doctor De la Fuente. La entidad tomó como modelo, según el propio Favaloro lo declaró varias veces, a la fundación Mainetti, creada por quien fuera su profesor, el doctor José María Mainetti.
Fue miembro de la Conadep (Comisión Nacional por la Desaparición de Personas), condujo programas de televisión dedicados a la medicina y escribió libros. Su interés por la historia y la política argentinas fue sobresaliente, con una visión profundamente democrática.
Durante la crisis del 2000, su fundación tenía una gran deuda económica y le solicitó ayuda al gobierno sin recibir respuesta, lo que lo indujo a suicidarse.
El 29 de julio de 2000, después de escribir una carta al presidente De la Rúa criticando al sistema de salud, se quitó la vida de un disparo al corazón.
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