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La Patria, dos siglos y un año después de haber nacido en Tucumán

9 de Julio de 2017 | 04:31
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Hoy la Patria -ese concepto que para muchos parece resultar una entelequia difícil de definir- cumple 201 años. Lejos de los fastuosos festejos de 2010 (cuando se celebraron los dos siglos de la Revolución de Mayo) y de los más modestos de 2016, la Argentina -los argentinos, en realidad- celebramos un nuevo cumpleaños de nuestra independencia.

Raro festejo el de este 2017, donde en La Plata, por ejemplo, apenas se realizará el acostumbrado Tedeum y no habrá, al menos que se conozca oficialmente, ninguna otra actividad.

El presidente Mauricio Macri, desde Alemania, donde asiste a la cumbre del G-20 hizo llegar vía redes sociales el saludo de rigor. Las actividades oficiales a realizarse en Tucumán, tal como indica la tradición, quedarán en manos de la vicepresidenta Gabriela Michetti.

Raro, en fin, este 9 de Julio, que cae en domingo, priva del fin de semana largo ya que la fecha es inamovible y en el que el recordatorio de la independencia -con pastelitos, chocolate caliente y locro, incluido- parece haber quedado relegado a las fiestitas de las escuelas primarias.

Mientras tanto, en estas benditas tierras con dos siglos de antigüedad, se habla de otras cosas, seguramente no tan importantes como la independencia de un país, pero que sí logran un altísimo nivel de atención en redes sociales y medios de comunicación varios.

En la Argentina de 2017 se debate sobre la conveniencia, o no, de mantener los fueros de los diputados y de los senadores. Habría que ver la cara que pondrían, aquellos que en 1816 se reunieron en la Casa de Tucumán, o la de los constituyentes de 1853 si se nos permitiera anoticiarlos de que, en realidad, la cuestión responde a la aparente necesidad de ciertos políticos de protegerse de hipotéticos pasos por las cárceles, en caso de ser encontrados culpables de ciertos tipos de delitos de defraudación el erario público, en beneficio propio.

Es decir, aquella prerrogativa otorgada constitucionalmente a los legisladores para que pudieran investigar y denunciar a los corruptos, en un extraño vuelco de campana, terminó siendo el argumento válido para proteger a aquellos que supuestamente debía denunciar. Y la parábola, mal que nos pese, no deja de sonar tremendamente “argenta”.

Es que aquí no se trata de debatir solamente si el diputado Julio de Vido, o el senador Carlos Menem (este último condenado a siete años de prisión) deben ser relevados de sus fueros. No es cuestión sólo de criticar la aparente viveza del precandidato Sergio Massa de intentar sacar ventajas del momento político para ganar prensa y presentarse como la contracara de la corrupción.

No señor. La cosa va más allá de lo anecdótico y que serviría para diez minutos una acalorada charla de café y nada más.

Se trata, sencillamente, de volver la vista atrás en este devaluado y casi olvidado 9 de Julio para tratar de adivinar si esta realidad con la que debemos lidiar tiene algún punto de contacto con aquella que legaron los hacedores de la Patria.

Tanta “Biblia junto al calefón” ha corrido por debajo del puente de la historia, que a veces cuesta encontrar un punto de equilibrio.

A principios de esta semana se festejó como un gran logro la llegada de un tren a Mar del Plata en poco más de siete horas. Se reitera: siete horas en tren para llegar a Mar del Plata; año 2017, siglo XXI, República Argentina.

Cuestionar ese más que dudoso logro, de manera alguna significa una crítica al gobierno. Pensarlo así sería, otra vez, quedarse en lo anecdótico.

Que un tren demore siete horas en transitar 360 kilómetros de llanura, no habla del fracaso de un gobierno. Habla del fracaso de todos nosotros como sociedad.

Es, tal vez, el más claro ejemplo de la abismal distancia que existe entre lo que creemos -o decimos- que somos y lo que somos en la realidad.

Aquel 9 de julio de 1816, pese a las internas y a los intereses políticos (también mezquinos, en algunos casos), se llegó al consenso para, finalmente, declarar la independencia.

Dos siglos y un año después debatimos si se debe proteger a un diputado sospechado de corrupción. Algo, en el camino, nos debe haber salido mal.

 

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