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La Ciudad |Los días de la más mimada del zoo en la ciudad

Los secretos de la “diva” que acompañó la infancia de varias generaciones de platenses

Humores, juegos y costumbres de quien llegó de cachorra y que quedará grabada para siempre en la memoria local

Los secretos de la “diva” que acompañó la infancia de varias generaciones de platenses

Se fue Pelusa y en el zoo todos la lloraron. Con ella partió una parte de la historia de miles de platenses/sebastian casali

5 de Junio de 2018 | 02:03
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Pelusa, la gran “mimada” del Zoológico, fue la huésped de mayor antigüedad que tuvo el predio. Era de origen asiático y había llegado procedente de un parque de Hamburgo, Alemania, a través de un canje, en 1968.

En los primeros meses de su estadía, compartía el ambiente con una par, Kendy, que había ingresado al paseo en 1938 y falleció en 1969.

En aquel tiempo resultó como un juguete para los niños que se acercaban a admirarla. Cachorra todavía -tenía dos años-, verla tan pequeña caminando, jugando con su trompa o corriendo hacia las “delicias” que le ofrecían los visitantes (en aquella época no estaba prohibido que la gente alimentara a los animales) era un espectáculo que atraía todas las atenciones.

Por la época en que se incorporó a la colección faunística platense la elefanta pesaba 400 kilos. Al principio compartió el recinto -aunque separada por un alambrado- con Kendy, en el ambiente que tuvo luego la jirafa Galhi, del lado que da hacia la calle 52. Con los años la trasladaron al otro sector del espacio, hasta que finalmente la alojaron en el lugar actual.

Siempre mantuvo la soltería porque, si se hubiera propiciado la convivencia con un macho de su especie, debía pensarse en un ámbito de amplísimas dimensiones.

Pelusa podría haber sido la jefa de su manada. Los elefantes asiáticos, como ella, viven en comunidades matriarcales y recorren juntos miles de kilómetros. Pero su destino fue otro. Lejos de casa, sin familia ni nadie que se le parezca. Por décadas, ella vivió sola en un ambiente al aire libre y otro cerrado, que entre los dos suman cerca de 900 metros cuadrados.

Muy cerca, vio seres que le hablaban en un lenguaje para ella incomprensible: sus cuidadores humanos. Dicen los especialistas que no se pueden equiparar los sentimientos humanos a los de los animales. No podría entonces decirse que un elefante está “contento” o “triste”. Pero la verdad es que hubo días en que Pelusa se levantaba con el pie izquierdo, y eso sus cuidadores lo notaban. En cómo los miraba: si era con el ojo grande, se preocupaban. Si respiraba fuerte por la trompa, lo interpretaban como una especie de furia. La insistencia con la que pedía la comida con su trompa y los movimientos de sus orejas eran otras de las claves que ellos aprendieron a leer para entender sus sentimientos.

Ellos sabían que cuando había mucho viento, se alteraba. Y que si la noche anterior se habían corrido picadas en el Bosque, al otro día tenían que asegurarse que se hubiera calmado para poder entrar. Sabían que las tormentas y los partidos de fútbol también le molestaban.

Pelusa era uno de los elefantes “estrella” de los zoológicos en Argentina. De hecho, por años, muchos visitantes pagaban la entrada y se dirigían en línea recta hacia el ambiente de este emblema. Aunque en las calles 52 y 118 vivan más de 600 animales, la mayoría de las personas que entraban al Zoo la buscaban primero a ella.

El show era mirarla levantar tierra con su trompa y tirársela en el lomo, bañarse en su pileta de agua sucia y “bailar”. El espectáculo típico de todo elefante, repetido en películas y más películas de la selva de Disney. No se sabía si Pelusa estaba triste o alegre a ciencia cierta, pero sus cuidadores sabían que eso que parecía una coreografía, no era en realidad un baile. Ese balanceo, que provocaba que la gente aplaudiera o le gritara, no era un gesto de agradecimiento o de alegría.

“Era una estereotipia, un comportamiento anormal en respuesta hacia algo. Puede ser a partir del estrés o que estuviera asociado a algún estímulo que se le haya realizado anteriormente. El elefante de Córdoba, por ejemplo, cada vez que escuchaba aplausos empezaba a bailar. Ese es un registro que le quedó del circo. Entonces se prohibieron los aplausos para evitar ese comportamiento”, explicó en su momento Carla Del Borgo, voluntaria en “Elefantes en Argentina”.

En 1970 fue protagonista de la película “Un elefante color ilusión” (ver aparte). En esa época, la manera habitual de entrenar a los animales era utilizando ganchos, palas y cadenas. No se sabe exactamente si así la entrenaron para lograr que hiciera las escenas de ese film, pero, dijeron desde EAR (Elefantes en Argentina) que es lo más probable. Por entonces se consideraba al animal como una cosa que no sufre y eso podría haber desencadenado algunos inconvenientes físicos que llegó a padecer.

LA COMIDA

Pelusa comía, cuando estaba bien, cerca de 130 kilos de fruta, verdura, fardo y pasto verde por día, y dormía desde las doce de la noche hasta las cinco de la mañana. A la tarde recibía una merienda, pero las comidas iban de la mano con una serie de rutinas de movimiento. “La idea es, con la comida, hacerla caminar. Además así se genera un vínculo”, recordaba uno de sus cuidadores.

Incluso contaron que en su momento le daban turrones con medicación para tratarle un hongo en su pata trasera izquierda.

A uno de sus cuidadores le gustaba ver cómo Pelusa levantaba la trompa para buscar las ramas que él le ponía en la parte alta del tinglado. Al principio ella se cansaba rápido, pero con la práctica lograba llegar a esos premios. Este tipo de ejercicios se llaman de “enriquecimiento”, y consisten en ayudar a que el animal mantenga algunas de sus cualidades naturales que, por estar solo en un lugar tan pequeño, podía llegar a perder.

“Otra de las cosas que hacíamos era distribuir por todos lados cosas ricas y que queden ocultas a su vista. O ponerle una especie de pelota, de un material plástico muy resistente, y que ella pueda hacer lo que se le antoje con ella. Lo primero que hizo fue patearla y luego pisarla intentando romperla o aplastarla, era muy cómica su cara al ver que no se rompía”, recuerdan.

Durante años, sus cuidadores destacaron su salud de hierro, pues “ni se resfriaba”. No era el maní, como durante mucho tiempo se creyó su gran debilidad a la hora de comer. A ella le encantaban las frutas.

Disponían en su momento de una sesión periódica de “manicuría” porque, debido a que en una época le colocaron un grillete, una pata se lesionó, dejó de pisar bien, no gastaba las uñas en forma pareja y eso le provocaba un dolor que se debía prevenir con un corte a tiempo de las pezuñas.

Su carácter no siempre fue “óptimo”, según contaron. A medida que fueron pasando los años, cada período de celo la encontraba más nerviosa (superados los 45 años todavía estaba en la etapa reproductiva) y llegaron a contar en el Zoo que cuando “estaba en esos días” armaba un escándalo al escuchar el paso del camión recolector de basura.

Este tipo de elefantes, que está en peligro de extinción, se distribuye, entre otros sitios de Asia, por Bangladesh, Bhután, Brunei, Camboya, China, India, Indonesia, Malasia, Nepal, Tailandia y Vietnam. Su hábitat son zonas boscosas y selváticas, siempre a un costado de cuerpos de agua. Es un animal amenazado, por lo general, por los cazadores que procuran el valioso marfil de sus dientes incisivos y por los dueños de sembradíos que no los quieren cerca de sus plantaciones.

Los elefantes son los mamíferos terrestres más grandes que existen en la actualidad y los animales que en cautiverio más muertes causan a nivel mundial. Pelusa no mató a nadie, pero tuvo sus deslices.

“Hubo cantidad de accidentes, sin ser fatales, pero accidentes al fin -contó uno de los “amigos” de Pelusa- y si algun día no estaba de buen humor, agarrate porque podías terminar con un cabezazo como poco. Un día uno le quiso tocar la trompa cuando ella estaba comiendo, lo corrió y el pibe terminó en una zanja.

52
La edad que alcanzó la elefanta Pelusa, que llegó a la Ciudad con apenas dos años desde el zoológico de Hamburgo, Alemania.
1968
El año en que arribó a la Ciudad, tras ser separada de su madre.
130
Los kilos de comida que ingería cotidianamente, en su mayor parte pasto, pero también zanahorias, manzana, banana y coliflor, entre sus preferencias.
50
Los años que pasó en La Plata, sin contacto directo -excepto durante los dos primeros- con otro ejemplar de su especie.
1907
El 16 de octubre de ese año nació el Jardín Zoológico y Botánico de La Plata, por iniciativa de una comisión a cargo de Pedro Gonzaga. La parquización estuvo a cargo del ingeniero agrónomo Antonio Cravetti. Con 17 hectáreas de superficie, es el segundo mayor zoológico estatal del país.

 

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