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Anoche le aplicaron sedantes en una decisión tomada por consenso entre autoridades municipales, veterinarios, cuidadores y la Justicia. Tuvo una vertiginosa caída de sus signos vitales en las últimas horas
FRANCISCO LAGOMARSINO
El corazón obstinado de Pelusa dejó anoche de latir, después de que el equipo veterinario del Zoológico local y sus asesores internacionales, con el aval de la Justicia, resolvieran facilitarle una “muerte digna”. El suministro de una sobredosis de sedantes marcó el final de una jornada de vigilia y cuidados intensivos con sabor a despedida, en la que el organismo de la elefanta de 52 años siguió dando pelea, aunque su condición ya se creía irreversible.
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Devastados, buscando un equilibrio casi imposible entre lo profesional y lo sentimental, sus cuidadores se mantuvieron a su lado sin descanso, en procura de aliviar las zozobras del animal llegado hace medio siglo al Zoo, que se recostó en un sector de su ambiente en las primeras horas del sábado pasado, todo indica que para esperar su final.
En un marco de contagioso silencio sólo vulnerado por la lluvia, el viento y los motores de los coches acelerando por la avenida 52, profesionales y funcionarios desfilaron todo el día por los senderos encharcados del predio situado en el Bosque, cuyos recursos fueron destinados por completo a acompañar a la elefanta.
Los cuidadores, en cambio, casi no se movieron de la carpa armada en torno a ese animal que “entendía todo” y que construyó un vínculo singular y potente con cada uno de ellos. Allí lo acariciaron, le hablaron, lo abrazaron; también lloraron. Se tumbaron junto a él y recordaron las historias cosechadas en el tiempo, desde algún trompazo recibido como correctivo por desatenciones o por ofrecer comida “indeseable”, hasta la diversión compartida en juegos con escobas, con tachos, con arena, y buscando alimentos escondidos en los rincones del ambiente.
A un par de metros del lugar en que eligió yacer Pelusa, el galpón con techo a dos aguas que la cobijaba por las noches se transformó en un improvisado pero ordenado “office” de enfermería, con cajones de alimentos, fardos de heno, estufas de pie, sectores de descanso e insumos para tratamientos veterinarios.
De sus paredes entablonadas, pulidas de manera uniforme a cierta altura del suelo por ser apoyo de la elefanta cada vez que tomaba sus habituales siestas en pie, todavía colgaba la pizarra con el cronograma de cuidados diarios. Estos incluían periódicos baños desinfectantes para sus patas, para los que simplemente había que llamarla.
“El cuidador le decía cariñosamente: ‘vení, gorda’ y ella sola entraba al galpón, caminaba hacia atrás y se acomodaba perfectamente como para meter sus extremidades en el agua de unas pequeñas piletas e iniciar las curaciones” recordó uno de los presentes: “era muy activa y dócil, pero cuando tenía que manifestar su carácter lo hacía. Poseía una fuerza vital tremenda. Con ella se nos va alguien de la familia, y crean que no lo decimos por caer en un lugar común”.
Ese impulso formidable se extinguía, inexorablemente. Scott Blaise, el experto internacional que dirige la organización Global Sanctuary for Elephants (GSE), destacó ayer que “todos entendemos cuánto queríamos verla llegar al santuario, pero Pelusa finalmente decidió que no le quedaba más para dar. Pelusa era fuerte y estoica, demasiado, tanto que en ocasiones he deseado que no lo fuera. Lo intentó y resistió durante días, superando el punto en el que la mayoría se hubiera rendido, pero todos tenemos nuestro límite. Y ella encontró el suyo”.
Blaise, hombre de mundo menudo y activo, militante incansable por el bienestar animal e ideólogo del santuario brasileño al que se barajó trasladar a la elefanta platense si su salud lo permitía, agregó horas antes del desenlace que “Pelusa es bella y majestuosa pero ya no tiene más para dar, y nos gustaría que todos siguieran apoyándola hasta el final. En su vida la sociedad le falló, en el final falló su cuerpo, pero puede dejar este mundo rodeada por más cariño del que nunca hubo conocido”.
“Nosotros estamos como asesores y para dar consejos, pero las decisiones finales le corresponden al Zoo” aclaró Blaise, quien admitió entonces que “todas las opciones para el final de la vida están siendo discutidas”.
En ese sentido, anoche se acercaron al Jardín Zoológico las máximas autoridades municipales -incluyendo al intendente Julio Garro-, el fiscal Marcelo Romero, titular de la fiscalía especializada en maltrato animal, y el juez Juan Pablo Masi, para evaluar la posibilidad de autorizar el uso de la eutanasia, lo que obtuvo el visto bueno -con la firma de todos los actores involucrados- cerca de las 22.
El último parte veterinario oficial antes de eso subrayó que la elefanta presentaba “una desmejora en su estado de salud, manifestando también por momentos señales de deterioro y dolor, por lo que se le brindaron calmantes; no obstante, evidencia un cuadro irreversible”.
El comunicado precisó que “se la mantuvo hidratada, con suero fisiológico, y aislada térmicamente dentro de una carpa, con mantas y calefacción de exteriores”. Y recordó que “Pelusa padeció en los últimos cinco años pododermatitis crónica en sus patas traseras, enfermedad común en elefantes que se encuentran en cautiverio, originada por la imposibilidad de poder caminar grandes distancias”.
Concretamente, hacía dos años que la elefanta no se recostaba a dormir, y antes de esa ocasión había pasado un año y medio; prefería descansar un par de horas por día de pie, apoyada en diferentes superficies. En las semanas recientes, había adoptado como costumbre salir a caminar en las horas más tranquilas de la madrugada por su nuevo ambiente, una ampliación arbolada del que la albergó a lo largo de 50 años, desde su llegada a la Ciudad a fines de 1968.
Sin embargo, alrededor de las ocho del sábado, dejó de estar de pie. Y desde el vamos, el equipo veterinario del Zoológico y los especialistas del GSE y la Fundación Franz Weber coincidieron en advertir que “si ella no presenta signos de querer levantarse, no debe ser forzada a hacerlo; la experiencia en casos similares ha demostrado que ese curso de acción puede ocasionar sufrimiento al animal y entrañar riesgo de muerte”.
A partir de ese momento, el tratamiento consistió, en suministrar a Pelusa hidratación, suero fisiológico, algunas vitaminas, frutas y verduras, mientras se monitoreaban sus valores de sangre, orina, temperatura y ritmo cardíaco. Fisiológicamente, tuvo chances de levantarse, pero eligió no intentarlo. Sus funciones vitales se deterioraron, y esa posibilidad se evaporó.
La historia de Pelusa es el tema de un film documental en plena preparación. Titulado originalmente “Caravana”, y producido por Posibl., preveía cubrir el entrenamiento y posterior traslado de la elefanta al santuario del Mato Grosso brasileño. Con la participación especial del músico argentino Axel, el material tiene como objetivo “instalar el tema de los animales salvajes en cautiverio y en particular la situación de los elefantes, ya que existe una decena en Argentina y otros cuarenta en el resto de Latinoamérica”. Ahora resta saber si el proyecto seguirá adelante, y si el curso de los acontecimientos cambiará su eje narrativo.
“Tiene un corazón tremendo, es algo muy grande, una máquina con mucha fuerza que se resiste a apagarse” confió anoche entre lágrimas anoche uno de los cuidadores: “es difícil de entender cómo aguanta todavía; nosotros estamos destrozados”. Poco después, la eutanasia llegó para desanclar esa conexión vital. De tomarse en cuenta la voluntad de quienes compartieron con ella sus últimos años, los restos de Pelusa descansarían en el Zoo, donde podría crearse un espacio conmemorativo.
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Los cuidadores de distintas generaciones estuvieron junto a pelusa durante todo el fin de semana y la jornada de ayer, “cuando se decidió ponerle punto final al sufrimiento”/ mlp
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